dijous, 19 de maig del 2016

Aristóteles y la decadencia de la democracia


Decía Aristóteles que para conservar la democracia lo que con más esmero debe cuidarse es el imperio de la ley y la seguridad jurídica, esto es, “vigilar que no se infrinja la ley en lo más mínimo”. La democracia comienza a destruirse cuando la ley no se respeta, cuando se aplica ostentosamente de forma diferente a unos u otros en función del interés político, cuando los linchamientos (hoy en día mediáticos) sustituyen a la presunción de inocencia o cuando el aplauso o el abucheo de las masas son más importantes que las garantías jurídicas. Lo mismo ocurre cuando la ley se cambia constantemente al arbitrio de la voluntad de los que gobiernan, y cuando estos mismos gobernantes son los primeros en incumplirla con total impunidad.

(...)

De forma muy seria el sabio griego advierte del síntoma definitivo de la descomposición de la democracia: la proliferación de los demagogos. Con razón nuestro diccionario define demagogia como “degeneración de la democracia consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder” (una buena definición del Estado de Bienestar, por cierto).

Los demagogos “sólo aparecen allí donde la ley ha perdido la soberanía” y ha sido sustituida por “la soberanía de la multitud”. Estos “aduladores del pueblo” jamás invocan los sentimientos más nobles del ser humano sino que intentan encender los peores: el miedo, la envidia, el odio, la codicia de los bienes ajenos y la ira, que nubla la razón y facilita la manipulación de las masas. Aristóteles cita ejemplos de polis griegas en las que los demagogos “ocasionaron la destrucción de la democracia”, para cuyo propósito “les bastaba ganarse la confianza del pueblo y, para ganarla, les bastaba declararse enemigos de los ricos”. En efecto, el olor inequívoco del demagogo son sus “continuos ataques contra los ricos”, siempre una minoría y siempre el blanco más fácil y más burdo. | Fernando del Pino Calvo-Sotelo
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