dimecres, 5 de setembre del 2018

La Resistencia




La victoria de Donald Trump en 2016 se les atragantó a millones de estadounidenses. Aunque se han atiborrado de bicarbonato, los partidarios de Hillary Clinton y los demócratas no han conseguido superar la indigestión. Tampoco muchos republicanos –la facción Never Trump dejó el partido incluso antes del desenlace– afligidos por el mismo mal.

La mayoría sigue sin reponerse. De las grandes cadenas de televisión no puedo hablar, porque no las frecuento, pero la lectura diaria de The New York Times o The Washington Post es una zambra. La Administración Trump es tramposa, mentirosa, carente de principios: un sindiós de todos los males sin mezcla de bien alguno. Llevan una cuenta estricta. «En 558 días el presidente Trump ha hecho 4.229 afirmaciones falsas o erróneas», ni una más, ni una menos; animan a «ganar la batalla decisiva de nuestras vidas» (¿qué se hizo del desembarco en Normandía?); Tom Friedman, muy disgustado, alerta de que «Trump trata de rehacer Estados Unidos a su imagen y semejanza», algo habitual en cualquier presidente que se precie; «estamos muy cerca de convertirnos en una nueva Polonia o Hungría», remacha Paul Krugman con su habitual sindéresis. Y no sigo porque estos juicios ya los traducen al castellano los corresponsales de El País y al catalán los de La Vanguardia.

Ah, la résistance.

[...]

Pero, como Sartre y como los torturadores de la tondue, el Partido Demócrata y los progresistas norteamericanos dramatizan para tapar sus propias carencias. El Diccionario de la Real Academia define resistencia como el «conjunto de personas que, generalmente de forma clandestina, se oponen con distintos métodos a los invasores de un territorio o a una dictadura». Justamente lo que no son los Estados Unidos de la era Trump.

Más modesto y más realista sería decir la verdad: que la resistencia estadounidense no es un episodio épico; que se limita a ejercer el derecho a la libertad de expresión que sigue intacto en el país gracias a unas instituciones democráticas que están por encima de los inquilinos de la Casa Blanca. Si quieren cambiar al actual, a los resistentes más les valdría diseñar una estrategia para ganar las próximas elecciones. Por el momento, no han dado muestras de tenerla. | JULIO ARAMBERRI - Revista de Libros



Torra no quiere volver a perder la autonomía








Delirante. Diecinueve páginas de inflamada y lacrimosa retórica para no decir nada concreto. Torra ha recurrido una vez más al teatro para contarnos un cuento. El manido cuento del victimismo y de la épica que le permita mantener la ilusión entre sus huestes, cada día más cansadas y decepcionadas.

Torra ha anunciado un programa de ferias y festejos que empieza hoy y que acaba el día en que el Tribunal Supremo dicte sentencia. Una movilización permanente que piensa mantener gracias a una larga 'marcha' de la que ha hablado mucho pero de la que tampoco ha dicho nada. Solo vaguedades. Se trataría, según sus palabras, de 'una marcha por los derechos civiles, sociales y nacionales de Cataluña; una marcha de ciudadanos que toman la libre determinación de ser pueblo constituyente'.

Sin embargo, y a pesar de ser un discurso repleto de fantasías, autoengaños y mentiras que producen algo más que vergüenza ajena, Torra no ha amenazado con ninguna acción política de su Govern que comporte dar un solo paso fuera de la ley. Dice que no aceptarán una sentencia condenatoria de los políticos presos, pero ni tan solo ha insinuado el desacato o la desobediencia. Lo único que ha dicho es que se reunirán para ver que hacen.

Ha insistido en que recuperaran las leyes 'sociales' que aprobaron demagógicamente sabiendo que serían tumbadas por los Tribunales por invadir competencias del Estado. Pero por recuperar, tanto puede entenderse que harán lo mismo y volverán a ser tumbadas o que las volverán a legislar pero esta vez dentro de sus competencias.

Pide un referéndum de autodeterminación PACTADO y sin plazos. Y lo pide porque el referéndum unilateral del 1-O no sirvió para nada, excepto para ir a la cárcel. Por lo que se refiere a la constitución de la República catalana lo remite a las entidades civiles, invitándolas a iniciar la 'primera fase del camino hacia un proceso constituyente' que compara -Valga'm Déu!- con el  Congreso de Cultura Catalana que se desarrolló entre 1975 y 1978 de la mano del Colegio de Abogados de Barcelona.

Lean -si pueden- el discurso y lo comprobarán: mucha retórica pero ni una sola propuesta concreta que signifique unilateralidad o desobediencia. Torra y sus amigos no quieren volver a perder la autonomía, esa atalaya que les permite seguir en el poder ondeando la ficción de la república catalana.