Se trata de un discurso inédito desde la Transición, -con la excepción de ETA y su entorno abertzale- que eleva a categoría política el odio, el insulto, la injuria y la calumnia, el resentimiento y la venganza, en el que se confunden una extrema izquierda creciente con una extrema derecha menguada.
Un discurso que ha ido calando gracias a generosos altavoces mediáticos y que ha llegado a salpicar también el discurso de partidos moderados. Como el que hizo Pedro Sánchez en el cara a cara con Rajoy. La violencia verbal no es violencia física, pero también hiere. El líder y candidato del PSOE tenía todo el derecho, e incluso la obligación, de poner sobre la mesa el gravísimo problema de la corrupción. Sin embargo, en lugar de imputar a su adversario con pruebas o indicios consistentes de hechos delictivos y deshonrosos, lo que hizo fue un ataque reiterado ad hominem, al ser y a la persona. No fue un ataque político, fue un ataque personal. Fue todo menos un acto de pedagogía democrática.
Cuando se deshumaniza al adversario, ya está a punto para que un pobre imbécil proceda: “le hice lo que millones de españoles quisieran hacerle”, diría este cretino parafraseando al líder. SANTIAGO GONZÁLEZAsí las cosas ¿puede extrañarnos que haya gente que crea que contra Rajoy todo vale? El problema es que Rajoy es sólo el principio.
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