divendres, 24 de juny del 2016

El principio del fin


El proyecto de construcción europea -y ojalá me equivoque- ha llegado a su fin. A pesar de que los padres fundadores quisieron un proceso a ras de suelo, sin poner la carreta delante de los bueyes, la construcción de la unidad europea se convirtió en un proyecto de ingenieria social sometido a los vaivenes de los intereses políticos, que unas veces aceleraban de manera voluntarista el proceso de integración y otras lo frenaban o lo fraccionaban por razones egoístas. Una construcción inacabada de 60 años de duración que, lamentablemente, está a punto de expirar injustamente con más pena que gloria.

Si la salida del Reino Unido de la UE hubiese sido tan solo una cosa del excentricismo británico, la construcción europea hubiese sufrido un golpe importante pero podría seguir adelante sin mayores problemas, al fin y al cabo no se puede obligar a nadie a ser socio de un club al que no quiere pertenecer. El problema es que no se trata de un caso aislado sino de un fenómeno de repliegue nacional que afecta a muchos países miembros de la UE.

Este fenómeno lo  conforman una amalgama de renacidos nacionalistas, europeístas decepcionados, miedosos de la globalización o supervivientes del naufragio comunista que contraponen la parte al todo. Lo propio a lo ajeno. La identidad a la ciudadania. De la misma manera que en siglo XVIII se desarrolló en Alemania el movimiento romántico contra la Ilustración francesa, hoy un movimiento neoromántico asedia y pone en jaque a la Europa neoilustrada.

¿Puede la prosaica razón europea vencer a los cantos de sirena de la emoción tribal?

No lo sé. Pero si sé que si claudicamos el futuro de Europa será mucho peor.


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Lo que más sorprende es la necedad -esa ignorancia por vagancia- que ha quedado en evidencia en el resultado del referéndum -esa dictadura inapelable de la mayoría- celebrado en el Reino Unido. Una necedad que desconoce lo que significa la Unión Europea y que pone de relieve la ausencia de un movimiento intelectual potente que dé solidez y proyección a la construcción europea, así como la falta de activas organizaciones civiles proeuropeas. Intelectuales y ciudadanos que, en palabras de Guy Sorman, difundan lo que la UE significa y que el economista francés resume en 7 razones:


En primer lugar, la paz: ¿Hemos olvidado ya que la UE ha logrado acabar, de manera definitiva, con mil años de guerras civiles? Gracias al método diseñado incialmente por Jean Monnet: crear vínculos de solidaridad económica entre los europeos, a fin de entrelazar su destino. Y de hecho, el comercio ha logrado el éxito donde han fracasado los diplomáticos. Esta paz a través del lo concreto ha resuelto el "problema alemán" -segunda razón para amar la UE- cuyo poder amenazaba la paz y el orden del continente desde hace un siglo. La Unión, al facilitar el comercio, ha aportado a todos en Europa -la tercera razón- un crecimiento adicional, estimado en un 1% anual: la pobreza se redujo en todas nuestras naciones a través de este crecimiento adicional y de la solidaridad entre e s miembros. Una cuarta razón, esencial, es la estabilidad monetaria que ha aportado el euro y las monedas que cuelgan de él como el franco suizo y la corona sueca. Con el Euro y su gestión independiente por el Banco de Frankfurt, la inflación, la cual fue causa de infortunios considerables, ha desaparecido por completo: ningún gobierno nacional puede ahora destruir nuestros ahorros o nuestro poder adquisitivo, porque que el dinero no está al alcancede sus manipulaciones. La libre circulación de personas y mercancías -quinta razón-, el derecho a estudiar y trabajar en cualquier lugar deseado, enriquece nuestras vidas personales y profesionales, y también enriquece al país de destino, al traerle talento y diversidad culturales: esto está tan interiorizado, aunque sea tan reciente, que se ha olvidado de cómo sólo la Unión Europea nos ha dado estas nuevas libertades. Los jóvenes que pasan un fin de semana en Gdansk o Barcelona, ​​estudiando en Milán y trabajo en Londres, parecen no darse cuenta de que esta libertad de elección era inconcebible hace apenas una generación; pero incluso los que más se benefician de la Unión son a menudo los menos militantes y los menos informados. Y recordemos, la inmigración de no europeos no depende de la Unión, depende de los estados miembros: los británicos que han votado por el Brexit aparentemente no estaban informados de todo ello. A las cinco razones positivas para amar a Europa que he esbozado, voy a añadir dos en forma de refutación.

No, Europa no es demasiado cara si tenemos en cuenta los beneficios que proporciona. Para los países que más contribuyen, Alemania, Francia y Gran Bretaña hasta el momento, la tasa es de alrededor de 2000 € por año y por persona, pero a ello hay que deducirle lo que devuelve Europa en subvenciones a la agricultura y a las infraestructuras. A Francia se le devuelven los dos tercios de su contribución, especialmente para sus agricultores. Para España y los países de Europa del Este es casi gratis. Todo ello, para el conjunto de la Unión, por un coste inferior a los mil euros al año: ¿la paz no lo merece? A tener en cuenta, Suiza y Noruega contribuyen financieramente a la Unión sin ser miembros, a cambio de beneficiarse de la libre circulación. ¿Qué harán los británicos tras su suicidio en masa?

Por último, el debate, más simbólico que real, sobre la identidad nacional: ¿Europa amenaza nuestra identidad, nuestra soberanía? Los políticos populistas en Francia, Holanda o Dinamarca, prosperan gracias a este miedo, que es totalmente infundado. La Unión Europea no sólo no nos priva en absoluto de nuestras raíces sino que nos da una identidad adicional: nos hemos convertido en europeos, además de nuestra identidad local, y el resto del mundo nos envidia por ello. En Asia y América Latina, la Unión Europea se considera con razón como el gran éxito diplomático del mundo de la posguerra.

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