Siendo buenos, y negarlo es ridículo, están muy lejos de lo que se espera de una economía que ha tenido un estímulo monetario y fiscal superior a $24,7 billones en ocho años. La deuda ha aumentado un 121% con Obama y el crecimiento es el más pobre en décadas, menos de la mitad de su potencial.
Por un lado, han salido más de 11 millones de personas de la fuerza de trabajo, llevando la participación en el mercado laboral a niveles de 1978, y es completamente falso que se explique por la demografía. EEUU tiene una demografía similar a la de Reino Unido y su participación laboral es casi diez puntos inferior. Además, se ha reducido en casi todos los segmentos de edad (muy relevante entre 25 y 35 años).
En octubre de 2016 salieron de la fuerza laboral 425.000 trabajadores, el nivel más alto de la serie histórica, alcanzando un total de 94,6 millones de norteamericanos en edad de trabajar que ni participan en el sistema ni buscan trabajo. Eso muestra un índice de participación laboral de 62,8%, no visto desde 1978. Por lo tanto, un desempleo bajo se contrapone a una participación laboral paupérrima. Además, el número de ciudadanos norteamericanos que suplementa su renta con cupones de comida (food stamps) se ha duplicado de 20 millones a más de 40.
El empleo temporal se sitúa en 18,2% (menos de 35 horas semanales), es decir, niveles considerados de recesión. En época de crecimiento, EEUU siempre ha tenido una temporalidad inferior al 16,6%. En la recesión de 2001 era del 17% y en 2008 el máximo del 20%. Con Obama y el mayor estímulo de la historia sólo se ha reducido la temporalidad ligeramente al 18,2% y eso hundiendo la mencionada participación laboral.
El dato de octubre publicado la semana pasada mostraba una destrucción de empleos fijos de 103.000 y creación de empleo temporal de 90.000. A propósito, cuando piensen en empleo fijo y temporal en EEUU, piensen en condiciones de flexibilidad que aquí no imaginaríamos jamás.
Desde 2009, duplicando la deuda, ha caído la renta media de los hogares en todos los segmentos (la mediana de $55.000 a $54.000 y el segmento más pobre de $13.000 a $12.000) y los salarios reales continúan a niveles de 2008. Encima, la implantación del llamado Obamacare (Affordable Care Act) ha supuesto que el coste medio de una póliza se dispare hasta un 25%, haciendo una sanidad pública cara e ineficiente aún más cara.
Para acabar de desanimar, en los últimos cinco años el crecimiento anual de productividad ha sido de 0,6% de media, el más pobre desde 1978.
Por lo tanto, no es tan “sorprendente” la falta de euforia ante una nueva administración demócrata. Se entiende mejor cuando se diseccionan los datos de empleo y se ponen en el contexto del mayor estímulo fiscal y monetario de la historia y de haber duplicado la deuda.
Y es que, si con semejante chute de adrenalina “sólo” se ha conseguido esto, imaginen el riesgo que percibe un ciudadano fuera de Nueva York o Los Angeles.
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Es cierto que la crisis fue muy importante, pero que casi ningún dato haya recuperado niveles de época de crecimiento es la evidencia de un fracaso que se refleja en el descontento del votante. Pero es mucho más preocupante pensar que la solución a este pobre historial sea repetirlo con Clinton. Y aterrador que la “alternativa” sea el populismo rancio y proteccionista de Trump. Por lo tanto, ante “susto” o “muerte”, sin duda yo prefiero susto. | Daniel Lacalle
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