dimecres, 27 de novembre del 2019

Finkielkraut: 'Francia, que en su día fue una patria literaria, se convierte, para mayor desgracia, en una sociedad de lo literal'




Entrevista a Alain Finkielkraut de Eugénie Bastié en Le Figaro del jueves 21 de noviembre de 2019.
Traducida por 'El Extranjero Profesional'
Acusado de "trivializar" la realidad de la violación por parte de una activista feminista en un plató de televisión el 13 de noviembre pasado, el académico Alain Finkielkraut respondió viva e irónicamente: "¡Violen, violen, violen y violen! Yo les digo a los hombres: ¡violen a las mujeres! Por cierto, yo violo a la mía todas las noches!". Estos comentarios, que eran antefrases deliberadamente sarcásticas, generaron una gran protesta, y algunos activistas y diputados incluso llegaron a denunciar el asunto ante el CSA (Consejo Superior Audiovisual) y la Fiscalía. El filósofo se toma su tiempo en nuestras columnas para diseccionar una polémica de la que fue él mismo el primer sorprendido, y da respuesta punto por punto a sus detractores. Negando cualquier provocación, el pensador deplora el hecho de que "los batallones de los que se lo toman todo al pie de la letra" estén invadiendo nuestro mundo y que la conversación francesa ya no sea posible. Critica la noción de una "cultura de la violación" y está preocupado por un "tribunal de los medios de comunicación", que hace triunfar la pasión justiciera por encima del Estado de derecho y la presunción de inocencia.

LE FIGARO: Los comentarios que usted hizo el miércoles 13 de noviembre en el programa "La Grande Confrontation" de LCI suscitaron grandes protestas, algunos diputados incluso han presentado una queja ante la Fiscalía. ¿Cómo reaccionó usted?

ALAIN FINKIELKRAUT: En una televisión, Caroline de Haas me acusó de defender la violación. Ante una calumnia tan monstruosa, tuve que elegir entre dos actitudes: la protesta indignada o la ironía. Opté por la ironía, y cargué la suerte para resaltar la absurdidad de aquello. Dije que, de hecho, yo estaba instando a todos a participar en esta exquisita práctica, y que yo mismo violaba a mi esposa a diario. Y ahora, por esta broma, el Partido Socialista denuncia el asunto ante el CSA, y cuatro diputados de La France Insoumise lo llevan a la Fiscalía, la portavoz del gobierno me pone en la picota y se tramita una petición a la dirección de Radio France exigiendo que mi programa "Répliques" quede suspendido inmediatamente. Debo admitir que me he quedado aturdido por esta avalancha de reacciones escandalosas. Los pobladísimos batallones de los que se lo toman todo al pie de la letra están invadiendo nuestro mundo. Francia, que en su día fue una patria literaria, se convierte, para su mayor desgracia, en una sociedad de lo literal. En los libros de texto franceses, se encontraba hace no tanto el texto "De l'esclavage des Nègres" [De la esclavitud de los negros] de Montesquieu: "Las personas en cuestión son negras de los pies a la cabeza, y sus narices están tan aplastadas que es casi imposible compadecerse de ellas. No podemos creer que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, especialmente un alma buena, en un cuerpo negro (...). Es imposible para nosotros asumir que estas personas son hombres, porque si asumiéramos que son hombres, comenzaríamos a creer que nosotros mismos no somos cristianos". Un profesor que quisiera que se estudiara hoy este capítulo de El Espíritu de las leyes arrostraría los peores problemas. Debería responder de crímenes contra la humanidad, y algunos estudiantes, particularmente sensibles al dolor de los oprimidos, romperían el libro en el que aparece esta infamia. En nuestro entorno, ya no podemos decir lo contrario de lo que pensamos sin ser acusados inmediatamente de pensar lo que decimos. Adiós Montesquieu. ¡Bienvenidos a post-Francia...!

LF: Algunos le critican por ir a programas de televisión donde el enfretamiento y la pequeña frase ocurrente prevalecen sistemáticamente sobre la cultura del debate. Al ir allí, ¿no es usted cómplice de la gran desculturación y de la jibarización del debate que tanto suele usted criticar?

