diumenge, 17 de març del 2019

El catastrofismo ecológico

Probablemente, The Economist no publicaría hoy este artículo que apareció en su edición del 20 de diciembre de 1997 porque, pese a que el semanario más influyente del mundo sigue manteniendo su adscripción a la etiqueta liberal, lo es cada vez menos en el sentido europeo y más en el americano.

Ante la nueva oleada de catastrofismo ecológico desatada en Europa EEUU, alimentada ahora por la sexta edición de informe 'Perspectivas del medio ambiente mundial' de la ONU, me ha parecido muy  oportuno volver a publicarlo traducido al español.

Creo que vale la pena básicamente 
por dos buenas razones:

1/ porque, como nunca antes, este artículo puso y sigue poniendo en evidencia los grandes y graves errores de las profecías del ecologismo político, y

2/ porque, para el lector, es una buena dosis de periodismo de calidad que permite combatir el mono que produce su escasez

Paul Ehrlich y Julian Simon o la apuesta que perdió el ecologista apocalíptico



THE ECONOMIST | 20/12/1997.

EL CATASTROFISMO ECOLÓGICO
Pesimismo a raudales

Los que anuncian la escasez y el fin del mundo no solo siempre se equivocan sino que piensan que el hecho de estar equivocados demuestra que tienen razón


En 1798 Thomas Robert Malthus inició toda una tradición ecologista con su famoso trabajo sobre la población. Malthus afirmaba con lógica impecable, pero partiendo de premisas claramente erróneas, que, como la población tendía a crecer en proporción geométrica (1,2,4,8...) y la producción de alimentos en proporción aritmética (1,2,3,4...) el hambre en Gran Bretaña era inevitable e inminente. Casi todo el mundo pensó que tenía razón. Sin embargo, se equivocaba.

En 1865 Stanley Jevons publicó un libro que ejerció una gran influencia, donde argumentaba, con una lógica igualmente correcta y premisas igualmente erróneas, que el carbón británico se agotaría en unos pocos años. En 1939, y otra vez en 1951, el Department of the Interior sostuvo que durarían 13 años. Resultado de las predicciones: equivocada, equivocada, equivocada y equivocada.

En este artículo defendemos que las previsiones del apocalipsis ecológico, incluidas las más recientes, tienen un historial tan malo que la gente debería tomárselas con mucho escepticismo en lugar de tragárselas con fruición. Sin duda, los grupos de presión, los periodistas y los buscadores de fama tienen sus razones para seguir vendiéndonos catástrofes ecológicas al ritmo habitual. Es curioso, pero estos señores parecen pensar que el hecho de que antes se hubiesen equivocado continuamente hace más probable que la acierten a partir de ahora. Sería recomendable que, cuando nos anuncien la próxima catástrofe, nos acordemos de lo que pasó con la anterior.

Pura imaginación

En 1972, el Club de Roma publicó un informe titulado 'Los límites del crecimiento', que tuvo una gran influencia. Para mucha gente del movimiento ecologista, este informe aún es una guía en el loco mundo dela economía. Pero ¿se han cumplido sus previsiones?

En 'Los límites del crecimiento' se cifraban las reservas totales de petróleo en 550.000 millones de barriles. "Podríamos agotar las reservas de petróleo conocidas en todo el mundo a finales de la próxima década", decía el presidente Jimmy Carter. Y, efectivamente, entre 1970 y 1990, se consumieron 600.000 millones de barriles de petróleo. Por tanto, según en Club de Roma, en 1990 deberían haber faltado 50.000 millones. En realidad, en 1990 las reservas no explotadas eran de 900.000 millones, y eso sin contar las pizarras bituminosas (un solo yacimiento de estas pizarras en Alberta contiene 550.000 millones de barriles).

El Club de Roma hizo otras previsiones igualmente equivocadas sobre el gas natural, la plata, el estaño, el uranio, el aluminio, el cobre, el plomo y el zinc. En cada caso, dijo que las reservas de estos metales, que eran limitadas, estaban a punto de agotarse y que sus precios subirían mucho. En cada caso, excepto en el del zinc, las reservas conocidas han aumentado desde la publicación del informe del Club; en algunos casos, se han cuatriplicado. Lo que simplemente pasó es que el Club de Roma entendió mal el significado del término "reservas".

