dissabte, 10 d’octubre del 2015

El imparable ascenso de C,s: supera a Podemos y roza a PP y PSOE, que empatan

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Mas desliza que la CUP le investirá y que Junts pel Sí puede repetir el 20D


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Nadal deja el PSC tras haber tenido cargos oficiales durante 30 años


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Más que educar, civilizar

Invertir enormes sumas de dinero y buenas intenciones no es una garantía de éxito para resolver algunos problemas educativos y patologías sociales que parecen arraigados en un “mundo hobbesiano”. Tras inyectar miles de millones en intervenciones para reducir las brechas raciales durante las últimas décadas, en EE.UU las distancias de hecho se han ampliado: la brecha entre blancos y negros en test que miden habilidades de lectura y matemáticas ha crecido 5 puntos desde 1992 a 2013.

Según Robert Weissberg, desde ese referente de la heterodoxia académica y periodística que es The Unz Review, el problema es anterior a la educación. Se trata de civilización:
Permítanme sugerir un modo radical de resolver ambos problemas: reemplazar las ideas fijas actuales sobre los resultados en los test con educar en civilización. Esto es, no se puede transformar a los jóvenes negros de clase baja en dedicados estudiantes a no ser que seamos capaces de civilizarlos del mismo modo que los europeos fueron “domesticados” entre el siglo XI y XX (Ver el capítulo 3 de Los mejores ángeles de nuestra naturaleza, de Steven Pinker)
Alumnos_estudiandoLa idea puede escandalizar a los creyentes en la “tabla rasa”, pero no hay ninguna razón sólida para suponer que el proceso de “autodomesticación” y lo que Pinker o Elias llaman procesos de civilización y pacificación se hayan congelado con la súbita llegada del hombre anatómica y cognitivamente “moderno” hace unos pocos miles de años. Frost –otra joya de Unz– ha sugerido que el estado romano pacificó genéticamente a los europeos (2010), y este proceso se habría acelerado de nuevo a partir de la edad media, con el auge de los estados fuertes, la caída de los homicidios e incluso la aplicación de la pena de muerte, que ayudó a eliminar algunos “genes violentos” de la población. El punto importante es que los mismos europeos no nacieron siendo “civilizados”, sino que estuvieron sometidos a procesos que afectaron a su cultura y probablemente también sus genes.

Según Weissberg toda población humana debe dar al menos tres pasos prácticos si pretende “civilizarse”: 1) Controlar sus emociones, especialmente las violentas; 2) Autodisciplinarse y demorar las gratificaciones; y 3) Obedecer a la autoridad. Valores que, en general, chocan con las modas pedagógicas que subrayan el valor de la espontaneidad, la expresión de emociones, la autonomía o la diversión. No es el primero en advertir algo similar. Analizando el declive de la familia negra americana, cuyo deterioro es visible especialmente a partir de los años sesenta, Thomas Sowell también alerta sobre el “capital humano” como factor de desarrollo, algo que va más allá de los meros medios económicos o naturales. Para Sowell el modelo sobreprotector de la educación muy lejos de educar en civilización fomenta la irresponsabilidad, y de hecho daña a la minoría negra al inocular el sentimiento de que son “víctimas que poseen un agravio en contra de personas actuales que no les han hecho nada, porque otras lo hicieron en el pasado”.

El problema es que todo este planteamiento parece demasiado “pasado de rosca”, o cosas peores, para atraer la atención del gobierno y la financiación. Los vientos que corren son otros: “Toda la industria de la reforma educativa actual trata sobre innovación, tecnología punta y trucos indoloros”, apunta Weissberg.

Si miramos los últimos datos sobre fracaso escolar en España, donde el 23.5% de los alumnos abandonan los estudios antes de la ESO o sin graduarse, o el “repunte” de la violencia escolar, estas medidas no serían sólo útiles para los estudiantes negros de los suburbios de Detroit. También valdrían para nuestros pequeños bárbaros y algunos de sus padres.

