divendres, 17 de gener del 2020

Paul Johnson: 'A diferencia de sus predecesores sacerdotales, los intelectuales no eran servidores e intérpretes de los dioses, sino sus sustitutos'


Paul Johnson
A lo largo de los últimos doscientos años la influencia de los intelectuales ha crecido sin cesar. En efecto el ascenso del intelectual laico ha sido un factor clave en la configuración del mundo moderno. Visto en la larga perspectiva de la historia es en muchos sentidos un factor nuevo. Es cierto que en sus encarnaciones anteriores como sacerdotes, escribas y augures, los intelectuales han afirmado su derecho a guiar a la sociedad desde el primer momento. Pero como custodios de culturas sacerdotales, ya fuesen primitivas o complejas, sus innovaciones morales e ideológicas estaban limitadas por los cánones de una autoridad externa y por la herencia de la tradición. No eran ni podían ser espíritus libres, aventureros de la mente. Con la decadencia del poder eclesiástico en el siglo dieciocho surgió un nuevo tipo de mentor para llenar el vacío y atraer la atención de la sociedad. El intelectual laico podía ser deísta, escéptico o ateo. Pero estaba tan dispuesto como cualquier pontífice o presbítero a decirle a la humanidad cómo manejar sus asuntos. Desde el primer momento proclamaba una devoción especial por los intereses de la humanidad y un deber evangélico de promoverlos por sus enseñanzas. Aportaba a esta tarea que se adjudicaba a sí mismo un enfoque mucho más radical que sus predecesores religiosos. No se sentía atado por ningún cuerpo de religión revelada. La sabiduría colectiva del pasado, el legado de la tradición, los códigos prescriptivos de la experiencia ancestral existían para ser seguidos selectivamente o rechazados en tu totalidad, según decidiera su propio buen sentido. Por primera vez en la historia humana, y con confianza y audacia creciente, los hombres se alzaron para afirmar que podían diagnosticar los males de la sociedad, y curarlos, usando sólo su propio intelectos: más aún, que podían idear fórmulas que no sólo la estructura de la sociedad sino también los hábitos de los seres humanos podían ser transformados para mejor. A diferencia de sus predecesores sacerdotales, no eran servidores e intérpretes de los dioses, sino sus sustitutos. Su héroe era Prometeo, que robó el fuego celestial y lo trajo a la tierra. Una de las características más marcadas de los nuevos intelectuales laicos fue el deleite con que sometían a la religión y a sus protagonistas al escrutinio crítico. ¿En qué medida habían beneficiado o dañado a la humanidad estos grandes sistemas de fe? ¿En qué medida estos papas o pastores habían vivido de acuerdo con sus preceptos de pureza y veracidad, de caridad y benevolencia? Los veredictos pronunciados sobre ambos, iglesias y clero, fueron duros. Ahora, después de dos siglos durante los cuales la influencia de la religión ha seguido decayendo y los intelectuales laicos han desempeñado un papel cada vez mayor en la formación de nuestras actitudes e instituciones, ha llegado el momento de examinar sus antecedentes tanto públicos como personales. 

Paul Johnson empezaba así su libro 'Intelectuales' en el que realiza una crítica biográfica personal e ideológica de doce de los grandes intelectuales del siglo XVII al XX. Son:

1. Jean Jacques Rousseau: «Un loco interesante»
2. Shelley o la crueldad de las ideas
3. Karl Marx: Bramando gigantescas maldiciones
4. Henrik Ibsen: ¡Al contrario!
5. Tolstoi: El hermano mayor de Dios
6. Las aguas profundas de Ernest Hemingway
7. Bertolt Brecht: Corazón de hielo
8. Bertrand Russell: ¡Al diablo con la lógica!
9. Jean Paul Sartre: «Una bolita de piel y tinta»
10. Edmun Wilson: «Salvado del fuego»
11. La conciencia inquieta de Victor Gollacz
12. Mentiras, malditas mentiras y Lillian Hellman
13. La huida de la razón [Intelectuales post II Guerra Mundial]

Y lo concluía así:

