Ya parecía imposible pero, finalmente, Pedro Sánchez se ha ido. Y se ha ido sin querer entender nada. En comparecencia pública para anunciar su dimisión como secretario general del PSOE, Sánchez ha reiterado por enésima vez que el problema es la discrepancia interna sobre la investidura de Rajoy, eludiendo que el detonante de la crisis ha sido la doble derrota electoral del partido en las elecciones de Galícia y el País Vasco y la sospecha, más que fundada, de que había apalabrado un pacto de gobierno con Podemos y ERC con Iceta de testigo.
¿Porque nadie cuenta la verdad, q el origen de la crisis del PSOE está en q Sánchez estaba cerrando un pacto con los independentistas?— Rosa Díez (@rosadiezglez) 30 de septiembre de 2016
Su intransigencia y su ego, su desenfrenada ambición por llegar a la presidencia del Gobierno a cualquier precio, dejan tras él un PSOE dividido, roto, moribundo, con heridas difíciles de curar.
El PSOE que conocíamos ha muerto. El espacio de centro izquierda que ocupaba como partido socialdemócrata ha quedado en gran parte hueco. Medio PSOE está más cerca de Podemos que de Felipe González. Y la otra mitad no sabemos exactamente dónde está.
Ese espacio debe ser cubierto. Y ello ofrece una oportunidad a Ciudadanos, que no puede desaprovechar. Visto que no son un partido liberal, pueden desplegar una proyecto social-liberal que ocupe el espacio de la vieja socialdemocracia.
Esa u otra combinación sería mil veces preferible a que ese espacio lo capitalizaran los apocalípticos de Podemos.