Cuando se firmó el
Tratado de Roma el 25 de marzo de 1957, tenía 4 años. Pertenezco, pues, a esa generación de europeos -en nuestro caso, europeos del extrarradio- que nacieron con el alumbramiento del noble y ambicioso proyecto de construir una Europa unida. Crecí con él desde que tuve uso de razón política y siempre estuve convencido de que vería el sueño convertido en realidad.
Sin embargo, han pasado 62 años -¡casi toda una vida!- y el proyecto no solo sigue inacabado sino que manifiesta graves síntomas de desfallecimiento y, por primera vez, de descomposición. Cada día que pasa, lo que era una esperanza se me antoja más una utopía que, como el cielo, solo podremos alcanzar en la otra vida.
¿Qué hemos hecho mal? ¿Qué no hemos sabido hacer? ¿Nos equivocamos de
constructo? La Europa unida de Schumann o Monnet ¿iba mucho más allá de una comunidad de naciones colaborando estrechamente entre sí?
Los europeos necesitamos respuestas a esas preguntas. Y si los europeístas no las dan, las darán otros, como el populismo, ese cajón de sastre en que la pereza intelectual coloca todo aquello que no sea la
centralidad socialdemócrata, también conocida
como
consenso socialdemócrata.
El europeísmo ha encontrado en el populismo nacionalista el enemigo exterior, el chivo expiatorio, el culpable de los problemas que no ha sabido afrontar ni resolver. Problemas que, nos dicen, se disolverán en cuanto lo
derrotemos. Lamentablemente, se trata de un diagnóstico equivocado: el populismo no es tanto causa como consecuencia del fracaso para alcanzar una democrática y convincente unión política.
Veámoslo:
La euforia que siguió a la caída del muro de Berlín -con la reunificación de Alemania en octubre de 1990 y los países de la Europa del Este llamando a la puerta de la Comunidad Europea- permitió que los federalistas socialdemócratas y democristianos colocasen en el orden del día el objetivo de la unión monetaria y política de Europa.
Todo empezó en Maastricht el 7 de febrero de 1992. El momento parecía óptimo. Desaparecido el enemigo soviético, todas las naciones de la Europa del Este miraban hacia la CE. El debate, casi tridentino, basculó entre los que defendían profundizar primero y ampliar después y los que propugnaban lo contrario. Se optó por no aplazar la ampliación y se especuló con una profundización a dos velocidades.
Algunos advirtieron de que el debate no era una simple cuestión de orden, de prelación formal, sino de fondo. A muchos de los que primaban la ampliación, la profundización les gustaba poco o nada. Para los países del Este de Europa, que acababan de recuperar la democracia y la soberanía nacional tras décadas de 'soberanía limitada' al poder soviético, no les hacía ninguna gracia perderlas de nuevo, aunque fuera libre y parcialmente. Ese era también el caso de muchos ciudadanos de la Europa occidental, que empezaban a no compartir la euforia unificadora de las élites europeas.
El 2 de junio de 1992, Dinamarca hizo sonar la primera señal de alarma al rechazar en referéndum el
Tratado de la Unión Europea o Tratado de Maastrich. Tratado que refrendará once meses después, tras muchas presiones y de obtener concesiones y salvaguardas.
El 20 de setiembre de 1993, Francia, considerada con Alemania el gran bastión del europeísmo, sonó la segunda alarma. Y esta fue mucho más preocupante. A pesar de ganar el sí con el 51,4%, la ratificación estuvo a punto de ser derrotada ya que se impuso por tan solo un 1,4% de los votos.
En palabras del economista Ashoka Mody, profesor de la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales Woodrow Wilson, de Princeton, 'las personas que ayer votaron NO se corresponden con los chalecos amarillos de hoy':
'Le référendum français de septembre 1992 a été particulièrement important dans ce processus pour plusieurs raisons. La première est de comprendre que sociologiquement et économiquement, les personnes qui ont voté NON correspondent aux Gilets jaunes d'aujourd'hui. Ce moment a donc révélé qu'il existait déjà une profonde fracture en France, même si celle-ci ne s'est pas toujours reflétée dans les élections. Les politiques français ont pensé trouver dans l'euro une solution à leurs problèmes économiques, alors qu'il s'agissait avant tout de problèmes domestiques: manque de croissance, inégalités, fragmentation sociale. Mais l'idée selon laquelle l'euro allait résoudre ces problèmes n'a rien en commun, ni avec la théorie, ni avec la pratique économique. Le deuxième message de ce référendum, est que ceux qui ont voté NON avaient peur de voir l'Allemagne devenir le pays dominant de l'Union monétaire'.