Los errores del Club de Roma no han afectado a la confianza en sí mismo. Hace poco han publicado otro trabajo: "Más allá de los límites", que ha tenido una gran acogida. Este libro viene a decir: a pesar de que antes fuimos demasiado pesimistas sobre el futuro, hoy seguimos siendo igual de pesimistas sobre el futuro. De todas maneras, desde 1990 los ecologistas se han vuelto un poco más circumspectos por lo que se refiere al agotamiento de los minerales. En ese año de 1990, un ecologista famosos, Paul Ehrlich -cuyas afirmaciones son una reserva inagotable (pero no infinita, que es distinto) de previsiones incorrectas para este artículo- mandó un cheque bancario por valor de 570,07 dólares a un economista llamado Julian Simon para pagar una apuesta.

El Dr. Ehrlich alegó después que lo "habían incitado ha hacer una apuesta con simon sobre una cuestión de importancia secundaria para el medio ambiente". En su momento, sin embargo, dijo que cun mucho gusto "aceptaba la sorprendente oferta de Simon antes que otros con ganas de hacer dinero facil aprovechasen la ocasión".

El Dr. Ehrlich escogió cinco minerales: tungsteno, níquel, cobre, cromo y estaño. Los dos apostantes se pusieron de acuerdo en la cantidad de estos metales que se podían comprar con 1.000 dólares en 1980, a continuación decidieron que diez años después volverían a calcular cuánto valdría esa misma cantidad (en dólares de 1980) y que el Dr. Ehrlich pagaría la diferencia si el precio hubiese bajado y el Dr. Simon si hubiese subido. Simon ganó con facilidad; es más, habría ganado incluso si hubiesen ajustado los precios según la inflación, y habría ganado también si el Dr. Ehrlich hubiese escogido cualquier otro mineral: de 35, 33 bajaron de precio durante la década de los 80; las únicas excepciones fueron el zinc y el manganeso.

El Dr. Simon se ofrece a menudo para repetir la apuesta con cualquiera de los profetas de la catástrofe, pero hasta ahora nadie no la ha aceptado.

Otros pesimistas siguen sin darse cuenta de nada. Un libro de texto inglés para el General Certificate of Secondary Education [título del final de la educación secundaria obligatoria], editado en 1983, afirmaba que las reservas de zinc durarian diez años y las de gas natural 30. En 1993, el autor había eliminado con muy buen criterio, toda referencia al zinc (en lugar de explicar porque no se habían agotado, y daba al gas natural 50 años, lo cual dejaba en ridículo su previsión de 10 años antes. Eso sí, seguía sin decir una sola palabra sobre los precios, el concepto de 'reservas', que es engañoso, o las posibilidades de substitución.

Hasta aquí los minerales. Si repasamos las previsiones sobre la producción de alimentos, hemos de constatar un fracaso todavía más estrepitoso. Veamos, por ejemplo, dos citas de los grandes éxitos de ventas publicados por el Dr. Ehrlich en los años 60.

"Los expertos agrícolas indican que se necesitará triplicar la producción mundial de alimentos en los próximos 30 años para que puedan comer adecuadamente los 6.000 o 7.000 millones de habitantes de la Tierra en el año 2000. En teoría, este aumento podría lograrse, pero, en la práctica, cada vez se ve más claro que es completamente imposible. Se ha perdido la batalla para alimentar a la Humanidad. En la década de los 70 habrá hambre en el mundo, centenares de miles de personas morirán de hambre".

El Dr. Ehrlich no estaba solo. El año 1973, Lester Brown del Worldwatch Institute empezó a predecir que pronto la población desbordaría la producción de alimentos, y tdoavía lo predice cada vez suben los precios del trigo. En 1994, después de 21 años de equivocarse, decía: "Después de 40 años de aumentos como nunca antes se habían visto en la producción de alimentos, la producción por persona ha caído inesperadamente de forma brusca". A continuación, llegaron dos cosechas  récord y el precio del trigo bajó a niveles mínimos. A peser de llo, el pesimismo del Sr. Brown sigue impenetrable a los hechos y sus opiniones siguen encontrando la misma buena acogida en los periódicos.

