dijous, 6 de desembre del 2018

La Constitución encarna la reconciliación nacional que cerró la guerra civil y abrió una España sin vencedores ni vencidos





Muchas veces me pregunto que cuándo comenzó realmente la transición. ¿Con la muerte de Franco? ¿Con el asesinato de Carrero Blanco? ¿Con el nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno? ¿Con el discurso del rey Juan Carlos I en Estados Unidos? ¿Con la Ley para la reforma política? ¿Con la legalización del Partido comunista? ¿Con los Pactos de la Moncloa? Tengo más claro que terminó con la incorporación a las Comunidades Europeas.

Es difícil establecer una fecha y una foto fija sobre el inicio. Mucho antes de la propia muerte del Caudillo ya estábamos en transición, sin saber hacia dónde, pero todo aquello "se movía". Recuerdo la votación en las Cortes del "harakiri". El hecho de que fueran esas Cortes quienes, por primera vez, posibilitaran la elección de unas nuevas, que pasaban de ser Cortes Españolas a Cortes Generales, nos hacía tener bastante desconfianza respecto del futuro. Como también nos generaba esas dudas que quien pilotara todo ello fuera un tal Adolfo Suárez que había sido Ministro Secretario General del Movimiento. Por cierto, cuando no se tenía ni idea de ello y todos pensábamos que el elegido de la “terna” propuesta al Rey sería José María de Areilza, mis contactos americanos de París nos dijeron, ante nuestra posición incrédula, que el elegido sería Adolfo Suárez. Y, si señor, así fue, lo que me dio mucho que pensar acerca de cómo se regía el mundo.

Muchos ríos de tinta, muchas discusiones que ni tan siquiera terminaban al alba, muchos encierros, saltos, viajes... tremenda época esa de la transición. Costó racionalizarlo todo. Tuvimos que hacer, todos, desde todos los ámbitos, un gran esfuerzo para ello. Incluso muchos (qué digo, muchos… unos pocos que nos creíamos que éramos muchos) ni tan siquiera votamos esa Ley para la reforma política que abrió la puerta a todo lo demás. Particularmente sólo comencé a creer que el cambio iba realmente en serio cuando comenzamos a discutir lo que fueron los Pactos de la Moncloa. Y cuando se crearon las "comisiones de seguimiento" de tales Pactos, con implicación de amplios sectores sociales y se abrió la discusión a la sociedad, al mundo del trabajo, a la cultura, al movimiento vecinal... Entonces pensé que la "cosa" iba realmente en serio. Y que podía salir razonablemente bien (nunca pienso que las cosas van a salir "bien", sino "razonablemente bien"). Porque muchos estábamos implicados en ello, viniéramos de donde viniéramos.

Para que ahora intenten ensuciarlo todo.... especialmente los que han tardado décadas en ser concebidos….

Dice bien Genovés, el autor del cuadro del abrazo, que durante la transición lo que nos preocupó fue la reconciliación entre los españoles. Lo dice, y bien, porque no se puede limitar la transición a unos pactos políticos sólo por arriba, sino a un entendimiento social por abajo (y por arriba también). La transición ni tan siquiera comienza con los Pactos de la Moncloa, como se suele afirmar. Es un proceso mucho más largo, mucho más complicado, que implicó a amplios movimientos ciudadanos, hoy en día olvidados. El movimiento vecinal, cultural, sindical, se fue transversalizando poco a poco, hasta culminar en los acuerdos políticos.

No fue una imposición de arriba a abajo, por más que algunas voces interesadas en la destrucción de la democracia de que nos dotamos repitan machaconamente. Los que la vivimos desde nuestro propio interior, desde nuestra propia inserción en asambleas, plataformas, alianzas, etc. recordamos vivamente el debate que, aunque no arrastró, porque ello es imposible, a toda la sociedad, alcanzó las más altas cotas de participación que se recuerdan en nuestra historia.

Lo que sí fue una imposición de arriba a abajo fue la "disolución" de esta movilización una vez que los partidos políticos obtuvieron carta de naturaleza tras la aprobación de la Constitución. La "explicación" fue que era necesario consolidarlos. Quizás sí, en aquel momento. Pero no sé si a costa de ir provocando, por la progresiva lejanía que se ha ido produciendo entre ellos y la ciudadanía, la creación de un foso insalvable entre representación y participación.

En una publicación, bajo el título “Vencedores y vencidos” realicé una reflexión que creo viene a cuento reproducir aquí:

“En Piazzale Loreto, en esta fría tarde de marzo de Milán, todavía parece rugir la muchedumbre ante los cuerpos inertes de Benito Mussolini, Clara Petacci y otros tres prebostes del fascismo, colgados por los pies, en lo alto de una hoy inexistente estación de servicio (habían sido fusilados con anterioridad). Se trata de una plaza fría, como lo es el norte de Italia, en la que hoy, salvo esa frialdad, nada hace recordar los tremendos sucesos que tuvieron lugar allí, el 29 de abril de 1945. El fascismo había sido vencido por las armas. Y los vencedores se tomaron su venganza.

