dissabte, 27 d’octubre del 2018

Jashogui, el islamista que no quería las reformas de Salman




Durante la guerra fría, la izquierda no perdió ni una sola oportunidad de escandalizarse y, sobre todo, de escandalizar a la opinión pública por las violaciones de los Derechos Humanos que se cometían en algunos países aliados de EEUU. Un escándalo que la izquierda nunca hizo extensivo a los muchos Gulags que en el mundo comunista han sido.

Cargar con el lastre de 'nuestros hijos de puta' fue uno de los precios que se pagó por implementar la exitosa estrategia de la contención de la Unión Soviética, lúcidamente expuesta por George F. Kennan en su célebre telegrama largo. Sí, había 'hijos de puta' entre nuestros aliados, pero por lo menos así se reconocía.

Hoy como ayer, la izquierda sigue escandalizándose por los crímenes cometidos por países aliados de EEUU y casi nada por los que cometen países de su desmadejado imaginario ideológico como Venezuela, Irán, Turquía o China, en una persistente hipocresía digna de figurar en el libro gordo de los récords.

Ahora vuelve a tocar Arabia Saudí, y con razón. Es un país con un régimen político medieval, misógino, dictatorial y repugnante que pudo colocar una pica en el Flandes del mapa geopolítico de la posguerra mundial gracias a sus enormes mares subterráneos de petróleo crudo. No me extiendo más en esto porqué la historia es sobradamente conocida.

Por su vínculo petróleo-Occidente, Arabia Saudí fue inscrita en la lista negra de los países malos de la izquierda internacional. Y allí ha permanecido, emergiendo cíclicamente hasta hace un par de años en que ha vuelto al punto de mira por los tímidos intentos de reforma del príncipe heredero Mohammed ben Salman.

Entre los más feroces críticos de las reformas figuraba el periodista saudí Yamal Jashogui, asesinado en Estambul. Presentado como un 'demócrata' y un 'reformista', Jashogui era en realidd un islamista próximo a la Hermandad Musulmana. Vinculado con miembros de la família real desplazados por Ben Salman, Jashogui se oponía a las reformas del príncipe heredero por entender que eran contrarias a la 'verdadera naturaleza' de Arabia Saudí, que 'es la madre y el padre del islam político'.

Turcófilo, Jashogui quería que el príncipe heredero siguiera los pasos del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que apoya a la Hermandad Musulmana en todo el mundo árabe. Jashogui era partidario de una gran alianza entre Riad y Ankara y, como Erdogan, era hostil al régimen de Al Sisi en Egipto y se oponía al acercamiento a Israel, iniciado por Ben Salman ante la amenaza iraní.

Sin embargo, Jashogui no era proclive al régimen chií de Irán, frente al cual demandaba la unidad de las potencias suníes. Posición que minimizó ante sus amigos estadunidenses del Washington Post y ex funcionarios de la administración Obama que buscan presentar la política pro saudí y anti iraní de Trump como un desastre.

In presenting himself to his American friends, Khashoggi fashioned himself less the Islamist and more the democratic reformer. He made a tactical alliance with former Obama officials who seek to depict Trump’s pro-Saudi and anti-Iranian policy as a disaster.

Trump, in this view, is the enabler of a young, impetuous crown prince. Conflicts such as Yemen result from Saudi recklessness rather than Iranian expansionism.

Far from erasing this picture from the US media, Khashoggi’s disappearance has strengthened it. Given the opposition of former Obama officials to Trump’s strategy, they have an interest in stoking outrage at Khashoggi’s death. Their goal is to harness it in order to resurrect Obama’s outreach to Tehran.

Ironically, containing Iran is a goal that would make perfect sense to Khashoggi. In advocating a rapprochement between Riyadh and the Turkish-Qatari axis, he stressed the need for the Sunni powers to band together to thwart Tehran.

This is an aspect of his thought that he downplayed when making common cause with his American allies. It is the aspect, however, which President Trump would do well to remember most.

Extraído del artículo 'Why the Saudis despised Jamal Khashoggi' de Tony Badran, investigador en la Fundación para la Defensa de las Democracias, y Michael Doran, miembro senior del Instituto Hudson