Los datos sobre producción de alimentos son realmente impresionantes para quién solo ha escuchado les opiniones de los catastrofistas. Desde 1961, la población del mundo casi se ha duplicado, pero la producción de alimentos ha aumentado más del doble. Así, la producción de alimentos por persona ha aumentado un 20% desde 1961. Y esta mejora no se limita a los países ricos. Según la FAO, en el Tercer Mundo se consume hoy un 27% más de calorías per cápita que en 1963. El número de muertos por hambre y malnutrición es más bajo que nunca.

En 1980 una comisión de notables redactó un informe para el presidente de EEUU titulado "Global 2000". La influencia del informe fue tal que un productor de la CNN "pasó de ser un periodista objetivo a un campeón" del ecologismo. En "Global 2000" se estimaba que la población crecería más a prisa que la producción global de alimentos, de manera que en el año 2000 los precios de los alimentos habrán subido entre un 35 y un 115%. Hasta ahora el índice mundial de los productos alimentarios ha bajado en un 50%. Es cierto que todavía faltan dos años y que los precios se podrían quintuplicar dando así la razón a "Global 2000". ¿Hay alguien que quiera apostar?

Tal vez el lector considere que el tono de este artículo es bastante implacable. Se podría pensar que estas predicciones pueden haber fallado de manera espectacular, pero que se hacían con buena intención. En el caso que así fuera, los autores citados admitirían de buen grado sus errores, cosa que no hacen. Y, así mismo, no era imposible acertarla en su momento. Hubo gente que en 1970 previó que habría abundancia de alimentos, que en 1975 previó que el petróleo sería barato y que en 1980 predijo que los minerales serían abundantes y baratos. Hoy esta gente -entre ellos Norman Macrae, de este periódico, Julian Simon y Aaron Wildavsky- son menospreciados por la prensa y vilipendiados por el movimiento ecologista. Por tener razón, se los califica de derechistas: es bien cierto que la verdad puede ser una medicina difícil de tragar.

El calentamiento de las cabezas

Mientras tanto, la atención en el campo del ecologismo pasó de los recursos a la contaminación. De pronto, empezaron a verse productos químicos cancerígenos por doquier: en el agua, en los alimentos, en los envases... El pasado verano, Edward Goldsmith dio la culpa de la muerte de su hermano, Sir James, a los productos químicos: todos los cánceres son causados por productos químicos -alegó- y la incidencia del cáncer está aumentando. Pues no. En realidad, el índice de mortalidad debido al cáncer no relacionada con el tabaco en las personas entre 35 y 69 años disminuye continuamente: desde 1950 ha bajado un 15%. El café y el brócoli cultivados orgánicamente están llenos de substancias que en dosis altas son tan cancerígenas como los productos químicos hechos por el hombre y en dosis bajas son igualmente inocuas.

A principios de los años 80, la lluvia ácida se convirtió en el tema favorito del catastrofismo. Se publicaron informes horripilantes sobre el deterioro de los bosques en Alemania, donde se decía que la mitad de los árboles estaban afectados. En 1986, Naciones Unidas informaba que el 23% de todos los árboles de Europa estaban dañados de manera leve o grave por las lluvias ácidas. ¿Y qué pasó? Los bosques se recuperaron. De hecho, durante la década de los 80, la biomasa de los bosques europeos aumentó. Los daños desaparecieron. Los bosques no disminuyeron, al contrario se extendieron.

En los EEUU se produjo también una discrepancia parecida entre percepción y realidad. Los ecologistas se lanzaron a proclamar que los bosques norte-americanos se estaban muriendo debido a la acidificación. "No hay pruebas de una decadencia general o inusitada de los bosques de EEUU o el Canadá a causa de las lluvias ácidas". Esta fue la conclusión de un informe oficial tras 10 años de investigaciones y que costó 700 millones de dólares. Cuando a uno de sus autores se le preguntó si había recibido presiones para dar una visión optimista, contestó que había sido al contrario: "Sí, hubieron presiones políticas... Las lluvias ácidas debían ser una catástrofe ecológica, dijeran lo que dijesen los hechos".

