'Irrational Man', la última película de Woody Allen, tiene la virtud de poner sobre la mesa lo que para mi es el gran problema contemporáneo: el asalto neoromántico a la razón.
Probablemente, la intención de Woody Allen haya sido mucho más modesta. Sin embargo, pretendiéndolo o no, ha hecho diana al mostrar, mediante la reducción al absurdo de una situación aparentemente banal, la raíz del problema que vuelve a corroer abiertamente los fundamentos de la sociedad occidental, por lo menos desde 1968.
Si hemos de creer a Isaiah Berlin, la gran ruptura en la concepción del mundo y los valores occidentales no la produce la Ilustración, aún que en ella ya aparecieran algunos de sus síntomas, si no el Romanticismo. Por primera vez, el rechazo de la razón y la exaltación de la voluntad y las emociones sobrepasa al fundamentalismo clerical para convertirse en un movimiento social que enlazó las masas germánicas humilladas con sus élites artísticas, culturales y filosóficas, para extenderse posteriormente por todo el mundo.
Ese movimiento aportó dos ideas clave, en cierto modo contradictorias. Por un lado, una reafirmación del yo como principio y fin de todas las cosas. Principio que nutrirá la idea liberal del individuo como sujeto de derechos. Y por otro lado, la crítica al absolutismo de la razón cartesiana, el terrible precio que la humanidad ha tenido que pagar por los errores intelectuales.
Sin embargo, el Romanticismo ha sido incapaz por su propia naturaleza de defender esas dos ideas y ofrecerles un arrope argumental. Por el contrario, lo que valora el romanticismo no es tanto la existencia de un yo autónomo como su exaltación. Lo que de verdad le importa no es la consecuencia de la acción sino el motivo que la provoca. Dicho en otras palabras, para el romántico la intención es más importante que el efecto.
Para ellos, lo importante no serían tanto las consecuencias de los atentados contra las torres gemelas el 11S, con sus miles de muertos y millones de bienes destruidos, como la 'admirable' voluntad de los hombres que fueron capaces de cometerlos, siguiendo su impulso y sacrificándose ellos mismos por la causa en la que creían.
Exactamente el mismo impulso que siente el profesor Abe Lucas cuándo decide que un juez, supuestamente prevaricador, merecería estar muerto y decide ejecutarlo. El fin justificaría los medios. Peor aún, en la ensoñación romántica el fin, en tanto que expresión profunda y auténtica de la voluntad, no necesita ningún tipo de justificación racional.
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