El principal censor de la prensa, del derecho a la información y de la libertad de expresión, es y ha sido siempre el Estado. No puede extrañarnos, pues, que un totalitario como Pablo Iglesias clame contra la prensa independiente y reclame el control público de los medios de comunicación privados. Para él y sus camaradas la única prensa libre es la que controla el Estado. O más exactamente, la que controla su Estado. O sea, ellos.
Se llenan la boca repitiendo que la prensa privada o independiente es una farsa porqué obedece a intereses particulares o porqué está en manos de los bancos.
En una sociedad libre, puede haber algunos medios que estén en manos de la banca y muchos otros que no. ¿Público, eldiario.es o la Sexta están también en manos de los bancos? Ciertamente, la influencia del dinero puede lograr el silencio de algunos medios en determinado asunto y en determinado momento. Pero los medios realmente privados viven del mercado y no pueden ocultar información sin perder lectores o audiencia, especialmente si la competencia difunde la información que ellos callan. Es por eso que los medios privados, a pesar de las presiones de bancos y anunciantes, acaban publicando la información sensible, aún que sea de una manera neutra o no beligerante. Al fin y al cabo, un medio privado puede, en su linea editorial, posicionarse sobre todos los temas de la misma manera que lo hacen los partidos o los simples ciudadanos, siempre y cuándo ese posicionamiento no afecte a la veracidad de los hechos de que informa.
Los medios públicos, por el contrario, no suelen vivir del mercado y responden siempre y en última instancia a los intereses del Estado que los financia. Pueden tener organismos colegiados -los Comités Profesionales- o externos -los Consejos Audiovisuales- cuya misión es, entre otras, velar para que los medios públicos no se conviertan en una correa de transmisión del gobierno de turno. Dichos organismos tienen muchos defectos, pero especialmente uno: suelen ser muy beligerantes cuándo el gobierno de turno es de derechas y sumisos, cuándo no guardia pretoriana, cuándo es de izquierdas. Y eso nos lleva al lado oscuro del periodismo contemporáneo: su fascinación por ser protagonista de una realidad que quiere cambiar, en lugar de contarla y diseccionarla para que todos podamos comprenderla mejor.
Hay miles de periodistas de todas las razas, los géneros y las ideologías políticas. Pero la mayor parte ellos comparten, especialmente en Occidente y más allá de las puras técnicas del oficio, una ideología 'políticamente correcta' de la profesión. En concreto: que la verdad no existe y que, en consecuencia, la objetividad tampoco. De esa manera, el periodista se libera del duro trabajo de buscar y ceñirse a la veracidad de los hechos y puede volar impunemente al reino de la 'contextualización y la interpretación' según le salga de su escroto -perdón, de su subjetividad. Lo único que se le exige es honradez. Es decir, no se le exige veracidad, objetividad, escrupulosidad sino coherencia con su subjetividad moral. Así, un periodista comunista o nazi no sólo tiene el derecho sino la obligación de 'interpretar' los hechos a través del color del cristal con que los mira.
Éste es para mí, después de casi 50 años de ejercer de periodista en medios públicos y privados, el cáncer que corroe al periodismo contemporáneo. Ese ejército de periodistas románticos cuya vocación no es la de ser testigos y notarios de los hechos, sino la de ser también protagonistas de los mismos. El periodismo como arma transformadora, como instrumento de la revolución. Y el tonto de Pablo Iglesias sin enterarse.
¿Va estando ya claro que este hombre, además de narcisista y prepotente es tonto? https://t.co/vedCohA8O0— Ramón Cotarelo (@ramoncotarelo) 21 de abril de 2016
El fascismo de los de Podemos está siendo ya cargante. Comparecen grupo, como los guerrilleros de Xto Rey y salen en jauría en las redes— Ramón Cotarelo (@ramoncotarelo) 22 de abril de 2016
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