Mucho ruido para las mismas nueces. Eso es lo que han logrado Artur Mas y sus socios independentistas, a tenor de los resultados electorales, en tres años de permanente y extenuante campaña soberanista. Han invertido mucho tiempo y dinero (incluido el del Govern) en crear plataformas, organizar happenings participativos o impartir discursos grandilocuentes, pero no han logrado avanzar ni un milímetro electoralmente. Los datos son tozudos: en 2012, CiU más ERC más la CUP obtuvieron 74 diputados y el 47,89% de los votos. Hoy, han obtenido 72 escaños -dos menos- y el 47,85 de los votos.
A pesar de ello, a pesar de sus caras poco risueñas, han proclamado que se creen legitimados para seguir adelante con el 'procés' , un proceso-express que ha de conducir a la independencia en 18 meses. Esa es su democracia: les basta con tener la mitad más cuatro de los escaños -si es que finalmente la CUP los apoya- para creerse legitimados a imponer su modelo de estado a todos los demás. ¡Y luego denuncian lo que aprueba el PP con su mayoría absoluta en el Congreso de los Diputado como crímenes contra la democracia!
Pero si los independentistas se han quedado como estaban, Cataluña no. Lamentablemente, han conseguido dividir física y emocionalmente a este país. Una división, sin embargo, que ha tenido algo positivo: que los que no piensan como ellos se hayan movilizado para frenar su avance en las urnas. Y lo han hecho con un voto claro y masivo, especialmente por Ciudadanos, que se ha constituido como el primer partido de Cataluña, ya que Junts pel Sí no es un partido sino un movimiento.
Han jugado a aprendices de brujo y se han quemado los dedos. Artur Mas, ese jefe de planta del Corte Inglés que un día se despertó creyéndose Moisés, ha logrado en un tiempo récord liquidar a su partido, hundir el gobierno de la Generalidad y encerrar al soberanismo en un callejón sin salida. Y ahora, cuando creía que iba a resucitar como el Ave Fénix, se ha perdido definitivamente a si mismo. Lo dejó todo para ganar un plebiscito que ha perdido. Lo dejó todo, incluso las elecciones autonómicas, que Ciudadanos le ha ganado moral y políticamente. Apostó ruidosa y ruinosamente para quedarse con el nogal, pero se ha tenido que conformar con las mismas nueces de siempre.
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