AF: En su libro L'Empire du politiquement correct, Mathieu Bock-Côté cita la frase luminosa de Alfred Sauvy: "El propósito de la democracia no es llevarse bien, sino saber cómo dividirnos". En la televisión, en las universidades y en la esfera pública en general, este conocimiento se está perdiendo como resultado de la expansión demente de los ámbitos del racismo, la islamofobia, la homofobia y el sexismo. El programa de LCI reveló la crisis, tal vez terminal, de la conversación en Francia. Como tal, ha sido algo útil.

LF: Incluso si su reacción fue el humor, ¿no merecen estos temas más seriedad?

AF: Bien conscientes de que en ese programa yo no hice mi salida del armario como violador no arrepentido, algunos de mis acusadores me echaron en cara trivializar el horror con una broma inapropiada. Pero si Alain Badiou me hubiera dicho en persona lo que escribió para justificar su negativa a acudir a mi programa en la radio France Culture, a saber, que con mi libro L'Identité malheureuse "el concepto propiamente neonazi de Estado étnico" se había convertido en el centro de mi pensamiento, ¿cree usted que yo habría gritado escandalosamente invocando, con lágrimas en los ojos, las almas de mis familiares exterminados? Claro que no, claro que no. Le habría felicitado calurosamente por haberme calado tan bien. Incluso le habría dicho que mi objetivo político último era abrir campos de exterminio para los malos franceses. ¿Esta respuesta acaso profanaría la memoria de los exterminados? La verdad es muy diferente: treinta años después de la caída del comunismo, toda broma está siendo perseguida en un país democrático sometido, por cierto, al reinado de los "humoristas", es decir, al permanente dale que te pego de la risotada estúpida.

LF: ¿No tiene usted un lado provocador? ¿Por qué defender a toda costa al cineasta Roman Polanski, acusado de violación?

AF: La provocación me parece un comportamiento infantil. Yo expreso lo que creo que es cierto, sin importarme lo que la gente dirá, eso es todo. Y a pesar del llamamiento a un boicot por parte del Ministro de Cultura y de la incansable portavoz del gobierno, fui a ver la última película de Polanski. No me decepcionó: la escena de la degradación de Dreyfus, en particular, es inolvidable. Pero se me objetará: no podemos separar al artista del hombre. En nombre de este gran principio moral, la mayoría de las biografías de cineastas, dramaturgos o novelistas tienen ahora la misión de desenterrar el vergonzoso secreto enterrado bajo la brillante obra. Kundera, en su ensayo Une rencontre, se refiere al libro de 800 páginas sobre Bertolt Brecht escrito por un profesor de literatura comparada de la Universidad de Maryland. Después de haber demostrado la bajeza del alma de Brecht (homosexualidad oculta, erotomanía, explotación de las amantes, que fueron las verdaderas autoras de sus obras), "por fin llega a su cuerpo, especialmente a su mal olor", algo atestiguado treinta años después de su muerte por un empleado del Berliner Ensemble. Los grandes autores apestan y todos tienen un cadáver en el armario: esto es lo que nos revelan los meticulosos investigadores, poniendo fin así a la hegemonía cultural de los "machos europeos blancos".

LF: El debate en la cadena LCI se centró en la "cultura de la violación". Se le acusó de promoverlo haciendo declaraciones que relativizan el alcance de ciertos actos. ¿Cómo interpreta esta noción de "cultura de la violación"?

AF: La violación es una abominación. La "cultura de la violación" es un concepto global que condena y mete en el mismo saco y al ligón pesado, las alusiones verdes, a aquellos que meten mano, pero también a la galantería, cuya deconstrucción se impone, según nos dice la historiadora Michelle Perrot, "en tanto que oculta la desigualdad que hay debajo de los ramos de flores". Así se extiende la ficción de un Occidente total y continuamente misógino. ¡Enigmático poder el de la imaginación! A pesar de que las mujeres acceden a todas las profesiones, así como a los puestos de poder, especialmente en los medios audiovisuales, y de que los hombres se han convertido en optativos a la hora de procrear, las neofeministas atacan, soslayando todo eso, la omnipotencia del orden patriarcal, como si nada hubiera ocurrido. Conocíamos a los malos perdedores, pero ellas son las malas ganadoras, tanto más belicosas cuanto que la dominación masculina se está batiendo en retirada. Y son tan aterradoras que las auténticas feministas, que no desean ser arrastradas por el barro de las redes sociales, prefieren, por el momento, permanecer en silencio.