Publicado en Tercera Cultura


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Ortega, Azaña, el PSOE y el problema catalán [Juan Francisco Martín Seco]

REPÚBLICA DE LAS IDEAS.- No sé si constituye enfermedad o maldición ese proceder que caracteriza a las formaciones políticas españolas, principalmente a las que se autocalifican de izquierdas, de oponerse radicalmente y por principio, sea cual sea el tema de que se trate, a las posturas adoptadas por los partidos rivales. Concretamente en la izquierda hay como un cierto pudor en poder coincidir en algo con el Partido Popular, actitud que conduce a mantener situaciones paradójicas y erróneas.

Basta con que la derecha se haya arrogado la defensa del Estado frente a los independentistas para que la postura del PSOE sea tibia e intente situarse en la “equidistancia”. No hay una sola vez que refuten al nacionalismo que no se crean en la obligación de criticar al mismo tiempo lo que consideran inmovilismo del Gobierno, adjudicándole, en consecuencia, parte de culpa en el conflicto. Le acusan de negarse a dialogar, cuando lo cierto es que resulta difícil negociar con los que están dispuestos a saltarse la Constitución y de lo único que quieren hablar es de independencia.

Lo grave es que esta postura del PSOE se ha extendido a sus ámbitos de influencia, que aún son muchos, trasladándose incluso a parte de la prensa extranjera, proporcionando así un cierto oxígeno al independentismo. Se dice que, a pesar del fracaso cosechado por el nacionalismo en las pasadas elecciones, el hecho de que obtuviese cerca de dos millones de votos representa un problema, lo cual es cierto. Un problema que debe solucionarse, lo cual ya no es tan claro, porque hay problemas que no tienen solución y que al intentar solucionarlos se crean otros problemas más graves.

Es conocido que Ortega y Gasset en su memorable intervención en las Cortes Españolas a propósito de la aprobación del primer Estatuto, allá por la Segunda República, calificó el problema catalán, tal como también certifica la historia, de uno de esos problemas que no pueden resolverse, sino que tan solo se pueden conllevar. El filósofo español, sin embargo, se apresuró a puntualizar que el llamado problema catalán no es de toda Cataluña, sino tan solo del nacionalismo particularista.

“Afirmar que hay en Cataluña una tendencia sentimental a vivir aparte, ¿qué quiere decir, traducido prácticamente al orden concretísimo de la política? ¿Quiere decir, por lo pronto, que todos los catalanes sientan esa tendencia? De ninguna manera. Muchos catalanes sienten y han sentido siempre la tendencia opuesta; de aquí esa disociación perdurable de la vida catalana a que yo antes me refería. Muchos, muchos catalanes quieren vivir con España”…

… es decir, que, aun sintiéndose muy catalanes, no aceptan la política nacionalista, ni siquiera el Estatuto, que acaso han votado. Porque esto es lo lamentable de los nacionalismos; ellos son un sentimiento, pero siempre hay alguien que se encarga de traducir ese sentimiento en concretísimas fórmulas políticas: las que a ellos, a un grupo exaltado, les parecen mejores. Los demás coinciden con ellos, por lo menos parcialmente, en el sentimiento, pero no coinciden en las fórmulas políticas; lo que pasa es que no se atreven a decirlo, que no osan manifestar su discrepancia, porque no hay nada más fácil, faltando, claro está a la veracidad, que esos exacerbados les tachen entonces de anticatalanes”.

Es este problema del nacionalismo particularista el que, según Ortega, no tiene solución (problema perpetuo lo denominaba Unamuno) y con el que hay que convivir.

“y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles”.

Y tal vez habría que añadir que unos catalanes se conlleven con los otros catalanes. Y pasa Ortega a continuación a señalar en qué consiste esa convivencia y las líneas divisorias que no se pueden traspasar, siendo la principal el concepto de soberanía, que es el poder último, indivisible y que pertenece a la totalidad del pueblo español. Planteada la cuestión en estos términos, no hay, según Ortega, entendimiento posible.

