dissabte, 26 d’octubre del 2019

Lo peor que le podría pasar a Chile es volver a creer que 'el pueblo unido jamás será vencido'





Sin duda, la manifestación de ayer en Santiago de Chile fue la mayor realizada en la historia del país desde el retorno de la democracia. Y nada puede minimizar su impacto político. Sin embargo, la cifra de manifestantes creo que es exagerada, aunque no tanto como las que suelen darse en España. En las informaciones que he leído al respecto, no he visto 'cifras oficiales' de participantes, lo que tiene la virtud de que los medios deban asumir el riesgo de contabilizar la asistencia y justificarla. Tal vez por ello, las cifras no aparecen triplicadas o cuadriplicadas como sucede, por ejemplo en Barcelona, con las cifras oficiales de la guardia urbana municipal.



Conozco poco la ciudad y no puedo calibrar correctamente las superficies ocupadas, la densidad de su arbolado y del mobiliario urbano. Sin embargo, gracias a los límites geográficos de ocupación señalados por los comentarios de prensa, he intentado siluetear la superficie ocupada en la Plaza Italia y zonas adyacentes. Según el gráfico, la superficie bruta ocupada ha sido de 441.548 metros cuadrados, que he redondeado en 450.000. He establecido tres hipótesis de descuento por arbolado y mobiliario urbano del 15, 10 y 5%. Según ello, la superficie real ocupada por los manifestantes oscilaría entre los 380.000 y los 430.000 metros cuadrados útiles. Aunque la densidad de manifestantes no es uniforme en toda la superficie, puede aplicarse la media estándar de 1,7 personas por metro cuadrado. Eso nos sitúa en un mínimo de 650.000 personas y un máximo de 730.000.

Conocer y dar a conocer la verdad de los hechos es importante tanto para la política como para el periodismo. Lo contrario, puede llevar a falsas percepciones sobre cuán profunda es la manifestación de una realidad concreta. Mi especial interés por saber lo que pasa en Chile obedece a mi particular vínculo con este país. Un vínculo profesional y emocional, que cambió mi percepción de la política y de la historia en mi juventud.

Solo he visitado Chile en una ocasión, cuando se celebraron las primeras elecciones democrática tras perder Pinochet el referéndum sobre su continuidad en el poder. La dictadura de Pinochet, como la de Franco, fue dura pero no totalitaria. Ni la España de Franco ni el Chile de Pinochet destruyeron la nación. Con todos los peros que se pueden y deben legítimamente interponer, España disfrutó de la segunda mayor tasa de crecimiento mundial, un poco por detrás de Japón, y se convirtió en la novena economía más grande del mundo, después de Canadá, mientras que Chile lideró el desarrollo económico del continente hispanoamericano.

Y creo que es precisamente ese éxito el que enfurece y provoca el celoso rechazo visceral de la izquierda a esas dictaduras. No pueden concebir que fuesen menos malas que las suyas. Tienen que ser peores, genocidas como Hitler, para poner en sordina el desastre de las dictaduras comunistas, que no solo asesinaron a sus oponentes políticos en los diferentes Gulags que en el mundo han sido sino que sumieron a toda su población -a excepción de los aparatchicks- en la miseria y la desesperanza. Para resumirlo: Pinochet abandonó voluntariamente el poder, cosa que nunca han hecho ni los Castro, ni los Chávez o Maduro.

Estuve tan solo diez días en Santiago de Chile, con viaje incluido a Valparaíso y Viña del Mar para visitar la tumba, entonces anónima, de Salvador Allende. Tiempo insuficiente para familiarizarme con la ciudad y sus escenarios urbanos, pero suficientes para entender su historia reciente, más allá de los tópicos de la izquierda. Para un joven seducido por el himno que fue 'El pueblo unido jamás será vencido' y que llevaba las canciones de los Quilapayún o el 'Te recuerdo Amanda' de Víctor Jara en su cassette, ese viaje fue un encontronazo con la realidad.

El primer choque, incomprensible para mi, fue que los partidos de la concertación, desde la Democracia Cristiana hasta el PC, durante toda la campaña electoral ignoraron a Salvador Allende y su Unidad Popular. Los únicos que hablaban de Allende y su Gobierno eran los partidos pinochetistas, que emitían vídeos de huelgas y manifestaciones de los años previos al golpe de Estado. Para mi desespero total, la estrategia electoral de la concertación, con sus spots de cielos azules y niños jugando en el césped y la aceptación incuestionada de la política económica neoliberal que los Chicago Boys implementaron para Pinochet, se demostró la correcta, pues obtuvieron la victoria.

El segundo e insuperable choque provino del azar. El taxista que me llevó a la tumba de Allende resultó ser un viejo republicano del exilio español. Lo que me dijo, no solo terminó de hundir mi fantasía política sobre las bondades de la Unidad Popular sino también sobre las de la República española del Frente Popular. Desde lo alto del cerro, me señaló con el dedo el gran puerto oceánico de Valparaíso y me dijo: 'La mitad de los días los estibadores o estaban en huelga o se dedicaban a desfilar por el puerto cantando a la revolución. No muy distinto a lo que nos pasó en España'. Quedé abrumado y sumido en el silencio. El taxista republicano español me llevó al hotel. Y no quiso cobrarme la carrera.