dissabte, 12 de març del 2016

Fuera ciclistas de la carretera


El ciclismo por carretera, especialmente en grupo, tendría que ser declarado actividad deportiva de alto riesgo y prohibirse en todas las vías públicas, urbanas e interurbanas, en las que circulen coches y camiones a velocidades superiores a los 20/30 km/hora. Solo así se podrá contener una sangría que supera en porcentaje -y casi también en cifras absolutas- al número de víctimas anuales por violencia de género. El año pasado murieron 42 ciclistas y 57 mujeres, frente a un parque de 15 millones de bicicletas y una población femenina de 21,4 millones. Mientras no existan -si es que han de existir en todas partes- carriles bici, protegidos y seguros, no se debería permitir la circulación en bicicleta por avenidas y carreteras en cumplimiento del mandato constitucional de defensa del derecho a la vida.

Probablemente, estas y otras medidas ya se hubiesen tomado si no fuese porque la moda de la bicicleta, más allá de sus reconocidos beneficios como ejercicio deportivo, se ha convertido en un símbolo ideológico del ecologismo político y de los modos de vida alternativos. Es por ello que toda medida que no tienda a aumentar y extender su uso es inmediatamente considerada retrógrada, cuando no 'facha', y ningún político, a derecha o izquierda, quiere que le acusen de 'criminal climático' por no primar a los vehículos que no emiten CO2. Eso explica que en lugar de tomar medidas que restrinjan el uso de la bicicleta en vías peligrosas se haya hecho lo contrario, reforzando y ampliando los 'derechos' de los ciclistas en carretera permitiéndose, por ejemplo, el acceso a las autovías o el circular en filas de a dos. También se autorizó a los coches a adelantarlos cruzando la linea continua. Es decir, aumentando las condiciones de riesgo. Sin embargo, eso no es considerado 'criminal'.

El problema es que la masificación de la saludable causa del pedaleo ha generado una situación de peligro para los propios ciclistas y los peatones, pero también para automovilistas y camioneros que se ven forzados a realizar maniobras arriesgadas para sortear los repetidos e intermitentes obstáculos que ocasionan a la movilidad. La lamentable muerte de la diputada catalana Muriel Casals muestra que las bicicletas también pueden matar. Como peatones hemos sufrido en alguna ocasión el embate de un ciclista, fruto casi siempre del exceso de velocidad o de saltarse las normas de circulación, comportamiento lamentablemente habitual entre bastantes ciclistas.

Lo que relato a continuación no tiene validez estadística alguna, pero es altamente ilustrativo de lo que pasa: en el día de hoy he circulado en coche durante una media hora en una zona interurbana densamente poblada de la conurbación de Barcelona. En ese corto espacio de tiempo, dos ciclistas se han saltado el stop de una rotonda y me han obligado a frenar en seco. Poco después, un grupo de cuatro ciclistas, ataviados como para la guerra de las galaxias, han seguido pedaleando como Pedro por su casa haciendo caso omiso al semáforo en rojo. Finalmente, me he encontrado un pelotón de aspirantes al maillot amarillo ocupando todo el carril derecho de una estrecha carretera, que une el centro de una pequeña población con un barrio periférico, ignorando totalmente el carril bici que hay habilitado en toda su extensión.

Solo he encontrado a un ciclista circulando correctamente por ese carril bici: un inmigrante africano que iba o venía de trabajar en alguno de los tantos campos de cultivo de la comarca. Respetuoso, prudente y discreto se cruzaba casi invisible con la ostentosa manada de ociosos prepotentes que creen que la calle y la carretera es suya.



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