dilluns, 29 d’abril del 2019

Rivera y Sánchez pueden verbalizar impertérritos: 'Donde dije digo, digo Diego', pues tienen larga experiencia en ello




Puede que sea una suerte que los dos ganadores de las elecciones del domingo sean dos hombres sin convicciones, porque solo eso puede lograr la formación del Gobierno menos malo que permiten los resultados electorales. 'Donde dije digo, digo Diego'. Rivera y Sánchez lo pueden verbalizar impertérritos, pues tienen larga experiencia en ello. Lo diferente ahora es que, aunque sea por una vez, ambos tienen la oportunidad de que su vicio personal permita una pública virtud.

Así lo cuenta Arcadi Espada:
Es sabido que durante la campaña electoral el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, hizo una declaración solemne asegurando que su partido nunca pactaría con el Partido Socialista. Ciudadanos ha aumentado notablemente su número de votos y aún más el de sus escaños. Pero el contrafáctico tentador es lo que habría sucedido de no haber mediado esta declaración. Tentador e inútil: Cs debe asumir lo que hizo. Pero no lo que dijo, porque ahora está irrevocablemente obligado a dar su apoyo a un gobierno de Sánchez. Estas cosas son, sin duda, dolorosas, incluso para un hombre como Rivera. Por lo tanto, bueno sería encararlas pronto y sin mayores aspavientos. Ni el Psoe ni Cs pueden hacer otra cosa que gobernar juntos. Las convicciones son extraordinariamente importantes en la política. Pero, por suerte, en esta hora crucial los españoles se han encontrado con una extraordinaria chiripa, fruto de ese azar tan pintoresco que llamamos democracia. Dos hombres sin convicciones, que se disputan encarnizadamente cuál de los dos habrá cambiado de opinión más veces y cuál de ellos entenderá el ejercicio del poder de forma más fría y desnuda van a gobernar este país caliente. Insisto: es una suerte escandalosa. Imagine el desocupado lector qué habría pasado si los dos, o incluso uno solo de ellos, hubieran tenido convicciones.

y así lo siente José García Domínguez:
Rivera ha quemado sus naves y su credibilidad toda en pos de su objetivo primero, que no es el de librar al país de la tutela de golpistas y anticapitalistas, sino el deseo de desbancar al PP para ocupar él su lugar. Y ahora ya no se puede echar atrás. Un Ejecutivo de Ciudadanos con el PSOE, tal como están las cosas tras el recuento de las papeletas, sería lo mejor para España, sin duda. Pero no lo mejor para un Rivera empeñado en su particular guerra fratricida con el PP. Una guerra, la suya personal e intransferible, que ahora le impedirá todo acuerdo de gobierno con Sánchez, so pena de perderla definitivamente. Iba a ser la gran solución y ha acabado siendo parte del problema. Ah, los maquiavelos de provincias.


Sin embargo, las probabilidades que eso suceda son, a día de hoy, nulas. Rivera prefiere consolidarse como líder del principal partido de la oposición. A tan solo 200.000 votos del PP, convertirse en el monaguillo de Pedro Sánchez sería suicida, sería darle un balón de oxígeno al PP de Casado para que se recomponga y sobreviva políticamente.

En realidad, la victoria de Pedro Sánchez ha tenido mucho de espejismo. El resultado obtenido por el PSOE ha sido el peor, en porcentaje de voto, en 40 años de democracia, exceptuando las elecciones de diciembre de 2015. Sin embargo, el hundimiento del PP le ha hecho duplicar el número de escaños respecto al hasta ahora partido mayoritario. No porque el PSOE los haya ganado, sino porque el PP los ha perdido.