El Steve Jobs del terrorismo yihadista contemporáneo se llamó Osama bin Laden y cometió su primer atentado en 1992 en Yemen. Un atentado que fue un fiasco ya que mató a dos turistas australianos en lugar de a las decenas de 'marines' que había planeado. Pero el hombre no se desanimó y fue perfeccionado sus métodos hasta que en el verano de 1998 mató a 200 personas en un doble atentado contra las embajadas de EEUU en Kenia y Tanzania. Después de un ataque contra el destructor USS Cole que hizo 17 muertos en el año 2000, Bin Laden llegó al zenit de su capacidad de innovación convirtiendo cuatro aviones comerciales en mortíferos misiles que destruyeron las dos Torres Gemelas de Nueva York y una parte del Pentágono, matando en total a casi 3.000 personas.
Todo ello fue anterior a la guerra de Irak, que empezó en el mes de marzo del año 2003 tras una rápida guerra que destruyó al Emirato Islámico de Afganistán gobernado por los talibanes y en donde Al Qaeda tenía su santuario. A diferencia de Afganistán, la guerra de Irak no tenía relación directa alguna con los atentados del 11-S si no con el miedo de EEUU a que la nueva amenaza que representaba Al Qaeda sumada a la vieja que representaba el régimen de Saddam -que había fabricado y usado armas químicas y biológicas durante décadas y que años antes había intentado anexionarse el emirato de Kuwait- pudieran desestabilizar no sólo el Próximo Oriente sino el orden internacional.
Tras la expulsión de Saddam de Kuwait en 1991 por una coalición liderada por EEUU, el Consejo de Seguridad de la ONU impuso un régimen de sanciones e inspecciones para localizar y destruir las instalaciones iraquíes de fabricación de Armas de Destrucción Masiva. Durante 7 años Saddam Hussein estuvo jugando al gato y al ratón con los inspectores que, a pesar de todo, lograron destruir algunas instalaciones. Pero en diciembre de 1998, los expulsó a todos. Dos años después, Salman Yasin Zweir, un científico desertor iraquí, aseguró que Sadam había ordenado reanudar el programa de armamento nuclear en 1998, cuatro meses antes de la expulsión de los inspectores. Todo ello hizo sospechar que Irak estaba aprovechando para rearmarse acelerando su programa de fabricación de ADM. Movimientos pacifistas y de izquierda denunciaron que Iraq estaba construyendo la bomba atómica con la ayuda de Estados Unidos.
El problema que tenía la inteligencia occidental, como se puso de relieve en las investigaciones que tuvieron lugar en el parlamento británico y estadounidense tras la guerra, es que ni EEUU ni el Reino Unido tenían espías en los aparatos de poder de los países árabes y menos aún en Irak. La razón de ello es que tras el fin de la guerra fría -que había prácticamente monopolizado durante décadas el espionaje occidental- y la no existencia en ese momento de una amenaza parecida a la que habían significado los regímenes comunistas, Occidente no disponían de una red de espionaje mínimamente eficiente en los países árabes.
Tras el 11-S, el miedo a que Saddam realmente tuviese o estuviera en proceso de fabricar ADM, llevó a Washington y Londres a decidir su derrocamiento preventivo. En cualquier caso, creyeron que el mundo estaría mejor sin ese régimen sanguinario y de terror y con un gobierno aliado en su lugar. Afianzar ese nuevo régimen en Irak, dividido casi a muerte entre suníes y chiíes y convertido en polo de atracción del yihadismo internacional, no iba a ser fácil, como se demostró, y requería de muchos años de compromiso político y económico y de tutela militar. Lamentablemente, cuando ya se había logrado la inflexión y el yihadismo estaba prácticamente derrotado y en retirada, la precipitada salida de las tropas norteamericanas decidida unilateralmente por Obama dejó el campo libre a sus enemigos. El nuevo presidente no quiso entender que, a pesar de su legítima oposición a la guerra y precisamente por ella, no podía dejar colgada a la población iraquí. Con la guerra, Estados Unidos había adquirido una responsabilidad que no debía eludir.
