En algo han errado los buenos para que, de un tiempo a esta parte, solo vayan de mal en peor. Hace tiempo que el populismo y el nacionalismo están creciendo en las democracias occidentales, pero casi todo el mundo se ha limitado a mirar el fenómeno por encima del hombro, con prepotente curiosidad o con desprecio. Hasta que llegó el Brexit y los dejó con la boca abierta. Nadie parecía entender lo que había pasado y optaron por lo fácil: culpar a los 'ignorantes' electores.
Ni los políticos, ni los periodistas, ni los encuestadores -que han llegado a afirmar que era imposible una derrota de Clinton- han acertado una, pero siguen adelante convencidos que alcanzarán, de derrota en derrota, la victoria final. Han sacado la artillería pesada y acusado poco menos que de nazis y fascistas no ya a los nuevos movimientos políticos sino a los electores de los mismos, que son recriminados por ser viejos, por ser blancos, por ser medio analfabetos, por tener miedo a la inmigración descontrolada, al islamismo y a las nuevas tecnologías, o por no ser competitivos, ni feministas, ni vegetarianos.
De esta manera, ignorando y despreciando los problemas de toda esa gente, han abierto la puerta al populismo y al nacionalismo, que en su mayor parte no es ni nazi ni comunista pero que no por ello no dejan de ser un peligro para el futuro de nuestras sociedades abiertas.
En lugar de argumentos, los buenos han respondido con la prepotencia y el insulto a las mentiras de Farage o de Trump. Se han puesto a su mismo nivel. Pero sobre todo, ni tan siquiera se han molestado en ofrecer a los electores de los mismos una alternativa para mejorar o paliar sus problemas, sus miedos y sus frustraciones. ¿Para qué molestarse, parecían pensar, si su destino no es otro que el basurero de la historia?
Pues bien, hoy han sido los buenos -la élite- los que han despertado en el cubo de la basura.
La muerte del elitismo
The public no longer has faith in big banks or big companies or big government. People cannot trust the banks because they create sham accounts to meet sales targets, or trust technology companies because they make shoddy cell phone equipment that blows up in our hands only to be replaced with another shoddy phone that blows up in our hands.Seguir leyendo...
And the governing class has failed us miserably, from wars in the Middle East that never end, to a healthcare bill that erodes our income to the politicization of the once trustworthy institutions of the Pentagon, NASA and the Justice Department.
To them, the system is genuinely rigged, and the divide between the Ivy League educated and the state or trade school educated, between the haves and the have-nots, has become so deep that there is no bridge long or sturdy enough to connect them.
It is that very thing that explains why so many Americans are attracted to the deeply flawed candidacy of Donald Trump.
Sure, some people see in Trump a successful businessman who can easily transfer those skills to government, but there are plenty of other successful executives — Michael Bloomberg, for example, who, despite the delusions of some Manhattan-based commentators, would never have had the same broad appeal.
Trump, despite his wealth, connections and pedigree (rich father, Wharton business school), is something of an outsider, explained Paul Sracic, political science professor at Youngstown State University.
"I think he actually sees that, which is why he has always been so over-the-top in his bragging," he said.
Yes, Bill and Hillary Clinton came to his wedding, but as Trump himself explained, they only came because he gave them money.
Trump had to buy his way into the elite, because he is not one of them, said Sracic, "and that's what people like about him. The elites hate him, all of them, on both sides of the aisle."
And voters are sick and tired of the elite. Why? Because the social contract has been broken. One side gets all of the benefits, and the other side bears all of the costs.
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