Extracto del capítulo tercero sobre Karl Marx del libro 'Intelectuales' de Paul Johnson
El Capítulo Octavo, «La jornada de trabajo», se presenta en contraste, como un análisis fáctico del impacto del capitalismo sobre las vidas de los proletarios británicos. De hecho, es la única parte de la obra de Marx en que realmente trata de los trabajadores, los sujetos ostensibles de toda su filosofía. Por lo tanto vale la pena estudiarlo en cuanto a su valor «científico»[148]. Puesto que, como ya hemos señalado, Marx sólo buscaba los hechos que concordaran con sus preconceptos, y como esto va en contra de todos los principio del método científico, el capítulo tiene, desde el principio, u defecto radical. Pero ¿acaso Marx, además de seleccionar tendenciosamente los hechos, también los presentó engañosamente a los tergiversó? Esto es lo que debemos examinar ahora.
Lo que el capítulo quiere demostrar, y se trata del núcleo de la tesis moral de Marx, es que el capitalismo por su propia naturaleza implica la progresiva y creciente explotación de los trabajadores; y por lo tanto cuanto más capital se emplee mayor será la explotación de los trabajadores, y este gran mal moral produce la crisis final. Al fin de justificar su tesis en forma científica debe demostrar: (1) por malas que hayan sido las condiciones de trabajo en las manufactura precapitalistas, se han vuelto mucho perores bajo el capitalismo industrial; (2) que, una vez admitida la naturaleza impersonal e implacable dEl capitalismo, la explotación de los trabajadores alcanza un punto culminante en las industrias con mayor proporción de capital invertido. Marx ni siguiera intenta demostrar el punto (1). Escribe: «En lo que se refiere al período que abarca desde el comienzo de la industria en gran escala en Inglaterra hasta el año1845, sólo lo consideraré incidentalmente refiriéndome para mayores detalles a la obra de Friedrich Engels Die Lage der arbeitendem Klasse in England (Leipzing, 1845)». Marx añade que posteriores publicaciones oficiales, en especial los informes de los inspectores de fábricas, han «confirmado la penetración de Engels para captar la esencia del método capitalista» y expuesto «con qué admirable fidelidad por el detalle pintó el cuadro»[149].
En resumen, toda la primera parte del estudio que hizo Marx a mediados de la década de 1860 se basó en un solo trabajo. Condiciones del trabajo de la clase trabajadora en Inglaterra, de Engels, publicado veinte años antes. Y en consecuencia, ¿qué valor científico puede adjudicarse a esta única fuente? Engels nació en 1820, hijo de un prospero industrial algodonero renano de Bremen, y se integró a la firma familiar en 1837. En 1842 fue enviado a la sucursal de la firma en Manchester y paso veinte meses en Inglaterra. Durante ese tiempo visitó Londres, Oldham, Rochdale, Ashton, Leed, Bradford y Huddersfield, al igual que Manchester. Tuvo así un conocimiento directo de los oficios vinculados a la industria textil, pero fuera de eso no tuvo conocimiento alguno de primera mano de las condiciones imperantes en Inglaterra. Por ejemplo, no sabía nada sobre minería y nunca bajó a una mina, no sabía nada sobre los distritos o el trabajo rurales. Sin embargo dedica dos capítulos enteros a Los mineros y a El proletariado de la tierra.
En 1958 dos eruditos muy minuciosos, W. O. Henderson y W. H. Challenger, tradujeron nuevamente y prepararon una edición anotada del libro de Engels, y estudiaron sus fuentes y el texto original de todas sus citas[150]. El resultado de este análisis fue destruir el valor histórico objetivo del libro y reducirlo a las proporciones de lo que indudablemente era: una obra polémica política, un trabajo panfletario, una diatriba. Engels le escribió a Marx mientras trabajaba en el libro: «Ante el tribunal de la opinión pública acuso a las clases medias inglesas de asesinato en masa, robo al por mayor, y todos los demás delitos existentes»[151].
Esto prácticamente resume el libro: era la presentación del caso hecha por el fiscal. Buena parte del libro, incluido todo el estudio de la época precapitalista y de las primeras etapas de la industrialización, no se basó en fuentes directas, sino en unas pocas fuentes secundarias de valor dudoso, en especial La población manufacturera de Inglaterra (1833), un trabajo teñido de la mitología romántica que intentaba demostrar que el siglo XVIII había sido la edad dorada de los pequeños agricultores o artesanos ingleses. Lo cierto es que la Comisión Real designada para informar sobre el trabajo de los niños en 1842 llegó a la conclusión indudable de que las condiciones laborales en los pequeños talleres y chozas eran mucho peores que las imperantes en las nuevas hilanderías de Lancashire. Las fuentes directas impresas a las que recurrió Engels estaban atrasadas en cinco, diez, veinte, veinticinco o hasta cuarenta años, pese a que generalmente las presentaba como contemporáneas. Al dar las cifras sobre nacimientos de niños ilegítimos atribuidos a los turnos de trabajo nocturno, dejó a un lado que estas databan de 1801. Citó un trabajo sobre obras de salubridad pública en Edimburgo sin informar a sus lectores que habían sido escritos en 1818. En muchas ocasiones omitió hechos y acontecimientos que invalidaban completamente sus datos desactualizados.
