La izquierda, cuánto más radical más fraticida es. La historia lo muestra y 'La vida de Brian' lo recrea. Lo novedoso sea tal vez la rapidez con la que en Podemos han empezado a tirarse los trastos a la cabeza. La efervescencia de los recientes éxitos electorales se ha convertido en resaca a la sorprendente velocidad de lo efímero. Se dice que la revolución se come a sus hijos, pero éstos han empezado a devorarse tan solo pisar los aledaños del poder. De ese poder que querían comerse asaltando el cielo y que, por lo visto, se los está comiendo a ellos a ras de suelo.
El cainismo es un mal congénito en la extrema izquierda y Podemos no es una excepción. Por el contrario, es una formación particularmente vulnerable al desagarro por su génesis de aluvión y por la fragilidad de su mestizaje, que no maridaje, ideológico. Su única fuerza radica, como la mayoría de movimientos populistas, en la fuerza de quién los acaudilla. Hitler llegó a las masas arengando desde una cervecería de Munich y explotando a fondo la radio. Pablo Iglesias ha llegado a las masas arengando desde el bar de la Facultad y explotando a fondo la televisión y las redes sociales. Pero no es Hitler. Más bien es como Donald Trump, que se hizo popular gracias a los 12 años en los que dirigió y presentó el reality show 'The Celebrity Apprentice', la Tuerka de derechas de la televisión estadounidense.
Ambos, no tienen ideología fija. Dicen lo que la gente quiere oír. Muestran como sinceridad su vehemencia y agresividad. Recurren al insulto, la amenaza y la calumnia si lo creen conveniente. Son prestidigitadores de la palabra, que escriben y reescriben a conveniencia sabiendo que el papel todo lo aguanta. Son de esa clase de personas que tienen la habilidad de hacer que las cosas pequeñas parezcan grandes y las grandes pequeñas. Personas que, como escribió Hobbes, tienen 'ese arte de las palabras por medio del cual pueden representar ante los demás aquello que es bueno en la forma de lo malo y lo malo en la forma de lo bueno'. Demagogos encaramados en la atalaya de la política. Savonarolas de la posmodernidad.
Pueden parecer muy distintos pero su similitud resulta inquietante.
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