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John Maynard Keynes asiste en representación del Reino Unido a la Conferencia de creación del FMI en New Hampshire, 1944 |
Tras la ruptura de Bretton Woods y de cualquier rastro del patrón oro en el sistema monetario global, el FMI mutó para, en esencia, continuar haciendo lo mismo que hasta entonces: extender créditos blandos a Estados que atraviesan crisis financieras debido a su sobreendeudamiento público. O dicho de otra forma: el propósito actual del FMI es el de rescatar a gobiernos manirrotos e insolventes para que no deban adoptar ajustes presupuestarios tan drásticos como aquellos que deberían tomar en su ausencia. Evidentemente, una vez extendido ese crédito, el FMI les impone a los Estados deudores e insolventes un duro programa de ajustes, pues, como maquinaria acreedora que es, busca ante todo recuperar lo prestado: a saber, les impone a los Estados rescatados recortes del gasto, subidas de impuestos o privatizaciones con la finalidad de que hagan caja y amorticen el crédito recibido.
De nuevo, rescatar a gobiernos manirrotos (y a aquellos inversores que imprudentemente les prestaron su capital para que durante años pudieran gastar muy por encima de su recaudación corriente) no tiene nada que ver con el liberalismo y sí con un intento de mantener a flote burocracias estatales quebradas. De hecho, la evidencia nos indica que la actividad del FMI sólo contribuye a incrementar el riesgo moral entre gobiernos e inversores en deuda pública: los primeros adquieren malos incentivos para gastar todavía más de lo que deberían y los segundos aprenden a extender crédito ciegamente, conocedores de que el Fondo acudirá a su auxilio. | Juan Ramón Rallo
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