EL MUNDO.- Cuando Camille Paglia era una insolente estudiante de 12 años, provocó una pelea monumental con una monja de su colegio católico de Syracuse (Nueva York). «Si Dios es infinitamente misericordioso, ¿es posible que algún día perdone a Satán?», inquirió la alumna a la religiosa, que enrojeció de impotencia ante tamaña insubordinación.
Aquel día, Paglia dejó la Iglesia Católica.
Aquel día, Paglia inició su trayectoria de polemista infatigable.
Y, desde aquel día, Paglia nunca ha esquivado los interrogantes más incómodos con una independencia de criterio que, en ocasiones, traspasa los límites de lo temerario.
Sólo unos ejemplos de los temas más candentes.
- ¿Cree en la discriminación positiva?
- No: es paternalista, condescendiente y, en último término, dañina para los grupos que pretende proteger, porque los convierte en víctimas.
- ¿Qué opina del #MeToo?
- Lo que empezó como un movimiento para defender a las mujeres ha derivado en un mecanismo estalinista, incompatible con la democracia.
- ¿Tiene algún límite la libertad de expresión?
- Cualquier restricción a la libertad de expresión es inherentemente malvada.
La pionera del feminismo (Nueva York, 1947) responde el teléfono desde Philadelphia para hablar, entre otras cosas, de Sexual Personae, su primer libro, que cumple ahora 30 años y que se reedita en España (Deusto). Aquel sesudo ensayo de casi 1.000 páginas sobre la sexualidad y el desarrollo de la cultura en Occidente la consagró como la voz más airada de una de las corrientes del feminismo: la que huye de «la victimización» de las mujeres y apuesta por la «asertividad» y el ejercicio desprejuiciado de las libertades de la civilización occidental.
El libro, rechazado por siete editoriales antes de publicarse, cosechó tantos elogios -de Gore Vidal a David Bowie- como críticas del feminismo de nueva ola. Gloria Steinem llegó a compararlo con el Mein Kampf y a su autora con Hitler. «En vez de aplaudir a una mujer que, a sus 43 años, por fin conseguía publicar un libro tan ambicioso, se dedicaron a lapidarme», recuerda Paglia. «Esto demuestra la hipocresía del feminismo: sólo aplauden tus logros si repites las consignas del movimiento, el pensamiento único que ellas difunden».
-Pero si usted misma lo decía en su libro: «Mi intención es no agradar a nadie y ofender a todo el mundo».
-¡Es cierto! (se carcajea).
El ensayo incluye sentencias claramente destinadas a escandalizar. Quizá la más célebre sea: «Si la civilización dependiera de las mujeres, aún viviríamos en chozas». ¿Aún defiende esta frase? «¡Claro! Todas las grandes estructuras, de las pirámides a los zigurats, son producto de la mente masculina. El feminismo se equivoca al tachar a los hombres como malvados, egoístas y violadores, cuando el propio feminismo no existiría sin la civilización y todos los maravillosos inventos que debemos a los varones: el coche, el ordenador, la lavadora... Sé que es una frase llamativa, pero ese es su propósito: atrapar la atención y hacer que la gente piense».
Desde luego, a Paglia le gusta sembrar la confusión. Se define como una atea radical, pero luce una estampita de Santa Teresa de Ávila en su despacho. Es una demócrata defensora del socialista Bernie Sanders, pero coquetea con el negacionismo climático. «Hay un estalinismo rampante en el mundo que no tolera a quienes no encajamos a la perfección en los moldes de la izquierda y la derecha y trata de machacarlos», se defiende Paglia.
Hoy, esta profesora de la Universidad de las Artes de Philadelphia se muestra especialmente preocupada por los alumnos que crecen en el pacato clima actual. Cuando ella era estudiante, en los años 60, los jóvenes eran «fanáticos de la libertad de expresión», a la que consideraban «el pilar de la civilización». «Ahora, en cambio, los jóvenes defienden todo tipo de límites y restricciones: les preocupa más que alguien hiera sus sentimientos que ser capaces de tener un debate libre sobre ideas», denuncia.
Paglia aún recuerda cómo en su infancia, cuando aún estudiaba en aquel colegio de monjas, la Iglesia publicaba una lista semanal de las películas aptas para los feligreses. Ahora, denuncia, vivimos una situación similar, aunque los censores hayan cambiado de bando: «La Iglesia ha perdido su poder, pero la han reemplazado los guardianes de lo políticamente correcto. ¿Liberales de izquierdas que defienden la censura? ¡Nos hemos vuelto locos! Su filisteísmo me resulta deprimente».
La izquierda, según Paglia, ha pasado de «cuestionar la autoridad» a erigirse en «guardianes de la moralidad» biempensante. Y se remonta a la Revolución Francesa para explicar cómo «todos los movimientos de liberación de la izquierda» arrancan con la defensa del individuo como uno de sus pilares y luego, «tras un extraño proceso orgánico», degeneran «en una tiranía»: «Ahora nos encontramos en ese momento, al menos en EEUU: el movimiento de las libertades civiles ha sido secuestrado por los burócratas de las universidades y los gobiernos».
Tal es su desesperación que Paglia, atea confesa, echa de menos el rol que ejercía la religión en la formación de los jóvenes. La fe, explica, proporcionaba una visión del mundo más profunda que el triunfante posmodernismo, que postula que nada tiene significado real, que todo es subjetivo y evanescente. Y, más allá aún, la desaparición de la religión deja un vacío que hace que algunos movimientos políticos -«como el propio feminismo»- estén adquiriendo los rasgos propios de un culto.
- Dicho todo esto, ¿aún se considera feminista?