No siempre queda en claro si las tergiversaciones de Engels son un engaño deliberado para el lector o un autoengaño. Pero a veces el engaño claramente voluntario. Utilizó pruebas de las malas condiciones de trabajo descubiertas por la Comisión de Investigación sobre las fábricas (Factories Enquiry Comisión) de 1833 sin informar a los lectores que la Ley de Fábricas (Factory Act) de Lord Althorp de 1833 había sido sancionada y aplicada desde mucho tiempo atrás precisamente para eliminar las condiciones que el informe describía. Recurrió al mismo engaño al utilizar una de sus fuentes principales, el trabajo del doctor J. P. Kay Condiciones físicas y morales de las clases trabajadoras empleadas en la manufactura de algodón den Manchester (1832), que había contribuido a producir reformas fundamentales en las medidas sanitarias de los gobiernos locales; Engels no las menciona. Interpretó falsamente o no tuvo en cuenta las estadísticas penales cuando no apoyaban su tesis. En verdad, constantemente y a sabiendas suprime hechos que contradicen su argumentación o demuestran la inexistencia de una supuesta «iniquidad» que él busca denunciar. La confrontación cuidadosa de las citas que hace Engels de sus fuentes secundarias muestra que estas a menudo están truncadas, condesadas, mutiladas o deformadas, pero sin excepción puestas entre comillas como si fueran una transcripción literal.
A todo lo largo de la edición del libro hecha por Henderson y Challoner, las notas a pie de página conforman un catálogo de las deformaciones y falsedades de Engels. Tomando en consideración una sola parte, el Capítulo Séptimo, que lleva por título «El proletariado», las falsedades, incluidos errores de hecho y de transcripción, aparecen en las páginas 152, 155, 157, 159, 160, 163, 165, 167, 168, 170, 172, 174, 178, 179, 182, 185, 186, 188, 189, 190, 191, 194 y 203[152].
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El uso incorrecto constante de las fuentes por parte de Marx llamó la atención de dos investigadores de Cambridge en la década de 1880. Trabajando sobre la edición francesa revisada de El capital (1872-75), escribieron un artículo para el Cambridge Economic Club «Comentario sobre el uso de los Libros Azules» por Karl Marx en el Capítulo Quince de El capital (1885)[158]. Dicen que primero cotejaron las referencias de Marx «para obtener una información más completa sobre ciertos puntos», pero al quedar sorprendidos por el «número creciente de discrepancias» se decidieron a estudiar «la magnitud y la importancia de los errores tan claramente existentes». Descubrieron que las diferencias entre los textos de los Libros Azules y las cita de Marx no eran simplemente el resultado de la inexactitud, sino que «mostraban señales de una influencia distorsionante». En una clase de casos encontraron que las citas a menudo habían sido «convenientemente abreviadas por medio de la omisión de pasajes que bien podrían oponerse a las conclusiones a las que Marx trataba de llegar». Otra categoría «consiste en organizar citas ficticias a partir de enunciados aislados pertenecientes a diferentes partes de un informe. Luego estas son impuestas al lector entre comillas como teniendo todo el peso de citas tomadas textualmente de los mismo Libros Azules». Sobe un tema, la máquina de coser, «usa los Libros Azules con una temeridad pasmosa… para probar precisamente lo contrario de lo que estos en realidad comprueban». Su conclusión fue que la evidencia podría «no ser suficiente para respaldar una acusación de falseamiento deliberado» pero no permitía dudar de que mostraban «una desaprensión casi criminal en el uso de las fuentes» y justificaba poner cualquier «parte de la obra de Marx bajo sospecha»[159].
La verdad es que hasta la investigación más superficial sobre el uso que Marx hace de las pruebas le obliga a uno a considerar con escepticismo todo lo que escribió que dependiera de factores fácticos. Nunca se puede confiar en él. Todo el Capítulo Octavo, clave de El Capital, es una falsificación deliberada y sistemática para probar una tesis que el examen objetivo de los hechos demostró insostenible. Sus atentados contra la verdad caen dentro de cuatro categorías. Primero, usa material desactualizado porque el material actualizado no brinda apoyo a lo que quiere demostrar. Segundo, elige ciertas industrias en las que las condiciones eran particularmente malas como típicas de el capitalismo. Esta trampa era especialmente importante para él porque de no hacerla no hubiera podido en absoluto escribir el Capítulo Octavo. Su tesis era que El capitalismo genera condiciones que empeoran permanentemente; cuanto más capital se emplea peor debían ser tratados los trabajadores para obtener ganancias adecuadas.
La evidencia que cita ampliamente para justificarla proviene casi toda de empresas pequeñas, ineficientes, con poca inversión de capital, que se desempeñaban en industrias arcaicas que en su mayor parte eran precapitalistas, por ejemplo la alfarería, el vestido, herrería, panaderías, fósforos, papel de empapelar, encajes. En muchos de los casos específicos a que recurre (el de las panaderías es uno de ellos) las condiciones de trabajo eran malas, pero precisamente porque la empresa no había podido incorporar maquinaria por carecer de capital. De hecho a lo que Marx se refiere es a un estado de cosas precapitalista, sin tener en cuenta al mismo tiempo la verdad que no podía dejar de ver: a mayor capital menor penuria. Allí donde se ocupa realmente en serio de una industria moderna con un alto aporte de capital se encuentra con una carencia de pruebas. Otro ejemplo lo encontramos cuando trata la industria del acero: se ve obligado a apoyarse en comentarios añadidos («¡Qué franqueza cínica!», «¡Qué palabrería hipócrita!»), y respecto a los ferrocarriles se ve llevado a hacer uso de recortes periodísticos amarillentos por el tiempo de viejos accidentes («nuevos desastres ferroviarios»); su tesis requería demostrar que la relación entre accidentes y pasajero/milla era cada vez más alta, mientras que por el contrario caía en forma notable y para el momento en que se publicó El capital los ferrocarriles, se estaban convirtiendo ya en el sistema de trasporte masivo más seguro en la historia del mundo.