Durante la ocupación, inspectores norteamericanos y británicos no encontraron ningún almacén con armas de destrucción masiva perfectamente ensambladas y a punto de utilizar. Las cámaras de televisión no pudieron mostrar esa imagen y como lo que no sale en televisión no existe, se concluyó que las ADM tampoco. Es más, se concluyó que todo había sido un engaño. Sin embargo, los inspectores sí encontraron evidencias no sólo de que esos programas habían existido hasta muy poco antes de la guerra sino que Iraq disponía de todo el 'how now' necesario para retomar su fabricación en cualquier momento (edificios, laboratorios y materiales de doble uso y, sobre todo, de científicos competentes para llevarlos a cabo).
Precisamente, algunos de esos científicos y los restos de esos materiales e instalaciones han pasado a estar bajo el control del Estado Islámico que los han requisado y reclutado con el objetivo de desarrollar su propio arsenal de armas químicas y biológicas. Ese es el hilo conductor que va de Saddam Hussein a Abu Bakr Al Baghdadi y que aparece cada día con mayor nitidez, como contaba ayer este despacho de la agencia Reuters:
AP.-Retired Lt. Gen. Richard Zahner, who was the top American military intelligence officer in Iraq in 2005 and 2006 and went on to lead the National Security Agency's electronic spying arm, noted that al-Qaida tried for two decades to develop chemical weapons and didn't succeed, showing the technical and scientific difficulties.
However, he said, U.S. intelligence agencies have consistently underestimated the Islamic State group, which has shown itself to be more capable and innovative than al-Qaida and has greater financial resources. Given that and its inheritance of Saddam-era experts, he said, it could realistically reach a "limited" program for battlefield uses.
"Even a few competent scientists and engineers, given the right motivation and a few material resources, can produce hazardous industrial and weapons-specific chemicals in limited quantities," Zahner said.
Developing chemical weapons has been an ambition of the group — and various other jihadi movements — for years.
In a 2013 report on the Islamic State group's weapons procurement efforts, a senior deputy of IS leader Abu Bakr al-Baghdadi wrote of "significant progress" toward producing chemical weapons, according to two senior officials who had access to the document after it was obtained by Iraqi intelligence.
In it, the deputy, Sameer al-Khalifawy, wrote that chemical weapons would ensure "swift victory" and "terrorize our enemies." But, he added, what was needed was "to secure a safe environment to carry out experiments."
Al-Khalifawy was killed by rebels in Syria in early 2014, just months before IS overran Mosul and much of northern and western Iraq, linking that territory to the stretches of northern and eastern Syria it controlled and declaring itself a "caliphate."
In May 2013, Iraqi security forces, acting on a tip from the Americans, raided a secret chemical weapons research lab in Baghdad's Sunni-majority district of al-Doura, the Iraqi intelligence officials said. Security forces arrested two militants running the lab, Kefah Ibrahim al-Jabouri, who held a master's degree in chemistry, and Adel Mahmoud al-Abadi, who has a bachelor's degree in physics and worked at Saddam's Military Industrialization Authority before it was disbanded in 2003.
The Iraqi officials said the two men were working with al-Baghdadi, citing IS correspondence they seized from al-Jabouri. Other international officials disputed this, however, saying the men were not connected with the group.
Iraqi officials complained of lack of cooperation from neighboring Syria.
They cited the case of a veteran Iraqi jihadist and weapons expert, Ziad Tareq Ahmed, who fled to Syria after Iraqi security agents raided his Baghdad home in 2010 and arrested members of his cell. The agents found large amounts of material that could be used for making mustard gas.
Ahmed, who has a master's degree in chemistry and has worked with several Islamic militant groups without formally joining any, was arrested by the Syrians last year. The Syrian government allowed Iraqi officals to interrogate him in prison but refused to hand him over. Then last month, they released him, two Iraqi intelligence officials said.
"This is a very grave development," said one of the officials, who heads one of Iraq's top counterterrorism agencies. "His release adds significantly to our concerns."
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