dimarts, 22 de novembre del 2016

Europa ya tuvo su Donald Trump


Buena parte de la progresía mundial está ahora asustada por el Trump-kenstein, ese monstruo de película que con tanta necedad han ayudado a procrear. Y están asustados con razón, ya que Trump se parece a esos tipos que no saben que el gobierno tiene límites, y que si te los cargas, te cargas la Constitución y la democracia liberal.

En Europa ya tuvimos uno prematuro que se llamaba Berlusconi. Un Trump avant la lettre que llegó por primera vez al poder desde fuera de la clase política en 1994, tras dos años de gran indignación en Italia por la corrupción institucionalizada que el fiscal Antonio Di Pietro había sacado a la luz. Un escándalo conocido como Manos Limpias o Tangentopoli que afectaba a todos los grandes partidos políticos, ministros, diputados, senadores, ex presidentes de Gobierno y a diversos grupos empresariales e industriales.

Cuando el magnate Silvio Berlusconi hizo el salto a la política, también fue demonizado, comparado con Mussolini y calificado como un peligro para la democracia. Sin embargo, ni hubo otra marcha sobre Roma, ni Berlusconi se proclamó como el nuevo duce, ni se liquidó la democracia representativa. Por no haber, ni tan siquiera hubo importantes reformas institucionales, administrativas, económicas o laborales, ya fuesen de corte proteccionista o de corte liberal. Lo que sí hizo, y con esmero, fue aprobar todos aquellos cambios legislativos que tenían como objeto permitirle eludir a la justicia.

Se me antoja que la presidencia de Trump no estará muy alejada de las de Berlusconi, aunque obviamente las repercusiones de su gestión tendrán mucha más trascendencia, no en vano EEUU, a pesar del declive de los últimos años, sigue siendo la primera potencia mundial o, si se prefiere, la potencia indispensable, según acuñación de Madelaine Allbrigth.

Trump será de todos los presidentes el más vigilado. Por el mundo, por la prensa, por la oposición demócrata, pero también, y especialmente, por la mayoría de representantes y senadores republicanos. No solo tendrá las manos atadas para poder llevar a cabo algunas de sus más polémicas promesas electorales sino que también corre el riesgo, si se sale excesivamente del guión, de ser destituido por sus propios compañeros de partido. Como Berlusconi, Trump puede quedarse solo frente al mundo y en su propia casa. Y es que en el GOP hay más de uno que le tiene ganas.

¿Y si la desigualdad no ha crecido?

EL PAÍS.- Con Reino Unido, Francia, Italia y Grecia, España forma el grupo de países donde la desigualdad es ahora igual que en los noventa. En España la desigualdad aumentó durante la crisis, si bien menos de lo que pareció en el primer momento. El Instituto Nacional de Estadística (INE) estimó que el índice de Gini había pasado de 32 a 34,5 entre 2007 y 2010; nadie prestó mucha atención a estas cifras hasta que la OCDE resaltó en un informe de 2013 (Crisis Squeezes…) que el índice de Gini había crecido en España tres puntos, de 31 a 34, y destacó en otro informe del mismo año (Panorama social) el contraste entre el 10% más pobre, cuyas rentas habían menguado entre 2007 y 2010 a un ritmo del 14% anual, con el 10% más rico, que se empobrecía a un ritmo de solo el 1%.

Este párrafo dedicado a España fue contagiosamente reproducido en los medios, muchas veces exagerado como “los pobres son cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos”, para explicar o justificar, según la ideología de cada uno, los comportamientos políticos de los ciudadanos. Ahora bien, en el año 2013 el INE mejoró sus estimaciones, resultando que en 2007 el índice de Gini había sido de 32,4 y en 2010, de 34; en los tres años siguientes, hasta 2013, ha llegado a 34,7 puntos, totalizando en todo el período de crisis un aumento de 2,3 puntos. El último dato es de 34,6 para 2014. El índice de Gini oscilaba también entre 34 y 35 a mediados de los noventa, cuando no había desafecciones políticas ni populismos que explicar; en cuanto a la globalización, parece que por aquellos años disminuía la desigualdad.

Como apuntaba la OCDE, el aumento de la desigualdad en España durante la crisis puede reducirse a un fenómeno mucho más simple, el aumento de la pobreza. Los pobres severos pasaron de ser el 2% de la población en 2007 a ser el 5% en 2009 y en 2013. En la misma magnitud que han aumentado los pobres severos han disminuido también las clases medias. ¿Quiénes son los nuevos pobres? En términos muy aproximados, durante los primeros años de la crisis la mayor parte eran autónomos con empresas en pérdidas, que han ido dejando paso a los parados, muchos de ellos inmigrantes. Resulta sugerente relacionar esta composición de los pobres en ingresos anuales con la evolución de la desigualdad del gasto. Pues el aumento de la desigualdad de ingresos no se ha traducido en un aumento de la desigualdad de gasto, sino en una disminución.

Según cálculos de Francisco Görlich, el índice de Gini del gasto en bienes de consumo disminuyó durante los primeros años de la crisis, de 30 en 2006 a 28,1 en 2009, y se ha mantenido en este nivel hasta 2014, cuando ha crecido hasta 28,6. Podemos imaginar que los autónomos dejaron de importar bienes de lujo cuando sus empresas entraron en números rojos, pero sin llegar al punto de “pasarlo muy mal” en el día a día. En cuanto a la política, quizás algunos se radicalizaran, aunque más bien parece que fueron otros los que se radicalizaron por ellos.
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