Pese al tembleque, el camino hacia la unión monetaria y política -que durante 20 años persiguieron Pompidou, Giscard y Miterrand creyendo erróneamente que les permitiría equilibrar la economía de Francia con la de Alemania- sigue adelante. En 1997 se firma el
Tratado de Ámsterdam. Un año después se crea el Banco Central Europeo. A finales del 2000 se firma el
Tratado de Niza. El 1 de enero de 2002 entran en circulación los billetes y monedas de euro y el 29 de octubre de 2004 se pretende dar el gran salto adelante con la aprobación del
Tratado por el que se establece una Constitución para Europa.
Pero esta vez, el
Demos no dispone lo que el
Dios europeo propone. El 29 de mayo de 2005 Francia dice NO en referéndum al Tratado Constitucional. Con una participación del 69,34%, el 54,68% de los franceses vota en contra. Tres días después, el 1 de junio, Holanda también vota NO. El 61,6% de los votantes holandeses rechaza el Tratado.
El golpe es de campeonato, pero las élites europeas, inmunes al desaliento y dispuestas a cualquier cosa menos aceptar la voluntad popular cuando esta no les gusta, suprimen el Tratado Constitucional con una mano mientras que con la otra lo injertan en el que será el
Tratado de Lisboa, aprobado el 13 de diciembre de 2007.
Esta vez quien se resiste es Irlanda. El 12 de junio de 2008, el 53,4% de los irlandeses vota NO al tratado de Lisboa, con una participación del 53,1%, mayor que la esperada. La UE, sin el más mínimo respeto por la voluntad de los electores, presiona a los irlandeses para que cambien su voto, cosa que logra el 2 de octubre de 2009 cuando, en un nuevo referéndum con un 59% de participación, el 67,13% de los irlandeses dieron su brazo a torcer y dijeron Sí al nuevo Tratado.
Ello evidencia que si el camino hacia la Comunidad Económica Europea fue un éxito, la marcha hacia la unidad monetaria, fiscal y política, con su importante pérdida de soberanía nacional, no se percibe como tal y provoca una fuerte resistencia.
El proyecto federal social-cristiano se sostiene ignorando que la soberanía está
profundamente enraizada en la historia de Europa y constituye no solo uno de sus grandes valores sino el único ámbito todavía completo de democracia real de sus ciudadanos. Esta ignorancia voluntariosa ha llevado a que en lugar de que los estados nacionales se diluyesen en la UE, es la UE la que parece diluirse ante el resurgir de los Estados-nación.
Je crois dans le projet européen, dans ce projet de paix - et que la période entre 1945 et 1970, celle du traité de Rome est un accomplissement magnifique. C'est un projet de sagesse. Mais tout ce qui est intervenu après cette période - en excluant le développement du marché unique dans lequel je crois – c’est-à-dire toute la structure de l'euro, déconstruit en réalité la réussite européenne des 25 années qui ont suivi la deuxième guerre mondiale. Mais nous assistons à un retard cognitif qui voudrait que l'euro soit la continuation de la réussite du traité de Rome, ce qui n'est simplement pas vrai.
La crisis económica y financiera y la crisis de los inmigrantes y refugiados acabaron por alejar a muchos europeos de las instituciones de la UE. Unas instituciones y sus líderes que toman decisiones políticas concretas, acertadas o equivocadas,
sin estar sometidas al escrutinio democrático que los ciudadanos ejercen con sus dirigentes políticos en sus Estados nacionales. Para decirlo sin eufemismos: los principales países del euro dejaron claro que no están dispuestos a pagar la factura para una mayor integración, y los de la periferia que no quieren ser gobernados por la Comisión Europea.
Estancada en un limbo semi democrático, la UE no ha logrado -en palabras de Ralf Dahrendorf- igualar al Estado-nación 'como unidad relevante de pertenencia y participación cívica para la mayoría' de los europeos y 'como espacio político en el que prospera la constitución de la libertad'.
Las cesiones de soberanía política deberían haber ido acompañadas de medidas de control democrático por los ciudadanos europeos. Muchos hubiésemos aceptado compartir el marco soberano de nuestro estado con otro marco soberano más amplio. Pero eso ahora es imposible.
The question of whether European citizens want more Europe has never been really deliberated in any meaningful way. It was never clear what the point of the Euro was. It certainly didn’t deliver more prosperity. And the lack of consultation with the people has created a simmering anxiety of opposing kinds in different nations. In Germany that anxiety plays on the possibility that Germans may have to pay the bills for other countries. In much of southern Europe, people are anxious that Germany has become too dominant, and that, in periods of crisis, the German chancellor may become de facto European chancellor.
