Repárese en un simple dato numérico. Antes de dar inicio la segunda gran ola globalizadora del capitalismo hacia principios de los años ochenta, los mercados laborales de las economías abiertas agrupaban en total a unos mil millones de trabajadores. Tres décadas después, tras la disolución del bloque soviético y la apertura de China e India a los mercados transnacionales, esa cifra se había multiplicado por tres, hasta alcanzar una oferta de mano de obra que ronda los tres mil millones de personas. Así las cosas, un político europeo de derechas o de izquierdas que ansíe mantener una mínima honestidad intelectual está obligado a explicar cómo piensa crear puestos de trabajo en París, en Roma o en Vallecas si solo en Vietnam ya hay 86 millones de candidatos a cubrirlos cobrando una décima parte del salario fijado en Occidente. O menos. Y desde la honestidad intelectual solo se puede decir que esos puestos de trabajo no se van a crear nunca. De ahí la eclosión del precariado en Europa y Norteamérica. En la Francia que votará el domingo, el precariado representa casi la mitad de la población activa del país. Y el suyo será, nadie lo dude, el voto de la frustración y de la ira. También Francia puede caer. | JOSÉ GARCÍA DOMÍNGUEZ
Eso explica por qué el proteccionismo aparece como la respuesta política adecuada. Al fin y al cabo en los últimos 150 años el proteccionismo ha sido la norma y el libre comercio la excepción. Se trata de una evidencia empírica, como también es una evidencia empírica que mantener cerradas las puertas de la economía nacional durante períodos prolongados termina por empobrecer a todos, ya que se suele perder el tren de la innovación y la revolución tecnológica.
A diferencia de épocas anteriores, la competencia de la mano de obra de países tercermundistas o en desarrollo coincide actualmente con un cambio profundo del modelo productivo nacido de la revolución industrial en el siglo XIX. Las llamadas tercera y cuarta revoluciones industriales -digital e inteligencia artificial- dejan obsoletos los modos de producción y las relaciones laborales existentes hasta hoy. Todo está cambiando y a gran velocidad. El problema es que nadie sabe a ciencia cierta dónde desembocará y cómo será ese futuro cada vez más inminente. Vivimos en la incertidumbre de las eras de transición. Y la incertidumbre encumbra a líderes peligrosos.