dimarts, 24 de novembre del 2015

Un manifiesto de plena actualidad

El auge del populismo de izquierdas, el desafío nacionalista, la desorientación moral ante la barbarie... merecen respuesta. Hoy traemos aquí un manifiesto de 2003 que mantiene plena actualidad y capacidad de respuesta a pesar de haber transcurrido más de una década.


Por qué ya no soy 'progre'
1- Porque, pese a la caída del muro de Berlín, los "progres" siguen sin hacer pública la más mínima autocrítica, paralizados por la cobardía de quedar huérfanos de certeza. Porque continúan anclados en la "revolución pendiente" e instalados en la amnesia, al ignorar los millones de víctimas causados por su propia ideología. Porque su conservadurismo les hace mantener inalterables los principios ideológicos que asumieron cuando la evidencia de la dictadura franquista les llevó, por primera y última vez, a cambiar de manera de pensar.

2- Porque no creo en los derechos colectivos, que son la gran coartada ideológica de los que siempre encuentran una razón para someter o inmolar al individuo, a la persona concreta de carne y hueso, en el altar mayestático y redentor de la tribu, la patria, la nación, la raza, el sexo o la clase social.

3- Porque la historia no tiene significado ni leyes que la puedan hacer previsible. Cuando más libre es el mundo menos previsible se vuelve y más se escapa a la planificación y la tutela de los gobiernos dirigistas. Los órdenes espontáneos, surgidos de la evolución humana y de sus instituciones, son más sólidos y racionales que las utopías constructivistas.

4- Porque el valor fundamental de la vida humana es la libertad, sin la cual no puede haber ni responsabilidad ni justicia. Porque la planificación de la vida económica y social es incompatible con la libertad personal, como ha demostrado el fracaso estrepitoso del comunismo. Porque el mercado es la democracia económica, mientras que la planificación es la dictadura de la miseria igualitaria. Porque la propiedad de los medios de producción de bienes y servicios -tan atacada por la izquierda- se justifica de raíz por su capacidad de generar abundancia, mientras que la propiedad intelectual -tan defendida paradójicamente por la misma izquierda- es la propiedad más discutible, porque crea monopolios y mantiene la escasez.

5- Porque sin seguridad, sin instituciones que la garanticen, la libertad no es posible. La inaprehensible naturaleza humana parece estar más cerca de Hobbes que de Rosseau. Ni es la "sociedad" la que corrompe, ni la persona es una "tábula rasa" que se puede manipular en nombre de cualquier mercancía ideológica.

6- Porque la democracia no es un fin sino un medio para cambiar los gobiernos sin violencia. Como advertía Alexis de Tocqueville, tener la mayoría no significa tener la razón, ni autoriza al gobierno a limitar los derechos de las minorías o a modificar las reglas de juego que están vinculadas al ejercicio de los derechos fundamentales. La democracia legitima el acceso al gobierno, pero no los actos que éste ejecuta. Romper las instituciones democráticas desde dentro -Hitler, Allende, Chávez [y ahora Mas],...- no es más legítimo que hacerlo desde fuera, a través de un golpe de estado o una revolución violenta.

7- Porque las instituciones de las democracias liberales se fundamentan en el escepticismo epistemológico o, dicho de otra manera, en la ignorancia voluntaria de la verdad, contrariamente a las utopías racionalistas que a imagen y semejanza de la teología pretenden imponer al conjunto de la sociedad la verdad revelada o científicamente demostrada. La ignorancia de la verdad se fundamenta en la evidencia de que las personas siempre pensaremos distinto y tendremos diversidad de creencias -políticas, económicas, morales o religiosas- sobre cómo hemos de vivir o buscar la felicidad. La misión de los gobiernos es garantizar de manera imparcial las reglas de juego para que los unos no impongan a los otros su "verdad", su modelo de vida, y se permita que todos puedan vivir, en la medida de lo posible, según sus convicciones. Esto implica una concepción procedimental y no teleológica de la resolución de los conflictos y convierte la libertad formal en la única libertad real.

8- Porque no comparto el perpetuo malestar de muchos intelectuales respecto de la cultura de la libertad en la que viven y de la que viven, mientras que no esconden su satisfacción al defender por activa y por pasiva casi cualquier dictadura si de esa manera se ataca a los gobiernos de los países democráticos y especialmente a los Estados Unidos. Como decía Albert Camus, si la historia de los últimos cien años está tan manchada de sangre es "porque la inteligencia europea, traicionando su herencia y su vocación, eligió la desmesura por su amor al patetismo y la exaltación"

9- Porque soy pacífico y no pacifista. Porque creo que mientras haya dictaduras el desarme unilateral es un suicidio. Porque es un engaño que se denominen pacifistas personas que siempre han creído en la violencia revolucionaria y que han justificado durante muchos años las dictaduras comunistas, hasta que la evidencia les ha hecho enmudecer pero no cambiar de opinión. Porque me rebela que haya pacifistas que "comprenden" el terrorismo de ETA, cuando es precisamente en un contexto democrático cuando la violencia política no tiene nunca justificación. Porque no entiendo el denominado pacifismo de los que son capaces de hacer la mayor manifestación mundial contra una guerra que aun no ha empezado, pero son incapaces de mover un dedo por las guerras realmente existentes, desde Chechenía al Africa subsahariana. Porque, mientras haya dictadores, la única manera de evitar el genocidio y de defender la vida de las personas y su libertad es demostrar que se está dispuesto, si es necesario, a luchar para garantizarlas. Como decían los romanos "si vis pacem, para bellum"

10- Porque creo que la revolución no es la solución sino el problema, como muy bien explica Mario Vargas Llosa en su reflexión sobre el "Che" Guevara: “Su teoría del «foco», esa punta de lanza móvil y heroica cuyos golpes irían creando las condiciones para la revolución, no funcionó en ninguna parte y sirvió, sí, en América Latina, para que millares de jóvenes que la adoptaron y pretendieron materializarla se sacrificaran trágicamente y abrieran la puerta de sus países a despiadadas tiranías militares. Su ejemplo y sus ideas contribuyeron más que nada a desprestigiar la cultura democrática y a arraigar en universidades, sindicatos y partidos políticos del Tercer Mundo el desprecio de las elecciones, del pluralismo, de las libertades formales, de la tolerancia, de los derechos humanos, como incompatibles con la auténtica justicia social. Ello retrasó por lo menos dos decenios la modernización política de los países latinoamericanos”.

11- Porque he dejado de creer en la grandilocuencia de la utopía para descubrir la modestia de la esperanza. Porque no creo ni en el cielo de los curas ni en el paraíso de los guerrilleros. Como escribía Octavio Paz: “Desde fines del siglo XVIII hemos vivido el mito de la Revolución, como los hombres de los primeros siglos cristianos vivieron el mito del fin del mundo y la inminente vuelta de Cristo. (..) El culto a la revolución es una de las expresiones de la desmesura moderna. (..) Le pedimos a la revolución lo que los antiguos pedían a las religiones: salvación, paraíso. Nuestra época despobló el cielo de dioses y ángeles, pero heredó del cristianismo la antigua promesa de cambiar al hombre. (..) Se creyó que la revolución, convertida en ciencia universal, sería la llave de la historia, el sésamo que abriría las puertas de la cárcel en que los hombres han vivido desde los orígenes. Ahora sabemos que esa llave no ha abierto ninguna prisión: ha cerrado muchas”.

25 de febrero de 2003

VERSIÓN ORIGINAL EN CATALÁN


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