dijous, 18 de febrer del 2016

Estamos de vuelta, Pablo



Son demasiado parecidos a lo que fuimos para que nos dejen indiferentes. Los militantes de Podemos no son muy distintos de como éramos nosotros hace 45 o 50 años. Una minoría de jóvenes sabelotodo, muy politizados, convencidos de la superioridad moral de nuestras ideas y uniformados casi religiosamente con trencas, pantalones de pana, barba y melenas. 

En esas dos generaciones de 'revolucionarios' de bar y biblioteca hubo y hay mucha gente honrada, de buena fe y bienintencionada. Lamentablemente, ésas virtudes personales no hacen mejor su ideología.

En la década de los setenta del siglo pasado nuestras ideas ya eran insostenibles ante la cruda realidad de los regímenes comunistas. Pero nosotros, que no lo teníamos tan fácil para acceder a información veraz y contrastada y que apenas habíamos salido de España, queríamos creer que si a la dictadura de Franco no le gustaba el comunismo es que no sería tan malo. Nuestro pecado fue de arrogancia, pero sobre todo de ignorancia.

Hoy, sin embargo, defender ideas parecidas a las que nosotros defendimos hace cinco décadas suena a repetición caricaturesca de la historia. Los chicos y chicas de Podemos también son arrogantes, pero su pecado ya no puede ser de ignorancia si no de necedad.

En este medio siglo hemos visto estupefactos el horror de los jemeres rojos cuyos líderes, universitarios educados en La Sorbona de París, convirtieron Camboya en un nuevo e inmenso Auschwitz. Y hemos visto también, sorprendidos y esperanzados, la caída del Muro de Berlín que puso luz y taquígrafos a la miseria moral y material de los regímenes comunistas. 

Como protagonistas, vimos y vivimos en primera línea una transición pacífica de la dictadura de Franco a una democracia homologada en un proceso de reconciliación nacional que paradójicamente inició el PCE en 1956 y que culminó en 1977 con la Ley de Amnistía. Una ley que perdonaba tanto las culpas del franquismo como a sus víctimas y que fue defendida apasionadamente por el líder de CC.OO. y dirigente comunista Marcelino Camacho, que logró su aprobación en las Cortes con la abstención de Alianza Popular. Una paradoja casi tan grande como la que vimos años más tarde cuando China empezó a salir de la miseria gracias a que el Partido Comunista decidió hacer la revolución capitalista y olvidarse de la de Mao.

Pero no solo hemos vivido de política pura y dura. Hemos conocido también otras muchas cosas: una revolución de las neurociencias que ha acabado con 200 años de monopolio de lo cultural y ambiental sobre la conducta y la naturaleza humana; una revolución digital que está sepultando aceleradamente a los dinosaurios de las revoluciones industriales analógicas precedentes. Y, especialmente, una revolución comunicativa que permite el acceso prácticamente ilimitado a la información y al alcance de casi todos en un sólo clic. 

El mundo ha cambiado y su sentencia parece inapelable, excepto para los autistas políticos que como Podemos vuelven a recorrer Europa como viejos fantasmas. 

Da vergüenza ajena muchas de las cosas que dicen y hacen, más allá de su ideología política de la que sorprendentemente apenas hablan. No se sabe a ciencia cierta si no hablan de ella porque no tienen ninguna o porque la que tienen no es otra que el Manifiesto Comunista 2.0, y eso todavía hoy resulta impresentable.
Con o sin ideología, su mayor aportación teórica consiste en la perogrullada de definir como régimen al sistema democrático surgido de la Transición, de la que no parecen tener la más mínima idea real y cierta. Pero a ellos, la verdad histórica les importa un bledo. Ellos sólo responden a un constructo teórico, paranoico-conspirativo, que dice que la Transición la hizo el franquismo, con los partidos de comparsas, para seguir gobernando impunemente en una 'democracia' tutelada y corrupta. Cansa y aburre tener que rebatir idioteces, por lo que les remito a los enlaces del sexto parágrafo para que puedan entender algo de lo que pasó, aun que dudo de que sirva para algo.

Sorprende también que se crean que el mundo empezó cuando ellos nacieron y se entreguen con el fervor de los reclutas a batallas retóricas que ya se han librado y ganado. Si Bescansa creyó que llevar a su bebé al Congreso era una acción reivindicativa es que es más limitada de lo que pensaba. Esa reivindicación, sin tanta publicidad, la consiguieron las señoras diputadas -¡aun que parezca mentira también había diputadas antes de Podemos!- ya en las primeras legislaturas. Y no sólo para ellas.

A pesar de que el tema da para mucho más, terminaré refiriéndome al circo que montaron el día de la constitución del nuevo parlamento. También ahí creyeron revolucionar algo que ya se había revolucionado a partir de 1978, cuando distintas estéticas irrumpieron en el hemiciclo, aun que con mucho menos narcisismo y exhibicionismo de diseño que ahora. Diferencias estéticas que terminaron diluyéndose al ir entendiendo que el hábito no hace al monje y que los uniformes cuadran mal con los parlamentos.

El sistema Parlamentario, según su raíz etimológica, se refiere a comunicación y debate oral, no visual. Se dirá que es exagerado desechar la comunicación visual, pero no lo es. 'Son dos tipos de comunicación que no tienen nada que ver. Visualmente no se pueden comunicar argumentos, sino sensaciones. Por eso no existe la discusión visual. Porque discutir, debatir, sólo se puede con argumentos'.

El problema es que Podemos no tiene argumentos. Tiene consignas. Por eso ve el parlamento como un gallinero, como un circo, como una caja de resonancia de las mismas. Aquellas consignas de las que muchos de nosostros estamos de vuelta y que hace tiempo dejamos atrás. Atrás, al fondo de todo a la izquierda, para más señas.

JOSEP M. FÀBREGAS