También hubo vencedores y vencidos, aunque sin tanta escenificación dramática, en Portugal y en Grecia, otras dos dictaduras del sur de Europa. En Grecia, la crisis con Turquía (a cuenta de Chipre, que acabó, y todavía continua, partido en dos, con el norte ocupado de facto por los turcos) terminó con la caída del régimen y la posterior condena judicial de los militares golpistas, que habían actuado contra Makarios, el gobernante autóctono de la isla, porque los coroneles griegos querían disminuir su creciente desprestigio con una victoria militar, anexionándosela (la enosis). En Portugal, la revolución de los claveles, originada por el descontento de los militares destinados en África (básicamente en Angola y Mozambique, donde se había librado una larga guerra colonial) también provocó la caída del salazarismo, iniciándose así un sistema democrático que se consolidó no sin problemas debido a la gran influencia que los llamados “Capitanes de abril”, con fuerte componente izquierdista, desarrollaron al inicio de la democracia, hasta que los militares fueron apartados de la política, se suprimió el Consejo de la Revolución y se consolidaron los partidos políticos civiles.

En ambos casos, es decir, en Grecia y en Portugal, el componente exterior fue determinante, como lo había sido para el establecimiento, o restablecimiento según los casos, de la democracia después de la Segunda Guerra Mundial, en los países que no cayeron bajo la órbita comunista.

Sin embargo, en el caso de España, no se produjo una derrota militar del franquismo, ni tampoco existieron factores o intervenciones exteriores que determinaran su finalización, a pesar de que en algunos sectores de la oposición existió durante un tiempo la creencia de que el triunfo de los Aliados podía conllevar la caída del régimen (a ello se aplicaron los maquis, esperando poder unirse en paseo triunfal a los vencedores europeos y americanos cuando, según creían en la clandestinidad, cruzaran los Pirineos para deponer a Franco). Pero Franco se murió en la cama, le pese a quien le pese. Y la transición a la democracia fue el resultado de un acuerdo amplio entre quienes consideraron que el franquismo ya no se correspondía con los tiempos y quienes se habían opuesto a él, con mayor o menor fuerza y resultados, especialmente en los últimos años de la dictadura.

No hubo, pues, en España, vencedores y vencidos. Nada de Piazzale Loreto, ni condenas a militares golpistas, ni claveles en los fusiles. La política de “reconciliación nacional”, proclamada por el Partido Comunista de España en su Declaración de junio de 1956, en la que afirmó “solemnemente estar dispuesto a contribuir sin reservas a la reconciliación nacional de los españoles, a terminar con la división abierta por la guerra civil y mantenida por el general Franco”, convergió con los acuerdos derivados del “Contubernio de Munich”, en 1962, protagonizado, entre otros, por liberales, democristianos y socialistas. Todo ello dio sus frutos veinte años después, cuando tras la formación del gobierno Suárez y la adopción de los Pactos de la Moncloa, el llamado “consenso” facilitó que, todos, los que estuvieron en un lado y los que estuvieron en el otro, pudieran pasar página civilizadamente para comenzar esta etapa de constitucionalismo democrático que, lamentablemente, algunos quieren destruir para volver a entronizar los conceptos de vencedores y vencidos.

¿Cómo lo hicimos? Buscando lo que nos unía, renunciando a algunas cosas y dejando a un lado lo que nos separaba. Sobre todo, buscando lo que nos unía: el deseo de contar con un Estado de Derecho, con democracia y con derechos humanos. Aunque se tuviera que renunciar, en aquellos días, a símbolos que, de mantenerlos, hubieran hecho imposible la transición. Recuerdo, al respecto, las silenciosas lágrimas de los veteranos miembros del PCE cuando oficializaron el cambio de bandera, ante una mesa presidida por la republicana, que fue retirada para ser sustituida por la bandera rojigualda; habían mantenido durante toda la clandestinidad un símbolo al que fueron capaces de honrar declarando que la reconciliación, como valor superior, bien valía su cambio.”

¿Por qué ahora algunos reniegan de ello? ¿Ignorancia? ¿O mala fe?
TERESA FREIXES





Elaboración y aprobación de la Constitución Española de 1978 en sus actas oficiales

Sesión Plenaria del Congreso de los Diputados celebrada el martes, 31 de octubre de 1978, en la que fue aprobado el texto de la Constitución [Discursos de los líderes políticos]

Sesión Plenaria del Senado celebrada el martes, 31 de octubre de 1978, en la que fue aprobado el texto de la Constitución [Intervenciones de los líderes políticos]

Actas secretas en una caja fuerte: así se negoció la Constitución [El Confidencial]

La Constitución nació en el Parador de Sigüenza



'No preparamos a nuestras hijas e hijos para que sean ciudadanos, ni para que entiendan el mundo. Ni tampoco para que ejerzan esa ciudadanía que Bobbio reclamaba como libre y consciente. Libre para que pudiera movilizar sus esfuerzos dirigiéndolos hacia la construcción y garantía de la misma libertad, igualdad y solidaridad. Si no les enseñamos eso, no sólo con palabras sino también con los hechos, van a ser presa fácil de todo aquello que en vez de construir destruye' | Larga vida a la Constitución y al constitucionalismo [Teresa Freixes]