ARCADI ESPADA
Albert Rivera subió a la tribuna del Parlamento cuando aún había restos en el aire de la palabra harapienta de Iglesias. De modo que habría tenido un gran éxito incluso si hubiera consumido en silencio su turno. Pero rechazó la posibilidad minimalista e hizo el mejor discurso parlamentario de su vida, en una ocasión difícil, en fondo y forma. El peor de los riesgos que corría era el de la irrelevancia, ya que su fuerza parlamentaria puede aficionarle viciosamente al toreo de salón...
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