EF: Este discurso militante se basa en la continuidad que existiría entre la violencia física y la simbólica, lo que significaría que "las palabras matan". ¿No hay algo de verdad en esta idea? ¿No es cierto que las palabras pueden llevar a la acción?

LF: Pierre Bourdieu inventó el concepto de violencia simbólica. En La Reproduction, el libro que escribió junto a Jean-Claude Passeron, se refiere a la acción pedagógica, es decir, seamos claros, a la transmisión de la cultura: "Toda acción pedagógica es una violencia objetivamente simbólica como imposición, por un poder arbitrario, de una arbitrariedad cultural". ¿Y cuál es la respuesta adecuada a la violencia simbólica? Sólo la violencia. Al menos esa es la conclusión a la que llegaron los estudiantes de ciencias sociales que prohíben a Sylviane Agacinski hablar, y con ella a los conferenciantes a los que encasillan entre los "dominantes". En el juicio al historiador Georges Bensoussan porque se había atrevido a decir que en muchas familias árabes los niños "mamaban el antisemitismo en la leche de sus madres", oí al fiscal acusarle de "pasar al acto en el campo del léxico". Pensábamos que pasar al acto era salirse del campo del léxico. Estábamos equivocados. El sentido común brilla por su ausencia cuando se trata de luchar contra toda la estigmatización de la que es culpable el Occidente heteronormativo y postcolonial.

LF: En términos más generales, cada vez son más los llamamientos a la censura por parte de las minorías militantes para erradicar del dominio público cualquier discurso que se considere hiriente. ¿Le preocupa esta voluntad de restringir la libertad de expresión?

AF: En las universidades estadounidenses, el multiculturalismo es la ley. Los profesores enseñan bajo la supervisión de estudiantes de ambos sexos que exigen el respeto absoluto a todas las minorías. No es sólo a través de McDonald's o Coca Cola como Francia se americaniza, sino también a través de la universidad. El fanatismo se está afianzando en lugares dedicados a la libertad de pensamiento. Puesto que no se trata de una pasión retrógrada, sino de un fanatismo igualitario y antidiscriminatorio, me temo que todo esto tiene mucho futuro por delante.

LF: ¿Le parece que el Estado de derecho se ve amenazado por el tribunal de los medios de comunicación, que juzgan incluso antes de que se celebren los juicios?

AF.- El caso de Adèle Haenel marca un punto de inflexión importante. La actriz, que relata una experiencia extremadamente dolorosa, optó por no presentar una denuncia. Se lo contó a Mediapart. Y Edwy Plenel, que la interrogó con un deleite servil, sólo puede frotarse las manos por ello. Porque el modelo del fundador de Mediapart no es, como él dice, Albert Londres, sino Fouquier-Tinville [Fiscal del Tribunal Revolucionario que mandó más de dos mil a la guillotina y acabó guillotinado]. Y su sueño se hace realidad. Ya no necesita escribir al fiscal: él es el fiscal, él es el juez natural, y su estudio, el Tribunal Revolucionario. Sin abogados, sin principio de contradicción, el acusado es condenado sin apelación a la muerte social. Otros periódicos están haciendo lo mismo. Toda una parte de la prensa se "mediapartiza" y lo judicial deja la arena jurídica y se desplaza al espacio mediático y las redes sociales. El cuarto poder se traga codiciosamente al tercer poder. La pasión justiciera se emancipa de la ley porque la ley hace distinciones, la ley confronta testimonios, la ley busca pruebas, la ley se niega a remplazar la presunción de inocencia por la presunción de culpabilidad: todos estos insultos al sufrimiento de las víctimas que los nuevos tribunales se encargan ahora de reparar. Para actos que obviamente no merecen la más mínima indulgencia, estamos retrocediendo, con las técnicas más sofisticadas, a la etapa de los linchamientos. Ninguna causa, ni siquiera la más noble, merece que se sacrifique en su nombre la civilización.