dimecres, 9 de març del 2016

Noticia de la insurrección antipolítica [Manuel Arias Maldonado]

...deberíamos vacunarnos contra cualquier forma de ilusión política, máxime si reparamos en su sutil anfibología: también llamamos ilusión al engaño, a la apariencia de realidad. No es por ello sorprendente que muchos de los movimientos políticos surgidos a raíz de la crisis económica tengan mucho de ilusionismo: un populismo que, a izquierda y derecha, construye un relato hiperbólico sobre la realidad y formula sobre ella promesas de imposible cumplimiento. Se refería esta semana al asunto, en relación con el firme avance de Donald Trump en el proceso de primarias del Partido Republicano en Estados Unidos, el columnista David Brooks:

La gente de la antipolítica no acepta que la política es una actividad limitada. Hacen promesas rimbombantes y crean expectativas ridículamente elevadas. Cuando esas expectativas no son satisfechas, los votantes se vuelven cínicos y, enfadados, se vuelven aún más antipolíticos.

Sin embargo, el problema es tan antiguo como la política misma, como testimonia la crítica de la elocuencia retórica que encontramos en la historia del pensamiento occidental. Michel de Montaigne, tan leído o referido últimamente, dedica uno de sus ensayos a advertir contra quienes tienen por oficio «hacer que las cosas pequeñas parezcan y resulten grandes», añadiendo que la retórica sirve para «manejar y agitar a la turba y al pueblo desordenado», alcanzando su apogeo cuando peor están los asuntos públicos3. A su juicio, es un instrumento que se emplea en Estados enfermos, de donde se deduce que los nuestros lo estarían. Yendo a la raíz del problema, Thomas Hobbes encuentra en la posesión del lenguaje la principal diferencia entre el ser humano y otras especies animales, lamentando que por esa razón no podamos ser como muchas de ellas: ordenadas, gregarias, previsibles. Y ello porque el habla es

ese arte de las palabras por medio del cual pueden representar ante los demás aquello que es bueno en la forma de lo malo y lo malo en la forma de lo bueno

Dicho de otro modo, el ser humano puede mentir para servir a sus fines. De ahí que Hobbes desconfíe de la elocuencia, cuyo fin sería menos enriquecer o ennoblecer la esfera pública que distorsionar la representación de las cosas conforme al propósito de quien toma la palabra.
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