diumenge, 13 de maig del 2018

Licencia para votar




Es posible que haya gente, bastante gente o mucha gente, que vote en contra de sus intereses por alguna razón psicológica que desconocemos. Pero lo que si sabemos, gracias a estudios que los politólogos iniciaron a mediados del siglo pasado, es que existe un elevado número de votantes ignorantes o desinformados. Ilya Somin, autor de 'Democracy and Political Ignorance', concluye que al menos el 35% de los votantes no tiene ni idea. Ese voto ignorante estaría presente, por ejemplo, en la victoria del Brexit en el Reino Unido o de Donald Trump en Estados Unidos.

En su reciente libro 'Contra la democracia', el filósofo Jason Brennan propone que se exija un cierto grado de conocimiento e información en los electores para poder tener derecho a voto. Si un fontanero, una peluquera o un conductor necesitan licencia, por qué no un votante. Es lo que llama la epistocracia.

En esta entrada no pretendo exponer ni analizar, y ni mucho menos valorar, la propuesta de Brennan. Simplemente, poner sobre la mesa algunos de los datos y de los hechos que le han servido al autor estadounidense para formular su propuesta. Datos y hechos no solo preocupantes sino altamente alarmantes.

En los años electorales, la mayoría de los ciudadanos no puede identificar a ningún candidato de su distrito al Congreso.

Los ciudadanos normalmente no saben qué partido controla el Congreso.

Justo antes de las elecciones presidenciales de 2004 casi el 70 por ciento de los ciudadanos estadounidenses ignoraba que el Congreso había añadido al programa Medicare una prestación para la cobertura de recetas médicas, a pesar de que ésta suponía un enorme aumento del presupuesto federal y el mayor programa de subsidios aprobado desde que el presidente Lyndon B. Johnson iniciara la «guerra contra la pobreza».

En la elecciones legislativas de 2010 sólo el 34 por ciento de los votantes sabía que el Programa de Asistencia para Activos Problemáticos (TARP, por sus siglas en inglés) fue promulgado bajo la presidencia de George W. Bush y no durante la de Barack Obama. Sólo el 39 por ciento sabía que Defensa era la mayor categoría de gasto discrecional en el presupuesto federal.

Los estadounidenses sobrestiman enormemente el dinero que se gasta en ayuda exterior, y muchos de ellos creen de forma errónea que se puede reducir de manera significativa el déficit público recortando la ayuda exterior.

En 1964 sólo una minoría de los ciudadanos sabía que la Unión Soviética no era miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. (Sí, es correcto: la OTAN, la alianza creada para oponerse a la Unión Soviética.) Hay que tener en cuenta, además, que esto ocurría poco después de la crisis de los misiles en Cuba, en la que Estados Unidos casi entra en una guerra (nuclear) con la Unión Soviética.

El 73 por ciento de los estadounidenses no entiende en qué consistía la Guerra Fría.

La mayoría de los estadounidenses no sabe, ni de forma aproximada, cuánto se gasta en seguridad social o qué parte del gasto supone ésta en el presupuesto federal.

El 40 por ciento de los estadounidenses no sabe contra quiénes luchó Estados Unidos en la segunda guerra mundial.

Durante las elecciones presidenciales estadounidenses del año 2000, a pesar de que algo más de la mitad de los estadounidenses sabía que Al Gore era más progresista que Bush, no parecían entender lo que significa la palabra «progresista». El 57 por ciento de ellos sabía que Gore era más partidario que Bush de incrementar el gasto, pero significativamente menos de la mitad sabía que Gore apoyaba más el derecho al aborto y los programas sociales estatales, era más partidario del aumento de la ayuda a los negros, o apoyaba más la regulación medioambiental. Sólo el 37 por ciento sabía que el gasto federal para los pobres había aumentado o que los delitos habían descendido en la década de los noventa. En estas cuestiones, los estadounidenses acertaron menos que una moneda lanzada al aire. En otros años electorales se mantienen unos resultados similares.