Hace alrededor de doscientos años que los intelectuales laicos comenzaron a reemplazar al antiguo clero como mentores y guías de la humanidad. Hemos observado un cierto número de casos individuales de aquellos que buscaron aconsejar a la humanidad. Hemos examinado sus credenciales morales y de criterio para esa tarea. En especial hemos examinado su actitud hacia la verdad, la manera en que buscan y evalúan las pruebas, y su postura no sólo ante la humanidad, sino ante los seres humanos individuales; la manera en que tratan a sus amigos, colegas, servidores y sobre todo a sus propias familias. Hemos mencionado las consecuencias políticas y sociales de seguir su consejo. ¿Qué conclusiones deberían sacarse? Los lectores juzgarán por sí mismos. Pero pienso que hoy en día detecto un cierto escepticismo público cuando los intelectuales se paran para predicarnos, una tendencia creciente entre la gente común a discutir el derecho de los académicos, escritores y filósofos, por eminentes que puedan ser, a decirnos cómo comportarnos y manejar nuestros asuntos. Parece generalizarse la creencia de que los intelectuales no son más sabios como mentores, ni más respetables como modelos, que los hechiceros o sacerdotes de antaño. Comparto ese escepticismo. Una docena de personas elegidas al azar en la calle es probable que nos den opiniones sobre asuntos de moral o de política por lo menos tan sensatas como las de un grupo representativo de los miembros de la clase intelectual. Pero yo iría más lejos. Una de las principales lecciones de nuestro trágico siglo, que ha visto tantos millones de vidas humanas sacrificadas en proyectos para mejorar el destino de la humanidad es: cuidado con los intelectuales. No sólo debería mantenérselos bien alejados de los resortes del poder, también deberían ser objeto de una especial sospecha cuando buscan dar consejo colectivo. Cuidado con los comités, conferencias y ligas de intelectuales. Desconfíen de las declaraciones públicas procedentes de sus filas apretadas. Denles poca importancia a sus juicios sobre líderes políticos o acontecimientos importantes. Porque los intelectuales, lejos de ser gente altamente individualista e inconformista, siguen ciertos patrones regulares de conducta. Tomados como grupo, son a menudo ultra conformistas dentro de los círculos formados por aquellos cuya aprobación buscan y valoran. Eso es lo que los torna, en 'masse', tan peligrosos, porque les permite crear climas de opinión y ortodoxias prevalecientes, que a su vez generan a menudo cursos de acción irracionales y destructivos. Sobre todo, siempre debemos recordar lo que los intelectuales habitualmente olvidan: que las personas importan más que los conceptos y deben ser colocadas en primer lugar. El peor de todos los despotismos es la tiranía desalmada de las ideas.






Scruton: 'El intelectual de izquierdas
desciende del sacerdote'

Bufones, impostores e incendiarios, así es como Roger Scruton, el filósofo conservador inglés, designa a los pensadores de la nueva izquierda posmoderna en su obra 'El error y el orgullo: pensadores de la izquierda moderna' (ediciones de L'artilleur, traducción de 'Fools, frauds and firebrands: Thinkers of the New Left', Bloomsbury Publishing, 2015), que acaba de aparecer en francés *. Unos son postmarxistas y ensalzan la revolución, mientras que otros han desertado del trabajador a la procura de más rentables vanguardias. Pero todos, según Scruton, tienen en común estar movidos por el resentimiento y elaborar razonamientos imperfectos, incluso abstrusos. El trabajo es colosal: Scruton esboza el apretado retrato de veinte pensadores, desde Hobsbawm hasta Habermas pasando por Sartre, Foucault y Deleuze, sin olvidar a Lukacs, Althusser, Badiou o Zizek. Al leerlo, se impone una conclusión: el siglo no fue deleuziano **, fue marxista. Y el marxismo no es sólo una teoría económica, sino una cosmovisión donde la acción política se pone al servicio de un ideal totalizador. ¿Cómo responder a esta utopía engañosa pero estimulante? Roger Scruton se ha dedicado a ello durante más de treinta años, oponiendo a la ilusión del Gran Día *** las instituciones heredadas, con su inevitable imperfección, pero también, de hecho, el anclaje y la protección que ofrecen a la persona. En un momento en que el pensamiento posmoderno todavía goza de una influencia notoria, Scruton nos ofrece un manual necesario de resistencia ante el 'error' y el 'orgullo'.

