Uno de los principales argumentos contra el ataque que mató a Qasem Soleimani es que el asesinato selectivo de líderes terroristas es ineficaz: promueve escaladas y represalias y no reduce la efectividad de las organizaciones que aquellos dirigen porque pueden ser reemplazados de inmediato.
Pero lo cierto es que no resiste el contraste con la historia reciente. Tomemos como ejemplo dos campañas recientes –los últimos veinte años– de asesinatos selectivos contra organizaciones terroristas: la llevada a cabo por Israel durante la Segunda Intifada y la de la Administración Obama contra Al Qaeda.
En ambas, Israel y EEUU combinaron una muy precisa información de inteligencia con armamento igualmente preciso para eliminar sistemáticamente a jefes y miembros destacados de peligrosas organizaciones terroristas. La clave de estas campañas fue que no se ciñeron a un solo objetivo/individuo, sino que estuvieron vigentes durante varios años.
En ese tiempo, en lugares como Gaza y Afganistán y las zonas tribales de Pakistán, los asesinatos selectivos sirvieron para mucho más que sacar simbólicamente del campo de batalla a jefes terroristas: contribuyeron a mermar la eficacia de las organizaciones terroristas al obligarlas a ponerse a la defensiva.
En lugar de reclutar nuevos miembros y planear ataques, tuvieron que invertir tiempo y energías en reforzar su propia seguridad. La sofisticada información empleada por EEUU e Israel les hizo albergar sospechas de estar infiltradas. La desconfianza interna creció. El desempeño de sus operativos en labores de propaganda, comunicación, planificación, así como su libertad de movimientos, se vio muy perturbado, ya que en cada llamada telefónica o reunión aparecía el espectro de la vigilancia o del ataque aéreo. A medida que los líderes eran eliminados y sustituidos, una y otra vez, cundió la desmoralización.
Por mucho que los yihadistas presuman de lo contrario, lo cierto es que muy pocos desean morir. Y buena parte de su ardor guerrero se debe a que piensan que se han unido al bando ganador; pero es difícil mantener el entusiasmo cuando la promoción interna se asocia a una muerte más que probable.
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