Puigdemont, nieto del pastelero de Amer que se pasó a los 'nacionales' y terminó la guerra como encargado de intendencia en el Penal de Burgos
Era enero de 1938 y Amer, territorio republicano. La casa de los Puigdemont, allí donde 24 años más tarde nacería Carles, había servido de refugio para tres enemigos de la República -dos curas, uno de ellos hermano de su mujer, y un militar jubilado de Madrid a quien el estallido de la guerra sorprendió de vacaciones en la Costa Brava-. A Francisco iban a llamarle a filas pero él se resistía. "Mi padre", prosigue Josep, "no quería ir a la batalla del Ebro". De modo que tomó una decisión. Cuando recibió el chivatazo de que el bando republicano le iba a llamar, el pastelero entregó a su esposa dos cartas ficticias supuestamente escritas desde el frente, contactó con la Blanca del Carbonell, "una heroína de Olot que pasaba a curas, monjas y católicos" gracias a su conocimiento de las rutas de pastores y payeses, y se fugó.
En su deserción, Francisco cruzó por los Pirineos a Francia. Pero allí la policía lo detuvo y le ofreció un pasaporte y dos opciones: "O volvía a Cataluña o a la zona nacional". Optó por Irún, que ya había sido conquistada por los sublevados del general Franco. De allí viajaría a Pamplona, donde, con la ayuda de su cuñado el cura, pasó a Ubrique (Cádiz). Entonces un amigo que controlaba los puestos en las cárceles de presos republicanos lo "colocó" en el penal de Burgos. Allí el pastelero se encargó del suministro de la comida a los presos "rojos". Francisco Puigdemont salía de la cárcel, compraba los alimentos y los llevaba a la cocina. Estaba contento, cobraba "un buen sueldo", cuenta su hijo. Tanto que, cuando acabó la guerra, llamó a su mujer: ¿por qué no se iban con él? "Casi somos de Burgos", ironiza Josep... Seguir leyendo...