Hoy día, la madre de todos los miedos es el calentamiento del planeta. En este caso, no hay una conclusión definitiva, a pesar que el presidente Clinton diga que sí. Pero, antes de correr a añadirnos al consenso que según él existe, comparemos dos citas. La primera es de 'Newsweek' fechada en 1975: "Los meteorólogos no se ponen de acuerdo sobre las causas y la intensidad de la tendencia al enfriamiento... pero son casi unánimes en que esta tendencia disminuirá la productividad agrícola durante lo que queda de siglo". La segunda es del vicepresidente Al Gore y es de 1992: "Los científicos han llegado ala conclusión, casi por unanimidad, que el calentamiento del planeta es real y que ha llegado el momento de actuar" (las cursivas son nuestras).

Hay muchos otros motivos de alarma para el pesimista recalcitrante a medida que se acerca el fin de siglo. La extinción de los elefantes, la amenaza de la enfermedad de las vacas locas, las epidémias del virus Ébola y los productos químicos que imitan las hormonas son los temas de moda. Estos problemas son de un tipo distinto que los citados anteriormente. Es evidente que la tendencia que siguen no es tranquilizadora, pero se está exagerando.

En 1984, Naciones Unidas decía que el desierto se comía 21 millones de hectáreas de tierra cada año. Esta afirmación no se ha confirmado de ninguna manera. No hay ni ha habido nunca avance del desierto. En 1992, Al Gore afirmaba que había desparecido el 20% de los bosques de la Amazonia y que la deforestación continuaba a un ritmo de 80 millones de hectáreas anuales. Pues bien, las cifras reales en este caso són 9% y 21 millones de hectáreas brutas al año en su peor momento durante los años 80, mientras que hoy ha bajado a 10 millones de hectáreas anuales.

Solo uno de los temores de los últimos 30 años se han hecho recalidad, dando la razón a las previsiones más alarmistas que se hicieron en su momento: los efectos del DDT (un plaguicida) sobre las aves de rapiña, las nútrias y otros depredadores. Todos los otros desastres anunciados por el ecologismo o bien no se han producido o bien han sido muy exagerados. ¿Hemos de creer en los próximos?

Las alarmas ecologistas siguen una pauta tan previsible que podemos describir su evolución. El primer año es el año del científico, que descubre una posible amenaza. El segundo es el del periodista, que la simplifica y exagera. Hasta el tercer año no se apuntan los ecologistas (casi ninguna previsión catastrofista ha sido iniciada por los ecologistas). Éstos polarizan la cuestión: solo hay que estar de acuerdo en que se avecina el fin del mundo y llenarse de santa indignación o ser un lacayo del capital.

El cuarto año es el del burócrata. Se  organiza una conferencia, a la que se mandan funcionarios -en primera clase-, que se convierten en el centro de atención. La discusión pasa de los aspectos científicos a la reglamentación, La cuestión clave es marcar un objetivo simbólico: un 30% de disminución de las emisiones de azufre, la estabilización de los gases de efecto invernadero a nivel de 1990, el sacrificio ritual de 140.000 vacas inglesas totalmente sanas...

En quinto año toca buscar un malo y lanzarse sobre él. Normalmente son los Estados Unidos (el calentamiento del planeta) o el Reino Unido (las lluvias ácidas), pero Rusia (los CFC y el ozono) o el Brasil (la deforestación) también han recibido lo suyo.

El sexto año es el de los escépticos, que dicen que no hay para tanto. Entonces es cuando los ecologistas llegan al paroxismo de su santa indignación. "¿Cómo os atrevéis a acoger posturas marginales?, protestan a los directores de periódicos aquéllos que antes eran una opción marginal. Pero, en este momento, el científico que creó la alarma se encuentra ya entre los escépticos, cosa que es de lo más fastidioso. Roger Revelle, conocido por 'Dr. Invernadero', que infundió en Al Gore su zelo evangélico contra el calentamiento global, escribía poco antes de su muerte en 1991: "La base científica del calentamiento de la atmósfera es demasiado insegura para justificar una actuación drástica en este momento".

El séptimo año toca dar marcha atrás disimuladamente. Con mucha discreción, se llega a un nuevo consenso: las dimensiones del problema no eran tan graves. Por ejemplo, cuando nadie miraba, "la explosión" de la población se convirtió en un máximo de 15.000 millones, que se rebajó después a 12.000 millones y finalmente a menos de 10.000 millones. Eso quiere decir que la población no se duplicará nunca. El calentamiento del planeta por los gases invernadero havía  des er originalmente "incontrolado". Más adelante, se cifraba en 2,5-4 grados por siglo; a continuación, en 1,5-3 grados (según Naciones Unidas). En dos años, los elefantes pasaron de estar en peligro inminente extinción a necesitar anticonceptivos (los hechos no cambiaron en ningún momento, lo que cambió fue la interpretación).