LE POINT: ¿Por qué esta ofensiva contra la izquierda y por qué ahora?

ROGER SCRUTON: Este libro es mi respuesta a la corriente principal de opinión desde la década de 1970 en la Universidad: la nueva izquierda. Mi punto de partida es el siguiente: ¿cómo explicar que las autoridades universitarias se sitúen en la izquierda y que los pensadores de derecha o liberales, que están mucho más cerca de la verdad que los marxistas, estén infrarrepresentados? En el Birkbeck College, década de los ochenta, yo como conservador formaba claramente parte de una minoría. Nadie simpatizaba con mi pensamiento. Entonces me pregunté qué tenían que enseñarme estos intelectuales de izquierda.

LP:¿Y qué sucedió entonces?

RS: Que no encontré gran cosa. Los marxistas viven en una nube, una nube creada por ellos mismos, por las distorsiones del lenguaje y por hábitos de pensamiento casi automáticos. ¿Cuál es el punto en común de estos pensadores de izquierda? Su punto de encuentro es la negatividad. A todos esos intelectuales no les gusta la sociedad en la que viven, porque ven injusticias, diferencias de clase y propiedad. Persuadidos de que son superiores a la gente común, consideran injusto tener que ganarse la vida como todos los demás, porque se creen acreedores al derecho de liderar los acontecimientos. Y les resulta frustrante que los acontecimientos sean dirigidos por políticos y empresarios, por la burguesía. Su primer deseo es, por lo tanto, nivelar o destruir. Siempre ha sido el punto de partida en las posturas de izquierda. Tan pronto como se percata de que está fuera de la normalidad burguesa, el intelectual de izquierda concibe la hostilidad hacia las tradiciones y las costumbres que sustentan la sociedad. Pretende subvertirlas para hacerse con el poder.

LP: Más de la mitad de los autores estudiados en el libro son franceses. ¿A qué lo atribuyes?

RS: El sistema educativo francés valora al intelectual independiente, no académico -el hombre de mundo que debe su influencia a su estilo y su mera presencia. Hay una posibilidad de hacer carrera para un intelectual en Francia, mucho mayor que en el Reino Unido, donde tienes que ser universitario y aburrido. Después de la guerra, fue el intelectual de izquierdas quien se benefició de esto en Francia. Otra razón, los franceses han experimentado la increíble crisis que supuso la ocupación. Los intelectuales estaban ansiosos por purificar y refundar la cultura francesa para escapar de ese pasado sombrío. En consecuencia, dirigieron su hostilidad hacia la burguesía y la Iglesia católica. En la década de los sesenta, en el contexto de las demandas sociales, su retórica se extendió a otros países, incluida Inglaterra.

LP: ¿No salva nada de dicho desastre?

RS: Admito que siempre he admirado a Sartre. Porque sabía escribir.

LP: Entre Sartre y Foucault, Deleuze y Badiou, ¿ve una continuidad o una ruptura?

RS: Hay continuidad entre Sartre y Foucault en el sentido de que, para ellos, el papel del literato es comprender y condenar a la burguesía.

LP: ¿No encontramos esa postura 'anti-burguesa' entre todos los pensadores que critica?

RS: Sí, pero los otros son más bien productos del Partido Comunista Francés, como Althusser. Althusser se caracteriza por una forma de estalinismo intelectual; elaboró un sistema cerrado, sin ninguna relación con el mundo. También mostró cómo uno puede ser marxista-leninista y sectario, siendo un intelectual de moda. Badiou, además de la influencia de Althusser, padeció la de Lacan, que introdujo el psicoanálisis y la costumbre de decir tonterías en la nueva izquierda. No se trata solo de detectarlas, sino de proponerlas como solución. Es un seudo pensamiento, pero actúa como una oración ritual. ¡Badiou, además, convirtio las matemáticas en metáforas!

LP: Siempre hay intelectuales dispuestos a creer en las teorías marxistas. ¿Cómo es posible?

