Carta al refugiado
Manuel Molares do Val
Señor Refugiado: Ha huido usted hacia Europa porque en su país ha despertado como hace cíclicamente la bestia terrible del yihadismo, tan destructor que no respeta ni siquiera a los niños.
A los que otros niños queman vivos, los crucifican y fusilan, que viola en masa y vende como esclavas sexuales a las mujeres, que empala y lapida a apóstatas y homosexuales.
Es el horror del Estado Islámico, del Ejército Islámico, del DAESH, de la interpretación más radical del islam, como los “Assassin”.
Un islam, Señor Refugiado, y usted lo comparte, que nació hace catorce siglos con las batallas de Mahoma y que ha seguido hasta hoy manteniendo guerras religiosas sin fin.
Siempre se han matado por la textualidad de una aleya del Corán o por un hadiz, o por Alí, primo y yerno de Mahoma, y sus hijos, creadores del chiismo, o por sus enemigos los califas padres del sunismo.
Unos contra otros, o ataques entre las mismas sectas, siempre en expansión con la yihad, la guerra santa.
Usted es una víctima de una de las interpretaciones del islam de mayor expansión hoy, y huye hacia la Europa próspera, rica y libre, todavía sin poder musulmán.
Pero Europa tiene unas leyes distintas a las suyas. Aquí la mujer vale tanto como el hombre, no la mitad. Aquí nadie –sólo los monjes-- está esclavizado por rezos a horas fijas, como usted, y nadie obedece un libro sagrado letra por letra.
El adulterio, apostatar de la religión o blasfemar no tiene castigo, y menos la muerte. Tampoco se toleran los crímenes por honor ni las ablaciones.
Señor Refugiado, sea bienvenido si acepta la cultura y el sistema de vida judeocristiano, base de su humanismo-humanitarismo, pero no debe traer usted peticiones y costumbres del medioevo; de lo contrario debería ser expulsado.
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