There is no electoral mechanism for accountability and legitimacy. So the whole process is inherently undemocratic – the people who are affected by decisions cannot vote out those making the decisions.
¿Podría darse la paradoja que restaurando un grado de soberanía nacional a las naciones europeas ello volvería a unir a los europeos?
Mody cree que sí:
Me pregunto, ¿qué es lo que une a los europeos? ¿Cuál es la razón fundamental para que los europeos se consideren europeos? Hace casi 70 años, Schuman pidió una base común para el desarrollo económico para crear una federación. La idea de una federación se ha ido, al igual que la creencia en una base común para el desarrollo económico. Por lo tanto, tiene que volver a la otra proposición de Schuman: que los europeos necesitan mantenerse unidos en aras de la paz. En el sentido moderno, eso puede extenderse a la protección y preservación de la democracia y al fomento de los derechos humanos. Los europeos deben preguntarse si aún creen en esos valores, los valores de una sociedad abierta, y están dispuestos a trabajar por la creación de una sociedad abierta en la que se fomenten la paz, la democracia y los derechos humanos
La zona euro debería volver a principios monetarios sólidos y más simples y a una disciplina fiscal basada en el mercado. Los Estados miembros deben ser totalmente soberanos y responsables de sus propias políticas macroeconómicas y finanzas públicas, y ser suspendidos o expulsados del euro si no pueden ejecutar políticas fiscales y macroeconómicas sostenibles.
Termino con esta reflexión de
JOSEPH H. WEILER: “Millones de europeos ni son fascistas ni son idiotas”
El punto de vista nacionalista dice que el ciudadano pertenece al Estado, pero, por contra, el patriotismo liberal defiende que el Estado pertenece al ciudadano. Es esencial esta visión liberal para la buena salud de la democracia republicana. Es una posición de responsabilidad solidaria, no narcisista, ni egoísta, en la que la persona se siente responsable de la sociedad de la que forma parte. Pienso que la gente tiene hambre de este sentimiento porque da un sentido a la vida que no es solamente el sentido neoliberal, mercantilista, de cómo puedo conseguir lo mejor a mí mismo. La visión del patriotismo liberal ha sido abolida muchos años y esta hambre de patriotismo liberal no ha sido satisfecha en los países europeos y ha permitido el auge del nacional-populismo.
Creemos en derechos fundamentales, en la igualdad, pero no podemos ignorar que el ser español, o francés, o lituano… tiene una especificidad no fungible que se debe respetar. Si se desprecia esto es una agresión a una dimensión esencial del sentido de la vida.
La secularización de Europa ha eliminado del discurso público un elemento muy importante: que cada semana en todas las iglesias, sinagogas, actos públicos, había una voz que no hablaba sólo de derechos, sino también de deberes, de responsabilidad personal. Esta voz ha desaparecido de Europa.
En Europa nos hemos olvidado de estos tres valores: patriotismo, identidad y responsabilidad, que una vez fue la religión, y este hueco lo ha aprovechado el presidente húngaro, Orban, y el resto de líderes nacionalistas. Dicho esto, yo rechazo la idea de que millones de europeos son fascistas o idiotas. Hay un hambre que la democracia constitucional tradicional no ha sabido cómo satisfacer y lo han aprovechado versiones indignas del patriotismo para sacar tajada.
En 1979, las primeras elecciones directas al parlamento europeo, la participación fue más o menos del 60%. Se consideró muy bajo. Todo el mundo decía que era porque el parlamento no tenía ningún poder real y que cuando esto cambiara aumentaría la participación. Pero ha pasado lo contrario. Ha ido obteniendo poderes y competencias y cada elección ha ido perdiendo participación. En 2014 fue la más baja. ¿Cómo se explica?
Para mí es muy fácil de explicar. Yo soy muy pro-europeo. Pero pese al poder de la Cámara, la Unión Europea, la gobernanza de la Unión no tiene dos elementos indispensables para cualquier democracia: uno, que los ciudadanos pueden decir quién va a gobernar: Sánchez o Casado, May o Corbyn, Macron o Le Pen. Esto no pasa en Europa. ¿Cómo se puede llamar a eso democracia? La segunda cosa es que el resultado de las elecciones debe decidir también con qué dirección ideológica se va a gobernar. Ahora no pasa. La mayoría parlamentaria de Bruselas no refleja la línea ideológica de la UE. Los ciudadanos son listos, inteligentes, y renuncian a ir a votar cuando no se deciden estas cosas primordiales. Hay un déficit democrático en la Unión Europea persistente y profundo. Aunque crezcan los partidos euroescépticos, lo más importante el 26 de mayo es que la participación suba. Para mi basta: que más europeos voten es ya muy importante. Si hay una mayor participación será una victoria para la UE.