Como decía en mi anterior artículo, cuando llegó la Transición la tasa de desempleo era del 5% y el nivel de vida de los españoles se había multiplicado por cuatro en una sola generación gracias al enorme (aunque frágil) crecimiento económico experimentado por el país entre 1950 y 1974 (un 6% anual en PIB per cápita).
Desde entonces la economía española ha tenido un crecimiento medio del PIB per cápita de sólo el 1,6% anual (PPC real) y una tasa de paro media del 17%, a pesar de añadir más de dos millones de empleados al sector público (especialmente por la hipertrofia del Estado de las Autonomías). Hasta el advenimiento de la crisis, dos de cada tres empleos creados desde la Transición pertenecían a la Administración o al sector de la construcción.
Lo que es aún más preocupante es que incluso estos mediocres resultados económicos no se habrían logrado sin la ayuda de importantes vientos de cola que son absolutamente irrepetibles, entre los que cabe señalar el tremendo aumento del endeudamiento público y privado, los fondos estructurales y de cohesión europeos, el acceso a una amplia zona de libre comercio como es la UE y el ahorro de los costes financieros derivada del euro y las políticas del BCE. Si con estos gigantescos subsidios no hemos logrado bajar de un desempleo medio del 17%, ¿qué ocurrirá sin ellos?
El entorno actual de menor crecimiento mundial causado por la caída de la productividad y por el endeudamiento masivo de Occidente nos complica aún más las cosas. Por ello, o afrontamos una refundación político-económica del país o España sufrirá un empobrecimiento generacional que conlleva el serio riesgo de causar convulsiones sociales en una población arrullada por la adulación constante de los demagogos y seducida por la falsa promesa de “seguridad” propia del Estado de Bienestar.
Leer el artículo completo de Fernando del Pino Calvo-Sotelo, aquí
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