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Esta soltura con la que se emplean los psicólogos y los científicos políticos posteriores a la segunda guerra mundial contrasta con el hecho incontestable y contumaz de que sólo una minúscula fracción de la conducta humana asemeja ser democrática. Y esto valdría tanto para el presente, como para el pasado, si tomamos en serio la crítica de Zimmerman a evolucionistas como Morgan, que reivindicaron la "democracia arcaica" de la sociedad primitiva.La inmensa mayoría de las sociedades humanas funcionales contemporáneas siguen sin ser "democráticas": las iglesias, los ejércitos, los propios partidos políticos –ley de hierro de las oligarquías de Michel–, las familias, las asociaciones científicas, las empresas, las orquestas sinfónicas... Irónicamente, incluso el ego (Greenwald, 1980) se organizaría según robustos principios autoritarios y "totalitarios", mucho más que democráticos.
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