dilluns, 15 de maig del 2017

El franquismo sobrevive gracias al antifranquismo que no cesa




Nuevo, limpio, moderno, transversal, Ciudadanos tenía una misión depuradora que no ha sabido interpretar. O que ha interpretado de forma miope, reduccionista. Su cometido no se limitaba a la erradicación de la corrupción, tarea crucial pero accesible a cualquiera sin pasado y con un mínimo de criterio. Antes, y decisivamente, Ciudadanos prometía liberar al conjunto de la política española de su principal atavismo. El guerracivilismo es la gran irracionalidad española. El principal lastre de la democracia. Cegó a Felipe González y a Juan Luis Cebrián tras la victoria por mayoría absoluta de José María Aznar. Sirvió como coartada de la alianza de José Luis Rodríguez Zapatero con el extremismo, contra la concordia constitucional. Disuadió a Mariano Rajoy de aprovechar su mayoría para promover una profunda renovación cultural. Es la médula del proyecto regresivo y antidemocrático de Pablo Iglesias. Y explica que un burgués pequeño como Pedro Sánchez cante La internacional puño en alto a las puertas de Ferraz. La exhumación del cadáver de Franco es la recurrencia de una patología. La que sólo Ciudadanos, con su vocación científica, estaba llamado a curar.

Imaginemos la escena. Rivera, brillante orador, se sube a la tribuna, hace una larga pausa y dice: «No». Un «no» hondo, poderoso, razonado. Un «no» en defensa de la verdad histórica y de la reagrupación española. Habría colocado a la izquierda en su rincón y a la derecha ante el espejo. Habría roto el hechizo. Y habría demostrado, por fin, que el centro no es la equidistancia sino la objetividad. El lugar donde rigen lo que Minc llama «las reglas dominantes de la modernidad». Una mirada desprovista de sesgos, sin caspa en los párpados, sin hipotecas de ultratumba. Pocos discursos habrían servido mejor a la causa de una nueva España. Y ninguno tan vibrantemente a la batalla fundacional de Ciudadanos. La decadencia de Cataluña no se entiende al margen de la dinámica guerracivilista. La xenofobia, la mentira y el desprecio a la ley no habrían llegado tan lejos si la izquierda española no se hubiese plegado sistemáticamente al nacionalismo por odio a la derecha. Y si, ante los intentos de deslegitimación -«¡fachas, fachas!»-, la derecha no hubiese agachado una y otra vez la cabeza. El último ejemplo es la decisión de Carmena de ceder el auditorio del Ayuntamiento de Madrid a Puigdemont para la promoción de su delirio, ante el aplauso histérico de Iglesias y el silencio lánguido de Rajoy.Pero Rivera no se subió a la tribuna. Ni tampoco lo hizo ningún otro diputado en nombre de la razón. Nadie explicó que la memoria es una función de la historia y no al revés. Todos optaron por abrir un viejo sepulcro antes que una nueva etapa. | CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO
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