diumenge, 17 de gener del 2016

La Generalidad nos quita la bolsa



La Generalidad acaba de quitarnos la bolsa a todos los catalanes. Sabíamos que quería quitarnos el formar parte de España y de la Unión Europea, pero como eso es más complicado han empezado por quitarnos, como decía, la bolsa. La bolsa de plástico. Ese modesto símbolo de las sociedades desarrolladas que los comercios regalaban a sus clientes para llevar la compra hasta casa de una manera práctica, pulcra e higiénica. Desde el primero de enero, en toda Cataluña tienes que pagar la bolsa si necesitas una o llevar un cesto o bolsa alternativa. El legislador parece convencido que así desincentivará su uso y consumo, que al parecer es muy malo para el medio ambiente.

A partir de ahora, el ciudadano catalán, como le ocurría a los sufridos súbditos soviéticos, habrá de tener la previsión de llevar siempre consigo algún tipo de bolsa para poder transportar todo lo que compre en el supermercado y poder evitar no sólo pagar más sinó ser visto como un troglodita que quiere dejar a los niños sin planeta habitable.

Con esta medida, Cataluña persigue una vez más aparecer como avanzada y pionera frente a una España irremediablemente atrasada. Sin embargo, la realidad es que Cataluña también llega tarde y mal a estos menesteres de la religión ecológica. Llega tarde porqué en bastantes sitios de este mundo que es un pañuelo (biodegradable, por supuesto) se estan replanteando el tema de las bolsas de plástico y en algunos incluso han dado marcha atrás o han pospuesto su aplicación. Y llega mal porqué no aprovecha la única ventaja que tiene el llegar tarde: poder evitar los errores que han cometido los primeros que se han tirado de cabeza a la piscina sin pensárselo dos veces.

Suprimir las bolsas de plástico, por lo menos en los países desarrollados y con unos buenos servicios de recogida y tratamiento de basura, no resuelve ningún problema. En una ciudad como Nueva York, por ejemplo, las bolsas de plástico representan menos del 1 por ciento de la basura total. Substituirlas por bolsas de papel no sólo no arregla nada sinó que crea otros problemas, por lo menos desde la óptica ecologista. En la fabricación de bolsas de plástico se utiliza un 70% menos de energía y se produce un 80% menos de residuos sólidos que en las de papel, que pueden generar hasta un 70% más de emisiones, incluyendo el papel hecho de fibras recicladas.

Ésta prohibición, al reduir y limitar su uso, crea problemas de salubridad dónde no los había. Por ejemplo, se calcula que el 90% de las bolsas de plástico se reciclan en diferentes usos domésticos, especialmente para guardar la basura en unas buenas condiciones higiénicas. Un estudio del Property and Environment Research Center encontró que tras la prohibición de las bolsas de plástico en San Francisco en 2007 se habían incrementado los ingresos hospitalarios por contaminación alimentaria por bacterias. La explicación es que las bolsas reutilizables no suelen lavarse y por ello es fácil encontrar en las mismas colonias de bacterias coliformes e, incluso, un 8% de la bacteria asesina E.Coli.

El único argumento cierto -que las bolsas tardan muchísimos años en degradarse (se habla, probablemente con exageración, de entre 500 y 1.000 años)- cada vez lo es menos. Esto se debe al hecho de que los vertederos están diseñados para permanecer secos, con lo que el tiempo de degradación de los otros resíduos también se alarga mucho. De hecho, los investigadores han demostrado que los productos de papel -como los periódicos- enterrados hace 50 años todavía están en buenas condiciones de ser leídos.

Entonces ¿por qué la prohibición? ¿porqué algún animalito ha muerto enredado en su interior de la misma manera que hubo niños que se ahogaron en ellas? No. Si se ha desatado ésta cruzada para intentar acabar con las bolsas de plástico es porqué tiene una gran utilidad para el poder político: adiestrar a la población en la liturgia de la fe ecológica.

No sirve para nada, pero renunciando a las bolsas nos autoflajelamos por los pecados que hemos cometido contra el medio ambiente y alcanzamos la alegría de saber que estamos salvando no ya al hombre (y a la mujer) sinó al mismísimo planeta Tierra y parte del universo universal. Y lo más importante de todo, hace que nos sintamos satisfechos de nuestros líderes, de lo buenos que son. Tan buenos como aquellas madres escolapias que un día nos llevaron de excursión.





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