La izquierda, que históricamente ha defendido siempre el progreso, al menos de boquilla, se ha convertido en las últimas décadas en una fuerza conservadora. Peor aún, regresiva. Sus propuestas económicas y laborales a corto, medio y largo plazo, se han vuelto defensivas, miedosas, nostálgicas, profundamente deprimentes. Su único objetivo es exprimir al máximo fiscalmente a los ciudadanos y mantener ese statu quo neocaciquil que consiste en mantener al mayor número posible de ciudadanos dependientes del estado. En lugar de estimular el desarrollo de las nuevas tecnologías, lo único que se les ocurre es desincentivarlas con nuevos impuestos, como el aprobado por el Parlamento Europeo a la robótica.
La izquierda ya no defiende los intereses de los trabajadores, si es que alguna vez lo ha hecho de verdad. Solo defiende los suyos. Su supervivencia política.
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