“Por eso es absolutamente necesario que quede deslindado de este proyecto de Estatuto todo cuanto signifique, cuanto pueda parecer amenaza de la soberanía unida, o que deje infectada su raíz. Por este camino iríamos derechos y rápidos a una catástrofe nacional…

… No nos presentéis vuestro afán en términos de soberanía, porque entonces no nos entenderemos. Presentadlo, planteadlo en términos de autonomía». Y conste que autonomía significa, en la terminología juridicopolítica, la cesión de poderes; en principio no importa cuáles ni cuántos, con tal que quede sentado de la manera más clara e inequívoca que ninguno de esos poderes es espontáneo, nacido de sí mismo, que es, en suma, soberano, sino que el Estado lo otorga y el Estado lo retrae y a él reviene. Esto es autonomía”.

Sería sumamente interesante que Pedro Sánchez y en general todos aquellos que piensan ingenuamente que el problema del nacionalismo catalán tiene solución leyesen el discurso completo de Ortega y Gasset, que apenas tiene desperdicio. A pesar de estar pronunciado hace más de ochenta años, parece que se refiere a los momentos presentes. Incluso sería bueno que leyesen también el discurso de contestación de Azaña.

Azaña era un catalanista convencido y el artífice y máximo valedor del Estatuto catalán, hasta el punto de que cuando, después de su aprobación, visitó Cataluña fue recibido en loor de multitudes, e incluso más tarde Esquerra Republicana le ofreció incorporarlo a sus listas al Congreso. Pero en la defensa del Estatuto en las Cortes no dudó un momento de que había que limarlo y renunciar a todo aquello que se oponía a la Constitución Española recién promulgada. Nótese que, a pesar de que el Estatuto había sido elaborado y votado ya en plebiscito por todos los catalanes, existió un amplio acuerdo acerca de que resultaba necesario corregir todas aquellas expresiones que podían entrar en conflicto con la letra y con el espíritu de la Constitución.

Azaña, a diferencia de Ortega, estaba convencido de que el Estatuto iba a solucionar de raíz el problema catalán que se arrastraba desde el siglo XIX. Es por eso por lo que su decepción fue grande, años más tarde, al comprobar lo equivocado que estaba; primero cuando Companys, aprovechando la revolución de Asturias, proclamó unilateralmente el Estado catalán, y más tarde por el comportamiento de la Generalitat en plena guerra civil, lo que le llevó a escribir en 1937, en su obra “La velada en Benicarló” palabras durísimas contra el nacionalismo catalán:

“un instinto de rapacidad egoísta se ha sublevado, agarrando lo que tenía a mano (…) en el fondo, provincianismo fatuo, ignorancia, frivolidad de la mente española, sin excluir en algunos casos doblez, codicia, deslealtad, cobarde altanería delante del Estado inerme, inconsciencia, traición (…) Mientras dicen privadamente que las cuestiones catalanistas han pasado a segundo término, que ahora nadie piensa en exaltar el catalanismo, la Generalidad asalta servicios y secuestra funciones del Estado, encaminándose a una separación de hecho”.

En la Transición fueron muchos los que pensaron que la democracia podía solucionar el perpetuo problema de Cataluña elaborando una Constitución mucho más generosa con los nacionalismos que la del 31, y aprobando después un Estatuto que con el tiempo concedería a los catalanes el mayor grado de autonomía que jamás habían poseído. Una vez más, sin embargo, se ha demostrado que el nacionalismo es insaciable y que con total deslealtad aprovecha de nuevo la debilidad del Estado, en plena crisis económica, para asaltarlo. Por eso resulta tan irresponsable el comportamiento adoptado por los gobiernos de Zapatero y la actitud que ahora mantienen Pedro Sánchez y el PSOE con su cantinela del federalismo y de la reforma de la Constitución, abriendo un melón de dudosas consecuencias en el peor momento posible.