El catastrofismo mata

¿No es mejor exagerar los posibles problemas ecológicos que amenazan al mundo en lugar de quitarles importancia? No necesariamente. Un libro reciente de Melissa Leach y Robin Mearns de la Universidad de Sussex ("The Lie of the Land", publicado por James Currey/Heinemann) explica que los daños que ha provocado el mito de la deforestación y la presión demográfica en algunas zonas del Sahel. Sus habitantes han visto con perplejidad como los occidentales imponían medidas inadecuadas a causa de las ideas preconcebidas de los ecologistas sobre el cambio medioambiental. El mito del agotamiento inminente del gas y el petróleo, junto con la preocupación sobre el calentamiento del planeta, es el responsable de la destrucción de paisajes naturales de Gales o Dinamarca por parques eólicos feos, subvencionados y, como tales, en última instancia destructores de puestos de trabajo. Los libros de texto siembran la desesperación y la culpa (vean "Environmental Education", publicvao por el Institute of Economica Affairs) y no dan esperanzas de ganar la guerra contra el hambre, las enfermedades y la contaminación, creando así más fatalismo que determinación.

Sobre todo, la exageración de la explosión demográfica lleva a una forma de misantropía que se acerca peligrosamente al fascismo. El mencionado Dr. Ehrlich no oculta que cree en la necesidad de la planificación familiar forzada. El otro gurú ecologista, Garret Hardin, ha dicho que "la libertad de procrear es intolerable". Si se cree que la población está descontrolada, hay la tentació de aceptar restricciones graves de la libertat como estas. En cambio, si se cree que la curva se está haciendo plana, se puede tener una actitud más tolerante con el prójimo.

Se puede estar a favor del medio ambiente sin ser pesimista. En el movimiento ecologista deben caber los que piensan que la tecnología y la libertad económica darán lugar a un mundo más limpio y aligerarán la presión sobre las especies en peligro. Pero, en este momento está claro que los optimistas no son bienvenidos al movimiento ecologista, El Dr. Ehrlich se complace en decir que el crecimiento económico es como el crecimiento de la célula cancerosa convertido en dogma, y no es el único: Sir Crispin Tickell dice que la economía "más que deprimente es estúpida".

Los ecologistas acusan rápidamente a sus opositores de defender intereses creados. Pero sus propios ingresos, su promoción profesional, su fama y su existencia pueden depender de dar apoyo a las versiones más alarmantes de cada problema ambiental. H.L Mencken-decía que "la finalidad de la política es mantener a la población alarmada-y, por lo tanto, clamando por ser salvada- amenazándola con una serie inacabable de fantasmas, todos imaginarios". Por lo menos, las previsiones de Mencken parece que han sido acertadas.



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20 años después del artículo de 'The Economist', Matt Ridley recoge y amplía hasta 27 las predicciones catastróficas fallidas


La explosión demográfica sería imparable

La hambruna mundial sería inevitable

El rendimiento de los cultivos caería

Una epidemia de cáncer causado por los pesticidas reduciría la vida útil

El desierto avanzaría a un ritmo de dos millas al año

Las selvas desaparecerían

La lluvia ácida destruiría los bosques

Los derrames de petróleo empeorarían

El petróleo y el gas se agotarian,
así como el cobre, el zinc, el cromo y muchos otros recursos naturales

Los Grandes Lagos morirían

Docenas de especies de aves y mamíferos se extinguiría cada año

Una nueva edad de hielo comenzaría

El número de espermatozoides disminuiría

La enfermedad de las vacas locas mataría a cientos de miles de personas

Las malas hierbas genéticamente modificadas devastarían los ecosistemas

La nanotecnología provocaría disturbios

Las computadoras se bloquearían en los albores del nuevo milenio, colapsando la civilización

El agujero en la capa de ozono podría causar ceguera y cáncer a gran escala

La malaria empeoraría debido a la subida de las temperaturas; no lo hizo.