- ¡Por supuesto! En 1963, con sólo 16 años, ya publiqué una carta en Newsweek en la que pedía la igualdad de derecho de las mujeres. De hecho, gran parte de mis críticas al feminismo moderno vienen de mi admiración por las pioneras del movimiento: Simone de Beauvoir, Amelia Earhart, las sufragistas que consiguieron el derecho al voto... En otras palabras: soy una feminista disidente a la que le gusta pensar de forma independiente.
En concreto, a Paglia le gusta definir sus ideas como «feminismo callejero» en oposición al «feminismo victimista» que predomina hoy. «Me opongo a definir cualquier grupo social como víctimas», afirma. «Soy una feminista de la equidad. Creo en la igualdad de derechos para todos. No creo en las cuotas, en las protecciones especiales ni en que ningún grupo que viva hoy sea depositario del sufrimiento que se infligió a sus antepasados».
- En el mundo de hoy, ¿es más difícil ser homosexual, mujer o negro que hetero, hombre o blanco?
- La vida es difícil para todos. Por su propia definición, la vida está limitada por la mortalidad y la vulnerabilidad del organismo...
- No me ha respondido. ¿Sí o no es más difícil?
- ¡Es que yo no veo la vida así! Vale, también es más difícil ser pobre que rico o tener polio que estar sano. Pero rechazo pensar que tu vida es más difícil por el daño que sufrieron tus antepasados. Mira, yo soy italoamericana, mi familia sufrió discriminaciones, pero jamás he pedido ningún tipo de estatus de víctima por ello.
- Hablemos entonces de discriminaciones presentes, como la brecha salarial...
- Todos los estudios demuestran que son una ilusión provocada por el tipo de trabajos que eligen las mujeres, que suelen estar peor pagados que los de los hombres.
- Igual es al revés: están peor pagados porque son de mujeres...
- Dejemos una cosa clara: dos personas que hacen el mismo trabajo deben cobrar lo mismo. Pero las estadísticas demuestran que las mujeres eligen trabajos más seguros, en entornos más cómodos y que les permiten conciliar...
- ...Habrá algún factor social que también explique la brecha salarial.
- Bueno, es cierto que los hombres piden que les suban el sueldo cada año y a las mujeres les da vergüenza. ¡Yo misma no he pedido un aumento en mi vida! Debemos enseñar a las mujeres a tomarse en serio su salario y a no avergonzarse por pedir que se las valore.
Paglia mantiene una postura similar sobre el #MeToo, detonante de la actual ola feminista. Las mujeres, asegura, deben aprender a defenderse ante cualquier conato de abuso sexual. «Muchas chicas no quieren ofender al varón, toleran las primeras insinuaciones y buscan protección cuando ya es demasiado tarde», dice. «Deben aprender a no sonreír, a no sonrojarse y a proyectarse como personas asertivas y que se respetan a sí mismas».
Un claro ejemplo, afirma, es el caso Weinstein: «Muchas de las denuncias empiezan con el relato de una cita de trabajo en una habitación de hotel y Weinstein, que era un cerdo, abría la puerta en batín. En ese momento, las mujeres se enfrentan a una decisión: entrar o no en el cuarto. Lo que yo digo como feminista es que tu carrera no es tan importante como tu dignidad personal, así que no aceptes una reunión de trabajo con un hombre gordo en un batín».
- Para empezar, las mujeres no deberían encontrarse nunca en esa situación, ¿no?
- Si suficientes mujeres empiezan a rechazar esos abusos con contundencia, los hombres dejarán de intentarlo. Así de simple.
- De hecho, muchos hombres han empezado a cambiar sus costumbres a raíz del #MeToo...
- En toda la historia de la Humanidad, los hombres intentan seducir y las mujeres eligen. Esto es así.
- Usted ya lo ha escrito: «La mujer es el sexo dominante. Los hombres tienen que hacer todo tipo de tonterías para demostrar que son dignos de la atención de la mujer»
- Sí. En esta cultura de la victimización, las mujeres no se dan cuenta del enorme poder del que disponen. Es muy fácil avergonzar a un hombre que se propasa. Basta con ejercer tu poder femenino para frenarles en seco.
- Entonces, ¿por qué sigue habiendo problemas?
- Antes los mundos de los hombres y las mujeres estaban separados. Ahora, la sexualidad y la vida laboral se entremezclan y mucha gente no es capaz de ver las situaciones con claridad. Sólo eso explica que una actriz se sorprenda cuando un productor en batín y fama de cerdo intente propasarse con ellas en un hotel.
- ¿Cómo se puede arreglar la situación?
- Si acaso irá a peor. En la era del smartphone, estamos tan habituados a comunicarnos por mensajes que ya no sabemos leer las caras del otro sexo.
- Y también hay hombres que no quieren leerlas...
- Sí, hay psicóticos sin capacidad de razonamiento moral. Las mujeres nunca deben ponerse en una posición vulnerable con un hombre desconocido. Una de mis frases más famosas es: «No hay un Mozart mujer porque no hay un Jack el Destripador mujer». La mente masculina es radical, tanto en su genialidad como en su capacidad para hacer el mal. Y ambas están vinculadas: los grandes artistas son, en cierto modo, rompedores de leyes.
Con eso Paglia se despide, no sin antes desear suerte a su admirado Pedro Almodóvar en los Oscar. «Ni sé cuántas veces he visto Mujeres al borde... y cuantas veces me vienen a la mente escenas de la película. ¡Es sensacional!».
GONZALO SUÁREZ | El Mundo
[https://www.elmundo.es/…/01/20/5e23338921efa0fb078b45ec.html]
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