El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, se ha sacado de la manga una carta tramposa para eludir las responsabilidades que le corresponden por la sucesión de gravísimas derrotas electorales. Consiste en convocar a los militantes a unas primarias, concebidas en realidad como un plebiscito en torno a su persona, en plazo tan perentorio como el 23 de octubre; y a un congreso en los primeros días de diciembre bajo el siguiente chantaje político: o se está contra Rajoy, o se está a su favor. No se trata de discutir a fondo sobre ideología y estrategia, sino de forzar la alineación de los socialistas entre los partidarios de un “proyecto autónomo” respecto del PP y los sospechosos de entregarse a la derecha. Semejante reduccionismo sería meramente absurdo si no fuera porque se produce además en pleno bloqueo político de España y en medio del difícil proceso de formación de Gobierno.
Olvidadas todas sus afirmaciones previas, en el sentido de que resolver la gobernabilidad era prioritario a solventar los problemas internos del PSOE, Sánchez se enroca para anteponer la necesidad de conseguir “una voz única” en el partido. Se comprende que no le hayan gustado las críticas crecientes a su gestión e incluso que sienta su cargo amenazado por ellas; pero ni se puede hurtar a una fuerza política el análisis profundo de las causas del hundimiento electoral ni se le puede escamotear la discusión seria de ideas y estrategia. Sánchez maniobra para mantenerse en su puesto, acortando al máximo los plazos mientras trata de reconducir todo el debate a la simple cuestión “Rajoy sí, Rajoy no”.
Para dar la impresión de que hay algo más en juego, Sánchez ha confirmado su voluntad de intentar un Gobierno alternativo al del PP. Solo ha precisado que debería ser “de ancha base parlamentaria”, mencionando de nuevo a Podemos y a Ciudadanos como los llamados a ese pacto, y sin descartar a los nacionalistas. A estas alturas, parece un insulto a la inteligencia hacer creer a la militancia y a miles de personas de buena fe que tal fórmula de gobierno es realmente posible y que el PSOE tiene la fuerza como para liderarla. En todo caso, si Sánchez está convencido de que ese debería ser el camino, lo lógico es que pidiera autorización al comité federal del próximo sábado para recorrerlo y atenerse a lo que allí se decida. Pero no es eso lo que plantea al comité federal, sino que intenta el órdago de que convoque ya un congreso en un partido secuestrado por el falso dilema del sí o no a Rajoy.
No se puede organizar nada menos que la elección del líder del partido y un congreso que elabore la estrategia para varios años con un calendario tan traicionero. Porque lo es: Sánchez pretende reelegirse en unas primarias ocho días antes de que venza el plazo para evitar la disolución de las Cortes y la convocatoria de las terceras elecciones generales en un año; y celebrar el congreso de su partido dos semanas antes de esa hipotética e indeseable elección general, pero con él ya reelegido, de forma que pudiera mantenerse en el cargo a pesar de la nueva y previsible derrota. Esto no es preocuparse por España ni por los problemas de los ciudadanos. Esto es la marrullería de un dirigente contestado internamente y decidido a continuar la fuga hacia adelante sin causa que defender.
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La debacle de Pedro Sánchez: ha roto todos los suelos electorales del PSOE https://t.co/SJdGMahCFr— The Catalan Analyst (@CatalanAnalyst) 27 de septiembre de 2016