La nieve se convertiría en una cosa del pasado; sin embargo, la cubierta de nieve del hemisferio norte no muestra ninguna tendencia a desaparecer

Los huracanes/ciclones empeorarían; no lo han hecho.

Las sequías empeorarían; no lo han hecho

El hielo del Ártico habría desaparecido para el año 2013; no ha sido así.

El retroceso de los glaciares se aceleraría; sin embargo, más de la mitad del retroceso de los glaciares ocurrió antes de 1950.

El aumento del nivel del mar se aceleraría; y no ha pasado

La Corriente del Golfo podría fallar, pero sólo ocurrió en la película 'El día después'




Ridley lo dijo el 17 de octubre de 2016, fecha en la que logró participar, pese a las presiones en contra de los alarmistas climáticos, en la conferencia anual de la Global Warming Policy Foundation en la Royal Society de Londres. Allí, Ridley formuló esta pregunta: ¿Por qué creo que el riesgo del calentamiento global está siendo exagerado?' Y respondió así:

1. Todas las predicciones ambientales catastrofistas son siempre exageradas.

2. Los modelos han estado consistentemente equivocados durante más de treinta años.

3. La mejor evidencia indica que la sensibilidad climática es relativamente baja.

4. El “establishment” de la ciencia del clima tiene un interés particular en la alarma.




José Ramón Ferrandis | EXPANSIÓN




1. El dióxido de carbono (CO2) es solo uno de los gases de efecto invernadero. Los demás [metano (CH4), óxido nitroso (NO2), hidrofluorocarbonados, perfluorocarbonos, hexafluoruro de azufre (SF6) y vapor de agua] no se mencionan habitualmente, cuando muchos de ellos tienen una capacidad potencial muy superior para elevar la temperatura.

2. El efecto invernadero contribuye al calentamiento con 153 W/m². De estos, 150 W corresponden al vapor de agua, 3 W al de CO2, metano y otros gases. Y recordemos que solo parte del CO2 es antropogénico. Es un porcentaje mínimo, sí, pero qué se le va a hacer.

3. El dióxido de carbono en la atmósfera procede de diversos orígenes. El antropogénico no es el más abundante, pero sí es el culpable oficial. Y es lógico: intente usted reducir la emisión de CO2 de la descomposición de las plantas, de la respiración de los seres aerobios, de la fotosíntesis de los vegetales (algas incluidas) o de las erupciones volcánicas.

4. El porcentaje de CO2 en la atmósfera es, desde hace unos meses, de 400 partes por millón: 400 ppm, en la jerga. Un 0,04% del total. Suena poco porque es poco. Le dirán que es un gran calentador, pero no le dirán que el vapor de agua, existente en porcentajes mucho mayores, lo es en mucha mayor medida. Y es que al vapor de agua no le pueden echar la culpa, no porque la tenga o la deje de tener sino porque, aun siendo antropogénico en parte, su emisión no se corresponde con los países más ricos del mundo, a los que hay que culpar sí o sí. (Tampoco el mayor emisor de CO2 es el país más rico del mundo; luego lo veremos).

5. ¿Es mucho eso? Durante el siglo XX, la concentración de CO2 en el aire ha pasado de 0,03% a 0,04%: un incremento de 0,007%. Con todo, esas 400 ppm son uno de los porcentajes más bajos de la historia del mundo, pero qué más da. Es el culpable oficial, ya digo.

6. Bien, vale, pero si la atmósfera se calienta, habrá que hacer algo, ¿no?

7. Pues no, no se calienta. En los últimos casi 19 años, no se ha calentado.

8. Los registros de temperatura desde 1901 (Siglo XX) son erráticos. La temperatura subió entre 1914 y 1944. Entre 1944 y 1978 el planeta se enfrió, a pesar de las guerras y el desarrollo, pero volvió a templarse entre 1978 y 1998. No ha habido calentamiento alguno entre 1998 y 2016. Todo ello, en paralelo con un notable incremento del CO2. Ninguno de los sabios mencionados sabe explicar por qué ante un crecimiento matemático del CO2 en la atmósfera las variaciones de temperatura no se corresponden de manera igualmente lineal, sino que se comportan erráticamente. A eso llaman "la pausa", pero su génesis es un arcano. Vamos, que no saben.

