Para decirlo en palabras de Finkielkraut: la humanidad indignada 'nunca encuentra problemas, tan solo escándalos'. Como el del gorila Harambe, muerto -¡asesinado!- para evitar que pudiera hacer daño a un niño de cuatro años. Que pudiera, no que quisiera, hacerle daño. Si quería o no es irrelevante, ya que es irresponsable de sus actos. Para decirlo en
palabras de Arcadi Espada:
Yo oigo caer un niño al foso y cargo mi fusil. Pero sí me gustaría dejar hecha una encuesta para que respondiera la gente ponderada y vacilante que mata a un mosquito por el picor. ¿Qué arriesgarían de su hijo en el foso para que el gorila no muriera? Ya sé que la vida no. ¿Y unas heridas leves, algo más que arañazos, pero nada grave? ¿Un brazo roto? ¿Incluso un brazo y una pierna rotos? ¿Una conmoción cerebral de la que acabaría recuperándose sin secuelas tras unos días en el hospital? ¿Tres años de pesadillas en las que el niño evoca el regazo sucio y maloliente del mono? ¿Una ligera sordera, de un solo oído, sin cura? Y la última: ¿todas sus decisiones serían las mismas en el caso de un secuestrador a tiro de alguno de nuestros formidables snipers?
La muerte del gorila ha provocado indignación y escándalo y amenazas de muerte contra los padres del niño y contra el director del zoológico americano. El animalismo no es la extensión del circulo moral humano sino su negación. La especie humana es la culpable de la destrucción del planeta. Y es a ella a la que hay que poner coto. El animalismo, por más que se disfrace de buenos sentimientos, no es humanismo. Es otra deshumanización moral.
Entre las voces indignadas se encuentra la de la experta en primates y activista Jane Goodall, que ama tanto a los chimpancés en libertad 'que está contribuyendo significativamente a su extinción'.
Lo dice Peter D. Walsh, experto en gorilas y chimpancés de la Universidad de Cambridge (Reino Unido):
En los últimos años, recuerda Walsh, uno de cada tres gorilas que existían en el mundo ha muerto a causa del virus ébola. El propio Walsh describió un letal brote de ébola que mató a unos 5.000 gorilas entre 2002 y 2003 en una zona entre Gabón y Congo. Y el virus se extiende, dice, también por culpa de activistas como Jane Goodall, que batallan radicalmente contra la experimentación con animales.
Walsh publicó en 2014 “el primer ensayo en chimpancés cautivos de una vacuna orientada a la conservación”. El experimento supone un cambio de paradigma: se utiliza a chimpancés de laboratorio para probar vacunas que beneficiarán a su propia especie, en lugar de a la humana.
(...)
Para los autores del ensayo, este “éxito” pone sobre la mesa “un dilema”. Las enfermedades infecciosas, argumentan, amenazan a las poblaciones africanas de simios tanto como la caza furtiva y la destrucción de su hábitat. El parásito de la malaria, la bacteria que produce el carbunco y la diseminación de enfermedades respiratorias, además de los brotes de ébola, están “devastando” estas poblaciones de simios, según denuncian los investigadores en un comunicado de la Universidad de Cambridge. En el caso de los grupos de simios visitados por científicos o turistas, la mitad de las muertes son provocadas por los virus respiratorios humanos que dejan los visitantes a su paso.
Para Walsh y sus colegas, la solución es vacunar, pero para eso se requiere ensayar antes vacunas en animales en cautividad. Y ahí aparece la oposición de personajes como Jane Goodall, que se opone “a la experimentación invasiva y lesiva” con chimpancés y otros primates. “En primer lugar, los conservacionistas de simios se han resistido mucho a vacunar a simios en libertad: algunos de ellos lo ven como algo antinatural, mientras que otros creen que es peligroso. En segundo lugar, los activistas de los derechos de los animales han hecho muy difícil llevar a cabo ensayos clínicos en cautividad”, explica Walsh sobre los obstáculos a los que se enfrenta.
(...)
En junio de 2013, los Institutos Nacionales de Salud de EEUU, que concentran la investigación médica del país, anunciaron la retirada de los laboratorios de 310 de sus chimpancés, dejando una colonia de apenas 50. Algunos centros de investigación, como el Instituto de Investigación Biomédica de Texas, criticaron duramente la decisión. “Aunque se pueden llevar a cabo algunas investigaciones biomédicas importantes con un grupo inicial de 50 chimpancés, esta cantidad elegida de forma arbitraria no es suficiente para permitir el rápido desarrollo de mejores vacunas y tratamientos para las hepatitis B y C, que matan a un millón de personas cada año”, criticó el centro de Texas.
“Tampoco es suficiente para permitir la investigación al máximo ritmo de vacunas y tratamientos para enfermedades que están contribuyendo a la extinción de chimpancés y gorilas”, advertía también el Instituto tejano. Más del 40% de los chimpancés estudiados por Jane Goodall están infectados por el virus que provoca el sida en esa especie, y su tasa de mortalidad prematura es entre 10 y 16 veces mayor que la de los individuos sanos, recordaba el centro de investigación biomédica.