Político competente machacando a un alarmista del clima

Comparecencia en el Senado de EEUU sobre Calentamiento Global. El presidente del Sierra Club, Aaron Mair, defiende la alarma climática, y el presidenciable senador republicano Ted Cruz le destroza con datos. [Transcripción, texto y gráficos Plaza Moyua.com]



Cruz: En su testimonio escrito declara que la ciencia del cambio climático no se puede debatir. ¿Es la postura del Sierra Club que hay áreas de la ciencia que quedan más allá del debate? ¿Que no se puede considerar lo que muestran los datos y las evidencias?

Mair: Si uno se basa en los datos la preponderancia de la evidencia está ahí.

Cruz: Pero eso es distinto que decir que el Sierra Club ha declarado la cuestión resuelta, y que no debe haber más debate.

Mair: La preponderancia de la evidencia en la ciencia del clima está establecida, pero todo se puede debatir. Podemos debatir cualquier cosa.

Cruz: Como abogado, “preponderancia” de la evidencia significa al menos el 51%; eso es todo.

Pero si quiere acabar el debate, no quiere abordar los datos. Por ejemplo, ¿cómo explica que en los últimos 18 años no haya habido calentamiento en la medición de la temperatura global que toman los satélites?

Mair: Señor, yo me fiaría de la Unión de Científicos Preocupados (Union of Concerned Scientists), y me fiaría de la evidencia y de los funcionarios de la NOAA; los datos están ahí.

El asno no dice ni qué datos, ni qué evidencia. Le han contado que existe algo de eso, y se lo ha creído sin mirar. O eso parece.

Cruz: ¿Es correcto que los datos de los satélites no muestran un calentamiento significativo en los últimos 18 años?

En realidad Cruz se está pasando de prudente. Los datos de los satélites no muestran un calentamiento, ni significativo, ni no significativo en los últimos 18 años. Lo que muestran es un enfriamiento no significativo



Mair: No. (No es correcto que los datos de los satélites no muestren calentamiento significativo en los últimos 18 años).

Cruz: ¿En qué es incorrecto?

Mair: (Consulta primero con un ayudante). Basado en nuestros expertos, ha sido refutado hace tiempo, y ya no hay un debate científico.

Cruz: Quiero entenderlo. Tengo curiosidad, cuando le digo al presidente del Sierra Club que los datos de los satélites no muestran calentamiento en 18 años, aparentemente se está basando en algo … (se oyen voces y consultas en el lado de Mair) … lo bueno de los datos de los satélites es que se trata de números objetivos …

Mair: Correcto.

Cruz: … y los números dicen que no hay calentamiento en los últimos 18 años.

¿Está usted familiarizado con la expresión “La Pausa”?

Mair: (Más consultas con los ayudantes). Sí. Y esencialmente, nos mantenemos en nuestra postura.

Cruz: O sea, dice que está familiarizado con la expresión “La Pausa”. ¿A qué se refiere esa expresión?

Mair: (Otra tanda de consultas). Esencialmente es una pausa en el calenamiento en los años 40, señor.

Cruz: ¿Durante los 40? (Mair afirma con un gesto). ¿No es el término que los alarmistas del calentamiento global han usado para “explicar” la “inconveniente verdad” de que los datos de los satélites no muestran calentamiento significativo en los últimos 18 años? Los alarmistas le llaman “la pausa” porque sus modelos muestran un calentamiento dramático, mientras que los datos reales tomados por los satélites no muestran ningún calentamiento significativo.

Cruz se está liando un poco. Los alarmistas inventaron la expresión para justificar la falta de calentamiento significativo de los datos de los termómetros (los satélites marcan enfriamiento). Pero es igual, porque el asno no tiene ni idea de lo que habla.