9. En el siglo XX, la temperatura se ha incrementado en 0,6 °C en medición de superficie.

10. Antes, entre los siglos XV a XIX, se produjo una llamada "pequeña edad de hielo". El brusco descenso de las temperaturas comenzó en 1350, con dos valles en ese siglo XIV y en el XIX (hasta 1850).

11. Antes, en la Baja Edad Media (VI a XIV), se produjo un claro calentamiento.

12. Todo esto no refleja más que un hecho bien constatado: el clima cambia constantemente. El concepto de cambio climático no tiene el significado que se le quiere dar. Para quienes distorsionan el concepto, el cambio climático sería un fenómeno nuevo, antropogénico y letal. Pero va a ser que no.

13. Y si la Tierra (la atmósfera de la Tierra) no se calienta, ¿qué será de los desastres que los neomalthusianos de siempre nos auguran van a acontecer si los humanos (del resto, ni caso) no dejamos de emitir CO2? La lista es larga, pero intentaré abreviarla.

14. El calor es aproximadamente el mismo. Lejos de darse el habitual catálogo de amenazas, los glaciares crecen en Noruega, Nueva Zelanda y Estados Unidos. El hielo interior en Groenlandia aumenta. Los icebergs se desgajan desde siempre. Las nieves del Kilimanjaro se funden desde hace 100 años...

15. Los polos no se funden. El Ártico no se derrite. La Antártida no pierde la capa de hielo sobre el continente y además, se enfría más aún de lo habitual.

16. El nivel del mar no se elevará, de aquí a 2100, n metros (siendo n igual a casi cualquier número que se le ocurra al agorero de turno); no se elevará 200 pies, como dijo Meredith Vieira (NBC) en 2009, ni 20 pies, como aseguró Al Gore (ese premio Nobel), ni siquiera 2,5 pies, como afirmaba el IV IPCC en 2007. [Otro día hablaremos del IPCC, por Intergovernmental Panel on Climate Change, ese (otro) engendro de las Naciones Unidas]. El nivel del mar ha dejado de crecer desde 2010 y de hecho, empieza a decrecer.

17. Si a alguien preocupa que los ecosistemas sufran por el calor, que no se preocupe. Las abejas perecen por la varroasis, un ácaro parásito, pero no por el calor. Es una pandemia datada desde el siglo XIV. Los osos polares han duplicado su población. Los restantes osos hibernan como siempre. Las marmotas duermen como... marmotas. Y obviamente, ninguna de estas extrapolaciones se manifestó durante el Óptimo Climático Medieval, cuando ya había abejas, osos blancos , osos pardos... y marmotas.

18. El clima no es cada vez más tempestuoso. Lejos de aumentar el número y la fuerza de tornados y tifones/huracanes, la frecuencia de ciclones tropicales no ha cambiado desde 1989 y su potencia no hace sino disminuir.

19. Se decía que el (entonces llamado) calentamiento global produciría tanto sequías como lluvias torrenciales (y posteriores inundaciones) en distintas zonas del mundo. Sin embargo, desde 1895 no ha habido sequías severas, salvo las de los años 30 del siglo XX. No se ha verificado mayor incidencia de inundaciones. No hay más lluvia global registrada. No hay nada de eso que nos anunciaban.

20. "No hay certeza científica sobre la posibilidad y la cronología de un cambio climático abrupto y catastrófico", dijo incluso la propia Margaret Chang, directora general de la OMS, en 2008. La malaria no depende del calor sino del mosquito anofeles, vector del parásito plasmodium. No hay más malaria, y si no hay menos es porque la EPA y la propia OMS se empeñaron en prohibir el dicloro difenil tricloroetano (DDT), que rompía el ciclo reproductor del mosquito portador. Cosas que pasan.

21. Las islas no se hunden en el mar, las playas siguen ahí, los corales gozan de buena salud.



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Judith Curry



Antón Uriarte
El anhídrido carbónico (CO2) es un gas consustancial de la atmósfera de nuestro planeta y forma parte de ella desde hace miles de millones de años. El CO2 es también un gas esencial en la aparición y el desarrollo de la vida vegetal y, en general, de toda la vida orgánica terrestre.



'Una conjetura inverosímil respaldada por evidencia falsa y repetida incesantemente se ha convertido en "conocimiento" políticamente correcto y se utiliza para promover el vuelco de la civilización industrial'