dimarts, 23 d’octubre del 2018

El experimento del príncipe heredero déspota ilustrado ha fracasado; murió con Jashogui en el consulado de Estambul




Los inversores y empresarios que han cancelado sus viajes a Riad no dejan de ser unos hipócritas: mañana mismo todos ellos se subirían encantados a un avión que les llevara a Pekín. Pero otra cosa es su valoración profesional sobre lo pertinente de invertir en Arabia Saudí, y parecen compartir la misma conclusión a la que han llegado numerosos diplomáticos y Gobiernos occidentales: lo que le pasó a Jashogui es tremendo no sólo por su brutalidad, también porque revela cuestiones importantes sobre el Gobierno saudí. MbS había contado una historia atractiva: que bajo su liderazgo Riad avanzaba rauda hacia la modernidad y la plena racionalidad. Muchos de los pasos que dio encajaban muy bien con la consigna oficial saudí. Así, entendió perfectamente que deben ser menos dependientes del petróleo, que su economía no puede prosperar sin la participación de las mujeres, que el clero wahabí es una amenaza para el desarrollo, que los miembros de la Familia Real deben dejar de esquilmar el patrimonio del reino y que Irán, y no Israel, es el enemigo. Todo esto era cierto hace un mes y sigue siéndolo. MbS es, en muchos aspectos importantes, un modernizador.

Pero la imagen que MbS ha construido con tanto esmero ha quedado hecha añicos. Se ha recordado a todo el mundo que no hay ninguna modernización en el Gobierno saudí, sólo los a veces encomiables y a veces ominosos esfuerzos de un hombre de 33 años. Además, ese hombre ha decidido que la crítica equivale a la traición. Ha decidido que, para forzar el ritmo del cambio de la manera en que él quiere que se produzca, hay que aplastar a toda la oposición, venga del seno de la Familia Real o de la sociedad saudí en general. Sin duda se ve como un déspota ilustrado que debe controlar todas las riendas del poder si no quiere que se le escape el futuro promisorio.

Eso no puede salir bien, ni para nosotros ni para Arabia Saudí. Esta conclusión no se basa únicamente en la repulsión moral por lo que le hicieron a Jashogui, al que yo conocía, sino en una visión realista de Riad. No sería justo decir que los actuales arreglos saudíes condujeron a la terrible escena en el consulado saudí de Estambul, pero ese desenlace fue más un producto lógico que un accidente. Las versiones no letales fueron la detención de Hariri y, más recientemente, el extraño ataque de MbS a Canadá luego de que el ministro de Exteriores de este país publicara un tuit crítico con el manejo saudí de los derechos humanos. MbS expulsó al embajador canadiense, canceló los vuelos entre los dos países, retiró las inversiones saudíes y ordenó que miles de estudiantes saudíes se marcharan de Canadá inmediatamente. En ambas ocasiones sus reacciones fueron impulsivas y excesivas, pero nadie había muerto. Ya no se puede decir lo mismo.
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