Sea como sea, Tabarnia y especialmente algunas de las cosas que se están escribiendo sobre ella, me han hecho recordar una idea política que se popularizó a finales del siglo pasado, poco antes del nuevo milenio, conocida como neomedievalismo o regreso a la Edad Media. Esa idea fue desarrollada en 1977 por Hedley Bull en su libro The Anarchical Society: A Study of Order in World Politics. Según Bull, la globalización ha dado lugar a un sistema internacional semejante al medieval, donde ni los estados ni la Iglesia, ni otros poderes territoriales, ejercieron la plena soberanía, sino que participaron en soberanías complejas, superpuestas e incompletas en lugar de una única autoridad política en forma de estado con total soberanía territorial.
Hedley Bull vio que esa compleja combinación de organizaciones nacionales, sub y supranacionales o internacionales podrían ayudar a "evitar los clásicos peligros del sistema de estados soberanos mediante una arquitectura de estructuras superpuestas y lealtades transversales que mantengan unidos a todos los pueblos en una sociedad universal evitando al mismo tiempo la concentración inherente a un gobierno mundial". Más allá de la ONU, la más lograda y relevante de esas estructuras superpuestas y lealtades transversales es la Unión Europea.
De las muchas cosas que se publicaron en esos años sobre el tema he recuperado dos artículos. El primero, de Pasqual Maragall de 1993 en el que plantea el papel de las Regiones y las Ciudades en el seno de la Unión Europea, mentando explícitamente a las 'regiones nacionales [que] quieren participar de aquello que su ausencia de Estado les ha quitado: la soberanía'. El segundo, un artículo publicado por el The New York Times en enero de 1999 [en español, aquí] que responde a la pregunta: ¿Es posible que el ciberespacio y la globalización económica estén empujando el mundo moderno hacia un retorno a la Edad Media?
Los dos artículos evidencian, uno desde la gestión política y el otro desde la opinión académica, que el poder se dispersa, los estados-nación delegan soberanía y aparecen nuevos actores y nuevos poderes que se superponen y se combinan entre sí. Y no solo eso, apuntan también a la búsqueda de un nuevo 'centro', una nueva autoridad de referencia, 'algo así como el anhelo medieval de restaurar el Imperio Romano' en palabras de Stephen J. Kobrin. Un anhelo que empezó en la ONU y que se desarrolló en la Unión Europea.
Esa fragmentación del poder único del estado -que es lo que históricamente ha permitido que surgiera la democracia liberal- asusta a conservadores y socialdemócratas. Atrapados en su tradicional intervencionismo público temen una deriva anárquica y caótica, una fragmentación social y territorial, que aumente inevitablemente la desigualdad en beneficio de los más poderosos. Reaparece el proteccionismo y el nacionalismo, que ven la crisis producida por la globalización más como tragedia que como esperanza, más como problema que como solución. Y se enfrentan a ella como si fuera una etapa más del viejo combate que, desde el siglo XIX, opone la democracia liberal de mercado al socialismo estatista en todas sus franquicias.
El izquierdismo populista enarbola de nuevo los puños y las banderas rojas de la hoz y el martillo -tan asesinas o más que las banderas rojas de la cruz gamada y los brazos en alto- en un ejercicio de ensimismamiento político y fantasía ideológica a años luz de la realidad. Ni se trata del enésimo final del capitalismo, ni del fin de la democracia liberal. Por el contrario, el formalismo democrático-liberal -que se fundamenta en la división del poder como antídoto frente al poder absoluto- parece mejor dotado que el encorsetamiento dirigista para encauzar las transformaciones revolucionarias que se están desarrollando en las maneras de producir y de vivir. Entramos en otro mundo, pero conservadores y socialistas siguen en el anterior.
Los grandes cambios políticos y culturales de la humanidad -el Renacimiento, la Ilustración, la Revolución industrial...- encontraron en el pasado inspiración para abrir las puertas del futuro. Ahora, y por paradójico que pueda parecer, la Edad Media, que tan mala prensa histórica tiene como supuesta era de estancamiento, oscuridad y fanatismo, nos permite encontrar referentes para una sociedad internacional a la que los territorios, las identidades y los estados-nación se le han quedado pequeños, casi obsoletos, pese a que haya quién se empeñe en resucitarlos.
¿Que tiene que ver Tabarnia con todo eso? Nada y mucho. Nada, si se queda como espejo provocador del separatismo. Mucho, si se desarrolla como nueva 'estructura superpuesta' con 'lealtad transversal' en el marco jurídico-político de España y la UE. ¿Bueno o malo? Bueno, si se formula democráticamente, desde el respeto a las leyes y sin lesionar los derechos de nadie. Malo, si actúa como alter ego del separatismo nacionalista.
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