dijous, 16 d’agost del 2018

Los males del periodismo no empezaron con Trump sino cuando el relato se impuso a los hechos

Unos 200 350 periódicos de EEUU han publicado simultánea y coordinadamente editoriales en defensa de la libertad de prensa y en contra de las duras críticas que han recibido muchos de ellos del presidente Donald Trump. Es lícito y comprensible que ante lo que consideran un ataque a la libertad de prensa por parte del máximo poder ejecutivo del Estado, la prensa convencional estadounidense se defienda y advierta de los potenciales peligros que ello puede tener para la democracia.

Sin embargo, hasta el momento Donald Trump se ha limitado a criticar, principalmente a través de su cuenta de Twitter, informaciones que considera 'falsas' o premeditadamente sesgadas en su contra por los medios 'liberales'. En ningún caso, que yo sepa, ni tan siquiera ha insinuado que podría tomar una sola medida tendente a limitar esa libertad. Entre otras razones porque no podría tomarla y porque, a diferencia de Puigdemont, Trump nunca ha roto ni ha dicho que rompería con la legalidad constitucional para llevar a cabo su proyecto político, se considere bueno o malo.

En la reacción editorial conjunta se muestra, pues, una orgullosa firmeza de los medios estadounidenses en la defensa de la libertad de prensa, pero también una preocupante falta de autocrítica. En su editorial, el New York Times afirma que es 'totalmente correcto' que se critique 'a los medios de comunicación por minimizar o exagerar las historias, por hacer algo mal. Los periodistas y editores de noticias son humanos y cometen errores. Corregirlos es esencial para nuestro trabajo'. Pero, a renglón seguido añade que 'insistir en que las verdades que no te gustan son "noticias falsas" es peligroso para el alma de la democracia'.

La pregunta es: ¿a qué verdades se refiere el NYT? ¿A la verdad de los hechos o a la verdad del relato?.

El periodismo, que nació como libelo, agitador partidista y baluarte de la libertad de expresión, evolucionó hacia una ética profesional que pretendía garantizar el derecho de los ciudadanos a una información veraz y objetiva. Esa pretensión sufrió, especialmente a partir de los años sesenta del siglo pasado, el asalto del subjetivismo romántico de la izquierda, del que formé parte durante una época.

En ese momento se decretó que en periodismo la objetividad no existe, principio que todavía se imparte en las Facultades de Ciencias de la Información. Se elevó la honesta subjetividad del amanuense, liberado finalmente de la tiranía de los hechos, a la categoría de ética profesional. Se despreció al notario y se encumbró al activista. El relato se impuso a los hechos.

Este es para mí, después de casi 50 años de ejercer de periodista en medios públicos y privados, el cáncer que corroe al periodismo contemporáneo. Ese ejército de periodistas políticamente correctos y románticamente izquierdistas -en EEUU solo el 7% de los periodistas en activo se identifican como republicanos- cuya vocación no es tanto la de ser testigos y notarios de los hechos sino protagonistas de los mismos. El periodismo como arma transformadora, como instrumento de la revolución.

Así lo vemos hoy en Cataluña, en donde la gran mayoría de los medios públicos y privados han adoptado el relato soberanista y se han lanzado a una aberrante agitación política desconocida en Europa desde la guerra en Yugoslavia. Y también lo hemos visto, en menor mesura, en EEUU donde la victoria electoral de Donald Trump sorprendió y sacó de sus casillas a la 'corrección política', especialmente la mediática, que intentó por todos los medios impedir, primero, que el excéntrico republicano tomase posesión de la presidencia y, después, construir un relato de delitos e infamias, especialmente la de colusión con Rusia, que tras casi dos años de investigación periodística y policial no ha dado resultado sustantivo alguno.

'S'ho hauríen de fer mirar', como decimos por aquí.



ADENDA

El enfrentamiento con Trump es utilizado por la prensa para intentar recuperar los lectores perdidos. Y para ello les dicen que no se trata solo de salvar puestos de trabajo sino la mismísima libertad de prensa. Parece como si solo los medios impresos en papel garantizaran esa libertad fundamental y no lo hicieran también los medios electrónicos y la prensa escrita digital.

La amenaza a la supervivencia de la prensa convencional no es cosa de Trump. No exageremos su capacidad. No es Dios. La crisis de la prensa no empezó el año pasado. Viene de más lejos. Es el sesgo y especialmente internet lo que ha puesto en la picota a esos grandes medios tradicionales. Medios que, en Europa, presionan a los gobierno y a la UE para obtener leyes que, con una concepción privilegiada y extralimitada del derecho a la propiedad intelectual, pretenden poner puertas al campo. Criminalizar los agregadores y los simples enlaces a noticias demuestra hasta que punto no han entendido nada. Les dejo con algunos datos sobre la situación de la prensa escrita en EEUU:
If there is a war between the U.S. president and the American media, it's one he's likely to win — if only by attrition.

Newsroom employment in the United States dropped by 23 per cent between 2008 and 2017, a loss of 27,000 jobs, largely precipitated by "failing" newspapers, which shed 45 per cent of their staff over that period.

Television news employment remained flat, while digital media jobs grew, but not nearly fast enough to offset the overall decline.

If anything, the print media free fall is now approaching terminal velocity, with 36 per cent of large American newspapers and 23 per cent of high-traffic digital outlets having gone through at least one more round of layoffs between the beginning of 2017 and this past April. And the larger their circulation, the more likely they were to have fired journalists.
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