GABRIEL TORTELLA.- No hace falta mucho estudio para advertir de que el socialismo europeo parece encontrarse en fase terminal. Las razones son claras y yo, que siempre me he considerado socialdemócrata, aunque no hombre de partido, llevo ya muchos años diciendo que el socialismo muere de éxito, porque, tras un siglo XIX de lucha para lograr imponer un programa profundamente democrático y de escindirse en dos ramas, la revolucionaria y la evolucionista, ésta terminó triunfando en el siglo XX (aunque pareciera que había triunfado la otra, la revolucionaria bolchevique), al menos en Europa, donde consiguió por medios democráticos la implantación del Estado de Bienestar, que cumple el programa que los socialistas se habían fijado muchos años atrás. Una gran parte estaba ya en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, pero se alcanzó sin violencia ni dictadura del proletariado.
El problema del socialismo es que, al conseguir todos sus objetivos, se quedó sin programa. Los partidos conservadores, que siempre han sido más pragmáticos, aceptaron el Estado de Bienestar, de modo que las diferencias entre derecha e izquierda se redujeron a matices y retórica, con pocas discrepancias sustantivas. Al socialismo entonces le falló el capital humano, es decir, las ideas. ¿Cuál iba a ser el papel, en una sociedad desarrollada y democrática (de nuevo, valga la redundancia), de un partido socialista? Una tentación ha sido dar un salto a la izquierda: ya que los conservadores se habían centrado, los socialistas se radicalizarían. Pero ¿qué es la izquierda en esta sociedad desarrollada y democrática? Para unos, es adoptar una retórica comunista: más Estado, menos mercado. Para otros, o los mismos, es la defensa de las minorías: inmigrantes, homosexuales, ecologistas, mujeres (aunque sean mayoría y la igualdad de sexos esté plenamente reconocida) e, inmenso error, nacionalistas regionales.
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