Mair: Pero senador, el 97% de los científicos concurren en que hay calentamiento, y que es antropogénico …

Cruz: El problema con esa estadística es que está basada en un estudio espurio. Pero la cuestión es simple. Pregunto por la ciencia y la evidencia; los datos. Tenemos satélites, y miden la temperatura. Esto debería ser relevante. Y su respuesta es que no prestemos atención a nuestros ojos mentirosos, y a lo que muestran los datos, y que a cambio escuchemos a los científicos que reciben fondos masivos y que dicen que no debatamos la ciencia.

Mair: Señor, debatir es uno de los pasatiempos nacionales de América, y mientras debatimos sobre lo que el 97% de los científicos ya han concluido, y escuchamos al 3% que están financiados por la industria del carbono (sic), nuestro planeta se está asando (cooking up) y calentando, y esta es una de las razones de que …

Cruz: ¿Es la postura del Sierra Club que la tierra ahora mismo se está asando? Le cito para que queda clara la postura.

Mair: Sólo estoy diciendo que estamos de acuerdo con el 97% de los científicos respecto al calentamiento global y los efectos antropogénicos sobre el clima.

Cruz: Pero señor, ¿quiere responder a la pregunta? ¿Es la postura del Sierra Club que la tierra se está asando ahora mismo? ¿Es esa la posición del Sierra Club?

Mair: Las temperaturas están subiendo, señor.

Cruz: Asumo que el Sierra Club se retractaría públicamente si le confrontamos con el hecho que le he descrito: en los últimos 18 años los satélites no muestran ningún calentamiento significativo, y eso es por lo que los alarmistas inventaron el término “la pausa”.

Mair: Concurrimos con el 97% de científicos que dicen lo contrario, señor.

Cruz lo ha querido mantener simple, sin liar mucho al personal. Pero tenía a huevo citar al IPCC [–>], que le llama “el hiato” en lugar de “la pausa”, pero es lo mismo. Así que Mair está no concurriendo con el IPCC, ni de broma.

Cruz: ¿Si los datos se muestran contrarios a su testimonio, se retractará el Sierra Club?

Mair: Señor, nosotros concurrimos con el 97% de consenso respecto al calentamiento global.

Y ya no salen de ese círculo. Cruz hablando de datos, y Mair hablando de 97%.

Y esto es lo que hay en la discusión -digamos pública, profana- del Calentamiento Global Acojonante. Unos datos que de ningún modo soportan la idea (aunque tampoco la contradicen demasiado claramente todavía), y un agarrarse a un vaporoso “consenso”, sin querer saber lo que realmente dice tal “consenso”. Porque los estudios, muy bastardos, de los que sale la figura del 97%, sí dicen que hay un calentamiento, pero no dicen ni que sea mucho, ni que sea acojonante. Otros estudios sobre el supuesto “consenso”, también delicados pero menos payasos, lo calculan entre el 74 y el 66 por ciento [–>], respecto a que el calentamiento sea principalmente antropogénico. Sin que eso implique necesariamente que sea preocupante.

La falta de entendimiento entre Mair y Cruz se puede resumir muy fácilmente. Mair toma por ciencia la opinión de los científicos. Está equivocado respecto a lo que realmente dice su consenso, pero eso es secundario. La cuestión es que un consenso es opinión, y la ciencia no es opinión. Vaya, hasta ahora (por ejemplo cuandoEinstein) no era. Hasta como 1970 nadie se preocupaba por ese prodigio moderno llamado “consenso científico”.



Que no es un consenso científico porque no tiene nada de ciencia, sino, si acaso, consenso de científicos. Fenómeno que todo el mundo puede comprobar que nunca ha producido ningún grado de seguridad. Puta opinión. Por ejemplo, la seguridad de la relatividad de Einstein nunca vino del número de científicos que la “aprobaran”, sino del número de predicciones sorprendentes que acertara. Si hubiera predicho un calentón cuando los datos mostraban una “pausa”, no le hubiera hecho caso ni siquiera Einstein.