RS: La única explicación, en mi opinión, es que se trata de un fenómeno religioso. La religión promete vida eterna, y todo lo que promete la religión es intangible. Estas filosofías siempre prometen algo para el futuro y, por lo tanto, los acontecimientos reales nunca pueden refutarlas, ya que el futuro aún no ha sucedido. En este sentido, el intelectual de izquierda moderno es descendiente del sacerdote. Esto se encuentra en Hobsbawm y todos los historiadores de la izquierda inglesa. Siguen comparando la imperfección del presente con la perfección del futuro. Ahora bien, es deshonesto pretender que todo sea imperfecto, porque siempre podemos mejorar las cosas puntualmente -en eso consiste ser conservador, y eso es lo que esta izquierda se niega a aceptar. En realidad, hay dos concepciones principales de la política. Según la que yo defiendo, la política no es toda la vida sino una pequeña porción de ella. Es un conjunto de prácticas por las cuales los hombres se ponen de acuerdo a pesar de la divergencia de sus intereses. Es un sistema de compromiso. La otra concepción de la política, que es la concepción exorbitante heredada de Lenin, inspirada a su vez por Marx pero también por la Revolución Francesa, y la del nazismo, es que la política es una visión completa que organiza la vida de todos y de la que todos participan. Esta visión ofrece una solución absoluta y final a los problemas de la comunidad. El resultado es siempre el mismo: caos y millones de muertes.

LP: Hoy, ciertas ideas de la nueva izquierda, por ejemplo, la 'justicia social', son mencionadas sin reservas por la derecha francesa o británica. ¿Es una victoria de la izquierda o, mas bien, la prueba de su desaparición?

RS: Es una victoria, porque el esfuerzo más importante de la izquierda ha consistido en apoderarse del lenguaje. La introducción de la expresión 'justicia social', que no significa nada, Hayek la analizó muy bien, y es desde este punto de vista un triunfo. Derechos humanos, justicia social, todas estas son versiones seculares de ideas religiosas. Por esta razón, son extremadamente tenaces y poderosas.

LP: ¿Ve a Jeremy Corbyn [líder del Partido Laborista] como una encarnación de estas teorías?

RS: Lo fascinante es que la izquierda sobrevive a todos los desastres. Porque se basa en dos motivaciones fuertemente ancladas en el ser humano: el deseo de una solución total y el resentimiento. Corbyn demostró esto en un discurso reciente: 'Represento una nueva visión, la de lo amable', dijo. Al decir esto, acusaba implícitamente a sus oponentes de maldad e inhumanidad. De hecho, es una forma suprema de agresión. Así es como se expresa el resentimiento de la izquierda: dado que me oprimes, estoy legitimado para expoliarte y meterte en prisión -todo ello en nombre de la amabilidad.

LP: Esa es una visión muy moralista de la política...

RS: Pero paradójicamente, también es inmoral, porque es inseparable de una transferencia de moralidad del individuo a la sociedad. La forma de vida moral, estrictamente hablando, es la obligación de ser responsable con quienes dependen de nosotros. Si transfiero ese deber a la comunidad, se convierte en una obligación del Estado, no mía. Por lo tanto, puedo vivir inmoralmente, siempre que el Estado actúe en mi lugar, muy en particular mediante la redistribución de la riqueza. No es sino una externalización del deber moral y, por lo tanto, una forma de escapar de él. En el caso del estado de bienestar, es una subcontrata del deber de caridad.

LP: Esto que escribe hoy, no lo podría escribir en la década de los ochenta. ¿Eso le hace ser optimista?

RS: Más o menos. Quizás se deba a que hoy no nos interesan las ideas. En la década de los ochenta era absolutamente imprescindible tener las ideas correctas. Hoy se exige no tener ideas.

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* [Hay traducción al castellano: 'Pensadores de la nueva izquierda', Ed. Rialp, 2017]

** [Nota del trad.: frase atribuída a M. Foucault, 'algún día, el siglo será deleuziano']

*** [Nota del trad.: 'le Grand Soir', el punto de quiebra o inflexión, en la tradición comunista para referir al fin del sistema capitalista]

Publicado en Le Point, el 22 de diciembre de 2015

Traducción del francés: Júlio Béjar




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