Macron 66,1%, Le Pen 33,9%
La socialdemocracia se está volviendo irrelevante. Está desapareciendo del panorama político europeo. Francia le acaba de dar la puntilla en las elecciones presidenciales. En España, tarde o temprano sucederá lo mismo. Ya sea con Susana Díaz por agotamiento, o con Pedro Sánchez por suicidio. Mientras que la eclosión de una supuesta nueva izquierda parece más un canto del cisne alimentado por la extinción de la socialdemocracia que por el nacimiento de un sólido paradigma político alternativo.
Se ha dicho que la confrontación entre derecha e izquierda ha sido substituida por otra que opone proteccionismo a globalización. Sin embargo, la confrontación derecha-izquierda hace tiempo que ya no existía al haberse confundido ambas en una
mélange llamada
consenso socialdemócrata. Un consenso basado en un enorme estado del bienestar y en la apertura de la economía a un libre comercio internacional sin precedentes para sustentarlo.
Paradójicamente, esa confusión ha perjudicado más a la socialdemocracia que a la derecha conservadora. Entre otras razones porque si a alguien ha dañado la globalización no ha sido al tercer mundo como aseguraba la izquierda marxista sino a los más anquilosados sectores productivos tradicionales y de manera especial a los trabajadores industriales poco cualificados de los países capitalistas. Eso ha roto el pacto social que unía la clase obrera a la socialdemocracia y, en menor medida, ha escorado hacia la derecha nacionalista a la venida a menos clase media pequeño burguesa de provincias, por definirla de algún modo.
Ese cambio de sujetos de la confrontación política ha sido especialmente claro y contundente en Francia. La victoria de Macron sobre Le Pen, con los dos principales partidos históricos expulsados de la competición para la presidencia de la República, ha sido como una segunda revolución francesa pero sin guillotina. Una 'revolución' contra la involución. Una
contrainvolución, si se me permite la expresión.
La victoria de Macron comporta no dar marcha atrás en el proceso de construcción europea, no revertir la globalización tecnológica, económica y comercial que ha beneficiado a muchísimas más personas de las que ha podido perjudicar. Pero la victoria de Macron significa también que el Frente Nacional, si quiere gobernar, tendrá que renovarse y evolucionar, soltando los lastres que todavía lo vinculan a la extrema derecha. Marine Le Pen lo ha dicho claro: el partido deberá 'cambiar de nombre' y reformarse en 'profundidad'. Igual que hicieron los grandes partidos comunistas europeos tras el hundimiento de la URSS.
La 'contrainvolución' francesa ha sido la primera gran respuesta, tras el Brexit, de los principios liberales frente al identitarismo y el nacionalismo populista. Que dure.